Ficool

El PÁJARO DORADO

CalebYY
7
chs / week
The average realized release rate over the past 30 days is 7 chs / week.
--
NOT RATINGS
96
Views
Synopsis
Ulet, atrapado en un hogar violento y reprimido, observa la tragedia familiar desde la distancia. Tras la muerte de su padre, su verdadero yo, hasta ahora desconocido, comenzará a emerger en medio del drama y los secretos.
VIEW MORE

Chapter 1 - Pájaro Dorado

Soy el cuarto hijo del duque Meleck.

Tengo once años y sé que nunca heredaré el legado de mi padre.

Aun así, paso mis días entre lecciones de economía y contabilidad.

Solo espero que, cuando alguno de mis hermanos tome esta casa, me permita permanecer bajo su mandato.

En el reino, mi padre es visto como el economista que levantó la nación, quien evitó la pobreza con sus ideas y liderazgo, evitando muchas miserias en la primera guerra, que se llevó a cabo antes de mi nacimiento.

Para mí, sin embargo, no es un buen hombre.

Es violento y repulsivo. Se acuesta con mujeres que no son mi madre, visita prostíbulos y se mete con las sirvientas. Esta vez trajo a su amante al palacio, declarando que se quedaría allí. La vi… Verenci, su amante, de cabello castaño y ojos azules. Solo me dio asco.

Mi madre nunca dice nada. Yo… tampoco tengo voz en estas decisiones. Solo me queda observar lo que sucede.

Después de algunos días, aquella mujer solo me dio lástima. Mi padre fue aún más severo, tanto sexual como psicológicamente.

Tiempo después, el reino fue afectado nuevamente por otra guerra: el Reino de Milete quiso conquistar nuestra tierra. La guerra fue dura, y agradecí ser un niño durante aquel tiempo.

Pasaron cinco años. Ahora tengo dieciséis y estoy comprometido con la tercera princesa del reino, por orden del rey y de mi padre.

Mi hermano mayor murió en la guerra. Insistió en unirse, pero cayó en la tercera fila. Para mí, solo fue un idiota; no tenía por qué ir, pero él quiso luchar por el reino. Lo único que quedó de él fue la espada y un recuerdo de agradecimiento por su sacrificio.

Mi segundo hermano falleció por la "enfermedad del sobreviviente", que no llevaba ese nombre por la posibilidad de vivir, sino porque los pocos soldados que regresaban del campo de batalla morían poco después. Quiso ayudar a los plebeyos y pagó con su vida.

Recuerdo sus últimos días: su carne consumiéndose, sus lamentos llenando los pasillos. Nadie podía hacer nada, solo escuchar. Plegarias que nunca llegaron al cielo. Solo podía verlo desde la esquina de la puerta.

Mi tercer hermano, Yellet, de diecisiete años, se prepara para llevar la rienda de esta casa y del título de duque.

—Tú también quieres el legado —me preguntó.

—No me interesa el título —respondí.

—Tan solo no me tires el día que tomes nuestro hogar, hermano.

Él sonrió y dijo:

—No lo haré. Ulet, estarás conmigo siempre…

Soy bastante afortunado, entonces, hermano.

Seré tu compañía.

---

Pasó el tiempo.

A veces miro por la ventana dorada el cielo, como aquel pájaro encerrado en su jaula.

Esta semana fue tranquila. No escuché los látigos golpeando a los sirvientes, ni los gritos y gemidos de Verenci. Mi padre no estaba presente.

Y entonces amaneció. Hoy debía presentarme en el palacio real de mi prometida. Pero apenas abrí los ojos, escuché gritos:

—¡Joven! ¡Joven! ¡Su padre! ¡Por favor, venga!

Mi padre había muerto en su cama. "Su corazón se detuvo", dijeron.

Me vestí rápidamente y fui a su habitación. Observé la decoración dorada y, luego, solo miré a mi madre y a la amante. Sus rostros estaban vacíos, neutros.

Cuando Yellet entró, todo cambió. De golpe, sus lágrimas caían, de mi madre y Verenci.

Como práctica para el teatro.

Entonces comprendí que algo tenían que ver…

Pero no me importaba si lo habían asesinado. Tenían razones: mi madre, abusada; Verenci, golpeada y humillada.

Mi mirada se dirigió a mi padre, aquel hombre que fue. Aquel que levantó el reino ahora estaba muerto.

Luego…

Todo pasó demasiado rápido. Ya estábamos en su funeral. El cielo gris parecía negarse a llorar por él.

Mi prometida, Clavet, se acercó:

—Ulet, ¿te encuentras bien?

—Sí… estoy bien, gracias —respondí.

No sentía nada por él.

Tomó mi brazo y me acompañó hasta que mi padre fue sepultado.

—Ulet, debo conversar contigo… ¿puedes darme un momento?

—Está bien.

