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Chapter 1 - Preludio: La Consecuencia del Deber

Kondo Seiji se reclinó contra el respaldo de su asiento, sintiendo el triunfo agridulce. Había estado interpretando el papel del "Consejero Puro" durante semanas. Cada interacción con Miyuki Amada era una sutil manipulación para estabilizar su relación con Eiji Aono y asegurar que la trama de la traición nunca se activara.

El reencarnado era el As del Fútbol, y su posición en la escuela le permitía que las chicas se acercaran a él para desahogarse, un recurso que explotaba sin piedad para su misión.

Al sonar la campana, ella se acercó, como de costumbre.

—Kondō-senpai... ¿tienes un momento? —Miyuki Amada estaba allí, su ansiedad por el distanciamiento de Eiji era una melodía familiar para Kondo.

Kondo adoptó su habitual sonrisa superficial y despreocupada, la máscara que hacía que su consejo pareciera casual.

—¿Amada? Claro, ¿otra vez con la paranoia de que Eiji te ignora? —Su tono era de una burla ligera, para mantener la fachada de playboy.

Miyuki bajó la mirada, avergonzada.

—Es más que eso, Senpai. Siento que si no hago algo que le devuelva la chispa a nuestra relación, él se alejará. Él necesita emoción, ¿no?

El reencarnado sintió la urgencia. Este era el punto donde la Miyuki original se rendía a la tentación. Tenía que darle la contrapartida de la estabilidad.

KONDO SEIJI (REENCARNADO) (Apoyando su barbilla en la mano, sus palabras eran precisas y venenosas contra la trama original). Estás equivocada, Amada. El error que cometen las novias de la infancia es pensar que el amor necesita ser una aventura. Eiji no necesita un incendio; necesita un faro. Él está abrumado con sus cosas. Si lo amas, no le des más trabajo. Sé su paz, no su problema. Ve a su casa, tómale la mano. Hazle saber que eres el único lugar donde no tiene que luchar. Eso es algo que ninguna "chispa" temporal puede ofrecer. Piensa en eso y luego hablamos.

Miyuki lo miró pensativa. Había una mezcla de decepción (porque el consejo no era excitante) y de profunda reflexión.

—... Entiendo el punto, Senpai. Gracias. Lo intentaré. —Dijo con una resolución que Kondo identificó como el camino correcto.

Miyuki se fue, con una nueva tarea para estabilizar su relación. El reencarnado se dejó caer en su asiento, sintiendo el triunfo de la manipulación.

KONDO SEIJI (MONÓLOGO INTERNO)Ya está. La estabilización está completa. Ella no buscará el drama. La trama de la traición se ha evitado.

(El alivio fue efímero. Su mente saltó al siguiente punto crítico de la trama).

"... Pero al salvar a Miyuki, entonces Ai... Sin la desesperación de Eiji, nadie va a buscarla en la azotea."

El deber se convirtió en urgencia personal. Kondo Seiji se levantó de un salto, el cuerpo del as del fútbol en movimiento desesperado.

KONDO SEIJI (MONÓLOGO INTERNO)Correr. Tenía que correr. El costo de arreglar la trama de Eiji y Miyuki era la condena de Ai Ichijou. La condené. Yo, el hombre que no merecía la felicidad, debía evitar la tragedia de la única persona cuyo dolor realmente entendía.

Subió las escaleras de dos en dos. Al llegar al último tramo, sus pulmones ardían.

(Kondō abre la puerta de la azotea de golpe. El sol lo ciega por un instante).

La escena era casi idéntica a su recuerdo de la novela original, pero infinitamente más aterradora. El viento frío azotaba la azotea. Ai Ichijou estaba allí. De espaldas. Su cabello platino pálido, una cascada de luz, se agitaba violentamente con el viento. Era la personificación de la perfección a punto de romperse.

Ella se giró lentamente, alertada por el estruendo de la puerta.

La mirada de Ai Ichijou era de sorpresa, mezclada con el vacío y la ira de quien ha sido interrumpida.

Dos almas rotas se habían encontrado al borde del vacío. Y en ese cruce de miradas, el destino de la trama original quedó irrevocable y gloriosamente condenado.

