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Tsuki no Mahōtsukai

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Synopsis
En la víspera de Navidad del siglo XXI, una guerra oscura amenaza con destruir la humanidad. Para enfrentar al temible ejército Naxxara y a los Doce despiadados líderes conocidos como "Los 12 Caídos", se convocan los legendarios Hechiceros Lunares, divididos en cuatro rangos: Bronce, Plata, Especial y Estrella, aunque este último aún está incompleto.. El joven Tenjiro ve cómo su hermano menor se convierte en recipiente de uno de Los 12 Caídos , quedando poseído por su poder. Determinado a salvar a su hermano y proteger a la humanidad del exterminio y tortura que buscan infligir estos seres, Tenjiro se une a los Hechiceros Lunares y se adentra en una guerra que definirá el destino del mundo… y su propia familia.
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Chapter 1 - Cap 1:Antes de la tormenta

El aroma a sopa de miso flotaba en la pequeña cabaña como un abrazo cálido. Las vigas de madera crujían suavemente, mecidas por el viento nocturno que susurraba entre los árboles del bosque circundante. La luz dorada de las velas danzaba sobre las paredes, creando sombras que se movían como recuerdos antiguos.

Tenjiro se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano. Sus músculos adolescentes protestaban por el día de trabajo: cortar leña no era tarea fácil, pero alguien tenía que mantener a la familia. A los dieciséis años, él se había convertido en el sostén principal desde que su padre desapareciera tres inviernos atrás.

"¡Tenjiro, la cena está lista!" La voz de su madre, Akira, llegó desde la cocina. Cálida. Siempre cálida, incluso cuando las preocupaciones la mantenían despierta por las noches.

"Ya voy, mamá."

Se dirigió hacia la mesa donde ya se habían reunido sus hermanos. Sukoshi, el menor de trece años, balanceaba las piernas desde su silla, con ese cabello blanco que brillaba como nieve bajo la luz de las velas y esos ojos azules que parecían contener todo el cielo. A su lado, Yuki, su hermana de quince años, trenzaba distraídamente su cabello castaño mientras esperaba. Y Kenji, de catorce, intentaba robar trozos de vegetales del cuenco común, ganándose una mirada reprobatoria de su madre.

La mesa era simple, de madera desgastada por los años. Los cuencos, disparejos pero limpios. La comida, modesta pero preparada con amor. No tenían mucho, pero tenían esto: el calor del hogar y el sonido de las risas que se entremezclaban con el viento.

"¿Cómo estuvo la venta hoy?" preguntó Akira mientras servía arroz humeante en cada cuenco. Sus manos, curtidas por el trabajo, se movían con la gracia de quien ha alimentado a una familia durante años.

"Bien. Vendí casi toda la leña en el mercado del pueblo." Tenjiro tomó los palillos entre sus dedos. "El señor Yamamoto dice que va a necesitar más la próxima semana. El invierno se acerca."

Sukoshi levantó la mirada, una sonrisa traviesa adornando sus labios. "¿Me llevarás contigo mañana, hermano? Prometo no estorbar."

"Eres muy pequeño aún," respondió Tenjiro, pero su tono era suave. "Además, alguien tiene que ayudar a mamá aquí."

"¡Yo no soy pequeño!" protestó Sukoshi, inflando el pecho. "¡Ya puedo cargar troncos igual que tú!"

Yuki se rió, una nota cristalina que llenó la habitación. "Sukoshi, apenas puedes cargar los platos."

"¡Eso no es cierto!"

Kenji, sin levantar la vista de su cuenco, murmuró: "Anteayer te quedaste atascado tratando de mover una rama."

Las mejillas de Sukoshi se sonrojaron. "Esa rama era... especialmente pesada."

La risa se extendió por la mesa como ondas en un estanque. Akira sonrió, esas pequeñas arrugas alrededor de sus ojos marcando años de alegría y preocupación a partes iguales. Tenjiro sintió algo cálido expandirse en su pecho. Estos momentos lo hacían sentir que todo el trabajo, todo el cansancio, valía la pena.

"Está bien," dijo finalmente. "Puedes venir conmigo mañana. Pero solo a observar."

