Corriendo bajo el sol abrasador de verano, me movía cerca de la carretera, pero lo suficientemente lejos como para, por fin, haber perdido a mis perseguidores.
No había salido ilesa: llevaba varias heridas de bala que tardaban en regenerarse por la pérdida de sangre.
Mi hambre crecía sin control. El dolor era insufrible. Las heridas me estaban matando.
Necesitaba cazar pronto si quería sobrevivir el tiempo suficiente para mantener viva a mi raza… para alcanzar una mínima normalidad.
Después de todo, el abuelo no había podido protegerme esta vez, y no permitiría que se volvieran a llevar a uno de los míos.
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Varios kilómetros más adelante, desde donde me encontraba antes, vi una bifurcación en la gran carretera que llevaba horas caminando.
Al fijarme bien, uno de los caminos terminaba pronto en tierra, así que decidí seguir por el secundario.
Unas dos horas después, cuando el sol empezaba a caer, llegué a un pequeño pueblo.
Los alrededores estaban llenos de granjas y algunas casas pequeñas.
Me escondí en un granero para que no me encontraran.
Mis heridas comenzaban a sanar, pero aún quedaban balas en mi cuerpo que debía quitarme, mientras mi regeneración trabajaba lenta pero constante.