Se despidió de los guardias:

—Pueden retirarse. Estaré con mi prometido un momento.

—Está bien, princesa —respondieron, inclinándose antes de marcharse.

Me miró con serenidad, midiendo cada palabra:

—Ulet, sabes que ahora que tu padre no está, puedes romper el compromiso.

—No es necesario —respondí—.

Mi padre pidió mi unión con la princesa, y el rey aceptó por agradecimiento por levantar la nación de la miseria.

Mi padre no se detuvo. Siempre hambriento de poder y reconocimiento, nunca lloró la muerte de mi primer hermano; se molestó porque quería que él se casara con la segunda princesa, y su muerte frustró aquel plan.

—Está bien —dijo Clavet, bajando la mirada—. No te pregunto esto porque quiera romperlo. Solo quiero conocer tu opinión. Estamos unidos desde niños por deseo del rey y de tu padre.

—Sí… —susurré.

—Pero eso no me molesta —sonrió levemente—. Me agrada ser la persona que será tu esposa.

—¿Por qué? —pregunté, casi sin voz.

—Porque seré tu familia, Ulet.

La que no tienes.

Solo pude mirar la belleza de mi prometida mientras escuchaba aquellas palabras.

—Debes saber, aun cuando fue mandato de nuestro rey (mi padre), él me ama, y siempre pidió mi opinión.

Si yo me oponía, esto no se hubiera llevado a cabo.

Así que debes saber que, si estamos juntos, es porque yo lo decidí.

—Pero debes saber algo, Ulet.

La miré: aquellos labios rojos y su piel blanca como la nieve.

—Debes estar siempre para mí. ¿Entiendes?

Como su esposo… más adelante, ese será mi deber.

Agaché la cabeza.

—Muy bien, entonces.

Cambiando de tema, Ulet querido.

Me sonrió con gracia con aquellos ojos verdes.

—Mañana debes visitar el palacio, ¿está bien, Ulet?

—Está bien, mi princesa.

Me presentaré en el palacio real.

Pensaba que mi prometida solo vino a plantear el amor que siente su padre por ella.

Debe ser algo bueno, pensé.

Volví y los vi de lejos; las personas se estaban retirando y solo estaban mi hermano y mi madre allí.

Verenci permanecía en la casa, para no manchar nuestra reputación, y no asistió al funeral.

¿Qué pasaría con ella? ¿Qué haría Yellet? Sus palabras ahora eran ley en el palacio, y yo estaría a su lado hasta que él decidiera.

Vi los ojos de Yellet, hundidos por el llanto. Mi madre lo abrazó, consolándolo con ternura.

—Ulet, ¿fuiste con tu prometida?

—Sí, madre.

—Es hora de que volvamos —dijo Yellet.

Lo rodeé con mi brazo para ayudarlo a caminar.

—¿Te encuentras bien, hermano?

Me miró vacío.

—Sí, Ulet… estoy bien.

Llegamos al palacio y vimos a Verenci lista para irse.

—¿Por qué te vas? —preguntó, con autoridad.

Verenci se sobresaltó.

—Pero… mi señor… tu padre ya no está… no veo por qué debería quedarme.

—Pero estoy yo —respondió Yellet, firme—. ¿Eso no cuenta?

Ella lo miró confundida.

—Sí, mi señor… —susurró.

Yellet subió las escaleras y entró al palacio.

Estaba confundido. Mi hermano la había dejado quedarse. Siendo sincero, pensé que la echaría. Verenci me miró, buscando auxilio. Yo también quería que se quedara. Tal vez… me estaba acostumbrando a su presencia.

Al fin y al cabo, si mataron a mi padre, no importaba. Si fue ella o mi madre… o tal vez juntas, era cosa de ellas. Tenían derecho a hacerlo por todo lo que pasaron.

Sí… Yellet tenía razón. Debía quedarse.

De pronto, mi madre habló con autoridad por primera vez:

—Verenci, entra. ¿No escuchaste a mi hijo?

—Sí, mi señora —respondió ella, agachando la cabeza.

Mi madre avanzó.

Y miré a Verenci.

Solo vi sus lágrimas.

Me acerqué a ella:

—¿Por qué lloras, Verenci? —No la entendía, y siendo sincero, me molestó. ¿No debería estar contenta?

Antes de que pronunciara alguna palabra, dije:

—Ahora seremos una familia de verdad. Ya no está mi padre, ¿no te alegra?

Verenci me miró asustada.

—… joven… —abriendo sus ojos.

Nunca le hablé de esa manera.

Cayó de rodillas llorando.

Sonreí. Avancé entrando al palacio.

Feliz, ahora era el palacio de Yellet.

—Al parecer, princesa… ahora también tendré una familia —murmuré, aguantando mi sonrisa.

Tratando de taparlas con mis manos.

Derechos de autor — Caleb Y.Y