Ficool

Chapter 75 - Capitulo 73

El bosque se había quedado en un silencio espeluznante, roto solo por el sonido de las espadas siendo envainadas y el crepitar de un fuego que la Hermandad encendía apresuradamente. Los gritos del Lord Lolliston y su esposa habían cesado, dejando un hedor a sangre y miedo.

**Oswin "Mano de Hierro"**, el segundo al mando, regresó al claro, su cuerpo cubierto de la sangre oscura y terrosa de los guardias caídos. El guantelete de hierro de su mano izquierda, manchado de rojo, sostenía una pesada bolsa de cuero.

—Fue un gran botín, jefe —dijo Oswin, su voz fría y exenta de emoción. Su rostro, marcado por cicatrices de antiguas batallas, mostraba desprecio, no por las víctimas, sino por la vulgaridad de la situación.

Oswin, el ex-sargento de infantería, había desertado al servicio de una de las Ciudades Libres tras un incidente con un nobles de Bravos. Era un hombre de orden y estrategia, y odiaba la falta de disciplina de la Hermandad, salvó por Ser Rychard.

—Había oro de la Corona y finas joyas de Myr, además de plata corriente —continuó Oswin—. Suficiente para mantenernos abastecidos hasta la luna nueva.

—¡Hahaha! ¡Bien hecho, Oswin! —gritó **Ser Rychard "el Caballero Sonriente"**. Su sonrisa fija parecía aún más ancha ante la mención del oro. El metal precioso era la única cosa que despertaba un interés genuino en su alma vacía.

Del carruaje descendió el **Septon Moryn "el Predicador Rojo"**. El anciano, decrépito y con las túnicas raídas manchadas de sangre, venía arrastrando a un niño por el cabello. Era **Walder Lolliston**, inconsciente y pálido.

El Septon se lamió los labios con un gesto vulgar y asqueroso, que hizo que Oswin frunciera el ceño con absoluto desprecio.

—No había probado una puta tan chillona en mucho tiempo —dijo Moryn, refiriéndose a Lady Myranda.

Oswin lo fulminó con la mirada. El antiguo sargento habría matado al Septon en el acto si no fuera por sus "habilidades". El anciano era un ex-septon expulsado por crímenes carnales con las jóvenes septas, cuyos actos repugnantes disgustaban incluso a los forajidos más duros, pero era útil: tenía rudimentarios conocimientos de medicina y, más importante, era un piromante que sabía fabricar frascos de aceite incendiario.

—¿Y la niña? —preguntó Ser Rychard, señalando el carruaje. Su sonrisa se desvaneció un instante y su humor decayó.

—No dejaba de gritar. Loryn me la trajo, pero chillaba como un cuervo. Tuve que acabar con su patética vida —respondió el Septon, con total indiferencia.

Al oír esto, la sonrisa de Ser Rychard desapareció por completo, revelando la furia fría que se escondía bajo su máscara de jovialidad. El oro era lo único que le importaba, y la vida de una niña era una mercancía.

Con un movimiento sorprendentemente rápido, Ser Rychard sujetó al Septon Moryn por el cuello y lo alzó en el aire. El anciano, a pesar de su corpulencia, no pesaba nada en el firme agarre del líder.

—¡Inservible viejo! —Ser Rychard apretó, los ojos de Moryn se inyectaron en sangre y su rostro se puso rojo—. Habríamos puesto un precio por su rescate, una buena cantidad de oro, pero tú, en tu depravación, acabaste con una posible ganancia. ¡El oro es lo único que nos da poder!

—Lo… lo lamento, jefe —rogó el Septon Moryn con un graznido ahogado, sus pies pataleando en el aire.

Señaló desesperadamente hacia el niño inconsciente que había arrastrado.

—E-es el heredero… del noble —dijo Moryn, tosiendo y luchando por respirar—. Su valor es mayor que el de la niña. Si no le brindo atención médica… morirá.

El aire se llenó del resoplido impaciente de Ser Rychard. El Caballero Sonriente soltó un chasquido de la lengua, sopesando las ganancias contra la necesidad. Finalmente, su mano se aflojó, dejando caer al Septon Moryn al suelo, que se dobló en una tos violenta, sujetándose el cuello.

—Ocúpate de él —ordenó Ser Rychard, su sonrisa volviendo a su rostro, pero con un matiz más siniestro—. Si el niño muere, pagarás su valor en carne. Ya sabes dónde encontramos tu 'sustituto'.

Oswin Mano de Hierro observó la escena, sus ojos fríos registrando el acto de brutalidad calculada. Entendía la mente del Caballero Sonriente: Ser Rychard no era un asesino por placer (salvo cuando torturaba), sino un hombre de negocios implacable. El Septon era solo un recurso que debía ser gestionado.

Mientras Moryn se arrastraba hacia el niño herido para aplicarle un ungüento, Loryn "el Zorro Gris" regresó de su guardia.

—Jefe —siseó Loryn, su tono de voz traicionero y nervioso—. Vi algo en la distancia. Un humo que no es nuestro.

Ser Rychard lo miró con los ojos entrecerrados.

—¿Qué has visto, Zorro?

—Carruajes, Jefe. Muchos. Vienen del norte del bosque. Y no es una caravana de mercaderes… son hombres de armas. Diría que es una patrulla de la Guardia Real, o quizás... el Rey ha mandado a buscar al Lord que acabamos de tomar.

El Caballero Sonriente se cruzó de brazos, su sonrisa se hizo más oscura. La Hermandad tenía cien hombres, pero atacar a la Guardia Real era tentar al destino.

—Hemos tenido suficiente oro por hoy —dijo con la voz cantarina. Hizo un gesto hacia el Toro Negro, que masticaba un trozo de pan robado—. Garn, toma a nuestro pequeño heredero. Loryn, guíanos por el sendero del cuervo, el que va hacia las cavernas de los renegados.

Ser Rychard se rio, un sonido estridente que hizo temblar las hojas.

—¡Dejémosles un pequeño regalo al Rey! Que vea que el Bosque Real no está bajo su dominio.

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