 

 

 

 

 

 

La Deuda de una Vida

—¡Más alto, papá! ¡Más alto! —Mi voz de niño resonaba en el parque soleado. Yo tenía a mis padres. Éramos invencibles.

Mi padre me balanceaba en el aire, sujetándome por los tobillos. Mi madre aplaudía desde el banco, el sol brillaba en su cabello.

—No te canses, campeón. Aún tenemos que terminar ese dibujo. ¿Recuerdas lo que te dijo mamá? —preguntó mi padre, sonriendo.

—¡El valor es seguir siempre! —respondí, sintiendo el aire libre contra mi rostro.

—Y la justicia siempre gana —añadió mi madre, acercándose para darnos un beso a ambos.

Esa era mi burbuja. Caliente, segura, envuelta en la certeza de la felicidad.

El invierno siguiente, mi mundo se hizo trizas.

Yo tenía ocho años. El chirrido del metal destrozándose. El impacto nos arrojó a todos. Grité, pero el sonido se ahogó en el dolor. Me arrastré, milagrosamente ileso, hacia el asiento delantero.

—¡Papá! ¡Mamá! ¡Por favor, despierten! —Lloré, suplicando. Mis manos temblaban mientras tocaban los rostros cubiertos de sangre y cristal.

Mi madre intentó sonreír, pero solo logró una mueca de dolor.

—Mi... valiente... vive. No te rindas... —Su voz se quebró.

Mi padre me miró, la agonía en sus ojos era insoportable. —El mundo es injusto, hijo... no dejes que eso... te cambie.

Las sirenas llegaron, pero ellos ya se habían ido. Yo grité y supliqué, abrazando sus cuerpos que se enfriaban, sin poder creer que la justicia que me habían enseñado me hubiera abandonado de esa forma.

En el funeral, bajo el cielo gris, la conocí.

—Yo... también estoy sola —dijo una niña pequeña a mi lado, susurrando. Se llamaba Asaki. Sus ojos tristes me prometieron un refugio contra el dolor. Ella me salvó.

Nos convertimos en un faro para el otro. A los quince, la amistad se convirtió en el amor que juré proteger con la vida.

Pero el juego de la lealtad se volvió oscuro.

Sucedió en el pasillo, un día después de un partido de baloncesto. Vi a Asaki agarrada del brazo del capitán. No era coqueteo. Era una pose abierta, pública. Sentí un miedo frío, la misma parálisis que sentí en el coche.

Me acerqué, mis manos sudaban.

—Asaki... tú... no puedes estar haciéndome esto —mi voz era apenas audible, llena de la desesperación de un niño que ve su última seguridad desmoronarse.

Ella me miró con una frialdad cruel, la misma que me había destrozado por meses.

—Él es mi novio, sí. El más leal, el más simple. ¿Pero quién necesita a alguien simple cuando puede tener emoción?

El capitán de baloncesto se rio a carcajadas. Asaki apretó el brazo del otro chico y continuó, su voz goteando desdén.

—Es honesto, es constante, sí. Pero no sirve de nada. Es tan inútil. No puede darme la emoción que necesito, la validación. Es solo... un ancla que me detiene. ¿De qué sirve tanta lealtad si no puedes hacer que tu chica se sienta viva, si no puedes salvarla del aburrimiento?

Sus palabras resonaron en el pasillo. La gente que nos rodeaba comenzó a reír. Murmullos de burla—"¡Simple!" "¡Inútil!"—me golpearon desde todos los ángulos. Fui simple, fui leal, y por eso, inútil. Yo solo sentí el rechazo de la única persona que quedaba en mi vida, amplificado por la burla de todos.

La humillación me golpeó el estómago.

Fui simple, fui leal, y por eso, inútil. Yo solo sentí el rechazo de la única persona que quedaba en mi vida, amplificado por la burla de todos.

No volví a la escuela el resto del día. Me encerré en mi habitación, arrastrándome hacia la única seguridad que me quedaba. La oscuridad de mi cuarto era un refugio contra la crueldad del sol.

Me senté frente a mi computadora. Mis ojos se posaron en el archivo abierto de una Novela Ligera que había empezado a leer: una historia de la vida escolar, del chico que superaba la adversidad, del villano arrogante que era derrotado.