Los ojos de Sukoshi brillaron como estrellas. "¡Gracias, hermano mayor!"

El viento nocturno se intensificó afuera, haciendo que las ventanas vibraran ligeramente. Por un instante, Tenjiro sintió algo extraño: un escalofrío que no tenía que ver con el frío. Como si alguien hubiera caminado sobre su tumba, como decía su abuela.

Sacudió la cabeza. Solo era su imaginación.

Tenjiro se puso de pie, una idea formándose en su mente. Todavía quedaban algunas horas antes del amanecer, y tenía leña suficiente cargada en el carrito. Si salía ahora, podría vender durante la madrugada y regresar temprano para cumplir su promesa a Sukoshi.

"Mamá," dijo, asomándose a la cocina donde Akira terminaba de limpiar. "Voy a salir a vender leña ahora. Así mañana temprano podremos ir Sukoshi y yo juntos a cortar más madera."

Akira frunció el ceño. "¿A esta hora? Hace frío, hijo. Y la gente estará durmiendo."

"Hay gente que madruga. Los panaderos, los pescadores que van al río..." Se encogió de hombros. "Además, entre más temprano regrese, más tiempo tendré con Sukoshi."

Su madre suspiró, pero había orgullo en sus ojos. "Ten cuidado. Y regresa antes del mediodía."

"Lo prometo."

Se dirigió hacia donde dormía Sukoshi, que ya roncaba suavemente abrazado a una manta vieja. Tenjiro le acomodó el cabello blanco con ternura.

"Mañana iremos juntos, hermanito," susurró. "Sin falta."

---

El aire nocturno mordía su piel como cuchillas de hielo. Tenjiro tiró del carrito de madera por las calles empedradas del pueblo, sus ruedas crujiendo con cada piedra suelta. La luna llena lo acompañaba desde arriba, proyectando sombras largas que parecían seguirlo.

Toc, toc, toc.

"¿Leña fresca! ¿Alguien necesita leña?" Su voz se perdía en la madrugada.

La primera puerta se abrió apenas una rendija. Una mujer mayor lo miró con desconfianza.

"¿Qué haces a esta hora, muchacho? Deberías estar en casa."

"Disculpe la molestia, señora. Solo vengo a ofrecer leña para el invierno que se acerca."

"¡A esta hora no! Regresa mañana." La puerta se cerró con un golpe seco.

Toc, toc, toc.

La siguiente casa. Un hombre con cara de sueño apareció en la entrada, frotándose los ojos.

"¿Leña dices? ¿Cuánto cuesta?"

"Diez monedas el manojo, señor."

"Dame dos manojos. Mi esposa se queja de que la casa está fría."

Tenjiro sonrió mientras cargaba la leña. Su primera venta de la noche.

Casa tras casa. Puerta tras puerta. Algunos lo rechazaban con irritación, otros preguntaban qué hacía un joven a esa hora en el frío, pero varios compraron. El peso del carrito disminuía gradualmente.

Toc, toc, toc.

"¿Hay alguien? ¿Leña fresca?"

Silencio.

El frío se intensificaba. Sus dedos entumecidos temblaban mientras sostenía las monedas que había ganado. El cansancio comenzaba a pesar en sus párpados, pero seguía adelante. Una venta más, y luego regresaría a casa.

Toc, toc, toc.

Una casa más. Solo una casa más y regresaría.

La puerta se abrió, revelando a un hombre de mediana edad con el cabello canoso y arrugas amables alrededor de los ojos. Detrás de él, una mujer de rostro dulce se asomó con curiosidad.

"¿Leña a esta hora, jovencito?" El hombre, Hiroshi, se frotó las manos para calentarlas. "¿No tienes frío?"

"Un poco, señor. Pero necesito vender esto antes de regresar a casa."

La mujer, Chiyo, se acercó más. "¡Estás temblando! Hiroshi, mira cómo tirita el pobre niño."

"Estoy bien, señora. Solo... ¿necesitan leña?"

"Por supuesto," dijo Hiroshi, examinando los manojos. "Dame tres. ¿Cuánto es?"