 

 

 

 

 

El Mundo de Eiji Aono y Kondo Seiji.

Me sumergí en la trama. Leí sobre el protagonista, Eiji, a pesar de sus problemas, tenía amigos leales y una novia que lo amaba (por ahora). Leí sobre la justicia del karma que caía sobre el arrogante Kondo Seiji al final. Y sentí una punzada de envidia.

No era una envidia complicada. Era simple. Era el deseo desesperado de ver que la justicia existía en algún lugar, aunque solo fuera en las páginas de una novela. Quería ver que la lealtad simple, como la que yo había dado, fuera recompensada y que la traición fuera castigada. Si no podía ser yo, al menos que fuera Eiji Aono.

Ese era mi único deseo antes de la oscuridad: la certeza de que el mundo de la trama, con su justicia clara, existía.

Pasó el tiempo. Me gradué, pero la herida no cerró. El miedo a ser simple e inútil se había arraigado. Un día, hacía frío. Estaba comprando algo insignificante en una tienda de conveniencia.

Al salir, un grito áspero me detuvo. Provenía de un callejón estrecho y oscuro.

Reconocí la voz al instante. Era Asaki.

Me acerqué, el miedo familiar me atenazaba el pecho. Ella estaba siendo acorralada por el mismo capitán de baloncesto que usó para humillarme, o tal vez otro, pero el odio en su rostro era el mismo.

—¡Me usaste! ¡Todo ese teatro para probarle algo a ese idiota, a tu estúpido "chico simple"! —gritó el chico, su voz ronca de rabia.

—¡No es verdad! ¡Yo solo...! —intentó replicar Asaki, su voz temblando.

—¡Cállate! Nunca te importé, solo él. Y ahora vas a pagar por el daño que haces —El chico levantó un brazo. Vi el brillo del metal.

Mi cuerpo se movió antes de que mi mente pudiera procesarlo. De nuevo, la estúpida lealtad. De nuevo, el deseo de protegerla. Me arrojé hacia adelante, interponiéndome entre el brillo y Asaki.

Sentí el impacto, un dolor penetrante y brutal. El agresor gritó, soltó el cuchillo, y huyó, desapareciendo en la calle lateral.

Me desplomé.

El golpe fue más suave de lo que debería haber sido. Asaki me había atrapado, cayendo conmigo. Ahora yo estaba en su regazo, la sangre manchaba rápidamente la tela de mi chaqueta.

—No... no, no, no —su voz se convirtió en un grito histérico. Ella se aferraba a mí con una desesperación absoluta.

—Por favor... no me dejes... —mi aliento se escapaba en jadeos dolorosos.

Ella me acunó, sus lágrimas cayendo sobre mi rostro. Ya no había frialdad; solo el pánico más puro y desesperado.

—¡No te mueras! ¡No me hagas esto! —gritó, su voz desgarrada. Me acercó a ella, su confesión final un lamento roto en mi oído—. ¡Tenías razón! Yo te amaba, pero yo... ¡Yo solo quería probar que tu amor era real, incondicional! Quería asegurarme de que nunca me dejarías como mis padres. ¡Quería probar tu lealtad!

Su voz era un grito ahogado. —Lo siento, Shinji... lo siento, mi simple, mi único amor. ¡Perdóname! ¡Por favor, no te vayas! ­—sus ojos derramaban lagrimas sin control sobre mi rostro

Shinji…¿eh?, cierto…ese era mi nombre que recibí…el que me dio mi familia…

Pero la oscuridad me tragaba. El dolor se desvanecía en el recuerdo de mi padre y mi madre. Injusticia. Morí con el sonido de las súplicas de Asaki, sabiendo que mi sacrificio había sido para satisfacer un truco cruel.

Y entonces, el vacío se rompió.

Abrí los ojos en una habitación de lujo. Me levanté, vi el rostro arrogante y rubio oscuro en el espejo.

Kondo Seiji.

El Villano de la trama. Yo, Shinji, que solo anhelaba la justicia, había reencarnado en el cuerpo de la injusticia.

—Imposible…acaso yo soy…— miro mi rostro con incredulidad.

Aquí es donde fue el punto de partida de todo lo que sucederá a partir de hoy...

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