"Treinta monedas, señor."

Mientras Tenjiro cargaba la leña, sus manos entumecidas apenas pudieron sostener los manojos correctamente. Tropezó ligeramente, recuperando el equilibrio en el último momento.

"Muchacho," dijo Chiyo con preocupación, "¿por qué no entras a calentarte? Está nevando más fuerte."

"No, gracias. Mi familia me espera."

"Insisto," añadió Hiroshi. "Solo un momento. Un té caliente no te haría mal."

"De verdad, no puedo. Prometí regresar temprano."

Los copos de nieve caían más densos ahora, creando una cortina blanca que dificultaba la visión. El carrito vacío se sentía extrañamente pesado, y cada paso requería más esfuerzo del que debería.

"Al menos déjanos darte algo caliente para el camino," insistió Chiyo.

"No, yo..." Tenjiro se tambaleó. El mundo pareció inclinarse hacia un lado. Sus rodillas flaquearon.

"¡Muchacho!"

La oscuridad se lo tragó antes de que pudiera responder.

---

El crepitar del fuego fue lo primero que escuchó. Después, voces suaves que hablaban en susurros.

"Parece que el chico agarró fiebre," decía Chiyo con preocupación.

"Pobre jovencito," murmuró Hiroshi. "Tan pequeño y debe salir a mantener a su familia, incluso en estos tiempos."

Tenjiro parpadeó, mirando a su alrededor. Estaba en una habitación pequeña pero acogedora, cubierto con mantas gruesas. El fuego de la chimenea proyectaba sombras danzantes en las paredes.

"¿Dónde... dónde estoy?" Su voz salió ronca.

Hiroshi se acercó con una sonrisa tranquilizadora. "Parece que agarraste fiebre y te desmayaste. Ahora estás en nuestra casita. Si quieres, mañana puedes regresar a casa."

"Gracias, pero mi familia me espera." Tenjiro intentó levantarse, pero sus piernas cedieron inmediatamente. Cayó de vuelta sobre el futon con un gemido.

"¡Por favor quédate!" rogó Chiyo, acercándose rápidamente. "Parece que tienes fiebre alta. Además, la nieve estará cayendo hasta la madrugada. Será menos peligroso regresar entonces."

"Aunque de todas formas debes cuidarte," añadió Hiroshi con tono serio. "De las Naxxaras."

Tenjiro frunció el ceño. "¿Qué son las Naxxaras?"

Hiroshi e intercambió una mirada con su esposa. "Son monstruos negros que pueden adoptar cualquier forma. Terriblemente peligrosos."

"¿Por qué no hay ninguno a la vista?"

"Porque los Hechiceros Lunares los mantienen a raya," explicó Chiyo. "Y de noche rara vez se los ve. La luz de la luna los debilita."

Tenjiro asintió débilmente, aunque las palabras le parecían extrañas, como cuentos de hadas. El cansancio se apoderó de él nuevamente, y sus párpados se cerraron.

La luz dorada del amanecer se filtró por las ventanas cuando despertó. Chiyo apareció con una bandeja de arroz humeante y té.

"Buenos días, querido. ¿Cómo te sientes?"

"Mucho mejor, gracias." Tenjiro aceptó el desayuno con gratitud. "No sé cómo agradecerles."

"No hay nada que agradecer. ¿Dónde vives?"

"Cerca del bosque, señora."

Chiyo asintió. "Cuando regrese a casa, ten mucho cuidado."

Tenjiro se rió suavemente. "Sí, tendré cuidado."

Después de terminar el desayuno, se despidió de la amable pareja. Hiroshi le dio una pequeña bolsa con pan extra, y Chiyo le ajustó el abrigo como lo haría una madre.

"Cuídate, muchacho."

"Gracias por todo."

---

El regreso a casa se sintió más ligero, a pesar del carrito vacío. Tenjiro silbaba mientras caminaba, imaginándose la sorpresa de Sukoshi cuando le contara sobre las Naxxaras y los Hechiceros Lunares. Qué historias tan extrañas.

Pero un temblor recorrió su cuerpo. Debe ser la fiebre, pensó.

El sendero hacia su casa apareció familiar y reconfortante. Casi había llegado cuando algo captó su atención: manchas rojas en la nieve blanca, cerca de la puerta.

Debe ser de algún conejo, se dijo. Mamá probablemente cazó uno para la cena.l

Sacudió la cabeza, desechando cualquier pensamiento oscuro. Su familia lo esperaba.

Abrió la puerta con una sonrisa.

Su bolso cayó al suelo.

Ahí estaban. Su madre, Akira. Yuki. Kenji. Abrazados en el centro de la habitación, pero inmóviles. Sus ojos abiertos y vacíos miraban hacia la nada. Charcos de sangre se habían extendido bajo sus cuerpos, tiñendo las tablas de madera de un rojo oscuro.

Sukoshi yacía junto a la puerta, una mano extendida como si hubiera intentado escapar.

Tenjiro se quedó paralizado. Las lágrimas comenzaron a caer sin que se diera cuenta, creando pequeñas gotas saladas que se mezclaron con la nieve de sus botas.

Un ruido.

Desde el cuarto de Sukoshi.

"Por favor, por favor, que esté bien," murmuró, corriendo hacia la habitación de su hermano menor.

Se detuvo en el umbral.

Sukoshi estaba sentado en la cama, mirando por la ventana. Pero algo estaba mal. Su cabello, antes blanco como la nieve, ahora era negro azabache.

"Hermoso es el sol, ¿no crees, hermanito?

Hace tanto tiempo que no lo veía."

"¿Hermano?" La voz de Tenjiro apenas fue un susurro.

"¿Qué pasó? ¿Tu pelo... es negro?"

Sukoshi se volteó lentamente, y una sonrisa que no le pertenecía se extendió por su rostro. "Soy yo, hermano. ¿No me reconoces?"

Con un movimiento imposiblemente rápido, Sukoshi saltó de la cama y agarró a Tenjiro por el cuello, lanzándolo fuera de la habitación. Tenjiro se estrelló contra la pared opuesta con un grito de dolor.

"¡Jajaja!" La risa de Sukoshi resonó en la casa, pero era una risa que helaba la sangre. "¡Por fin! ¡Después de tanto tiempo tengo un cuerpo!"

Tenjiro se incorporó con dificultad, mirando a su hermano con horror. "Sukoshi... ¿qué te pasó?"

Sukoshi alzó la mirada hacia el cielo. Las nubes comenzaron a oscurecerse de manera antinatural, girando en espiral sobre la casa. Truenos lejanos rugieron, y un relámpago iluminó la habitación con un resplandor violento.

"¿Lo escuchas, Tenjiro? Es mi canto. El rugido del cielo… el poder que late dentro de mí."

Sus ojos destellaron con un brillo eléctrico.

"Ya no soy solo tu hermano… soy el relámpago encarnado. Nada es más rápido, nada es más certero. Y tú… tú no eres más que mi primer testigo."

Extendió la mano, y las chispas comenzaron a correrle por los dedos, crepitando como si un rayo entero estuviera contenido en su cuerpo. Los copos de nieve que caían se evaporaron al instante, sustituidos por descargas que hacían vibrar el aire.

"Admíralo, hermanito. El mundo tiembla ante mí… y pronto tú también lo harás."

Con un chasquido eléctrico, Sukoshi desapareció y reapareció frente a Tenjiro en menos de un parpadeo, como si se hubiera movido a la velocidad de un rayo.

"¡Aléjate de él, niño!"

Una voz potente y fría resonó desde afuera. De la nada, lanzas de hielo comenzaron a formarse alrededor de Sukoshi, tratando de encerrarlo en una prisión cristalina.

"Creo que él ya no es tu hermano."

Una figura se materializó en la entrada: un hombre joven de cabello blanco plateado y ojos morados, con lentes que brillaban bajo la luz. Su presencia irradiaba un frío que no tenía nada que ver con el invierno.

Tenjiro miró hacia su hermano envuelto en descargas que chocaban contra el hielo, luego al extraño que había aparecido de la nada.

Su mundo acababa de cambiar para siempre.