Ficool

Chapter 5 - CAPITULO 4

Las sombras no eran silenciosas.

No lo eran para Escarlata desde aquella pelea.

Pasaron dos noches desde el enfrentamiento con la espadachin, dos noches sin dormir y su sombra, antes una extensión pasiva, ahora se movía con autonomía mínima pero constante: vibraba, se tensaba cuando alguien mentía cerca, se expandía cuando alguien se enfurecía. Y lo más perturbador: parecía recordar los movimientos de sus enemigos.

En una ocasión, caminando por un mercado deteriorado, se encontró frente a un borracho agresivo que empujaba a un niño por robar una naranja podrida. Cuando Escarlata se acercó, su sombra se deslizó hacia la del borracho por voluntad propia.

Un contacto.

Un destello.

Y de pronto su cuerpo imitó, sin pensarlo, el impulso exacto que el borracho haría para empujar de nuevo.

Lo vio antes de que ocurriera.

Y actuó en consecuencia.

Un golpe seco con el bastón en la muñeca, una rodilla en el estómago. El borracho cayó sin emitir un grito. El niño huyó. Y Escarlata… temblaba.

No por miedo.

Sino porque no había decidido moverse.

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Liora lo esperaba en el viejo campanario, donde acostumbraban reunirse cuando querían estar lejos del Matadero.

Él subió por las vigas, aún con el eco de la sombra latiendo en sus oídos.

Ella lo miró con expresión preocupada. No preguntó de inmediato. Solo le extendió una botella de agua turbia y se sentó cerca, mirando el cielo sucio.

—No has dormido —dijo.

—No puedo. Hay demasiado… ruido.

—¿Ruido?

—En las sombras. En mí. En ellos —respondió, señalando hacia abajo.

—¿Tú… los escuchas?

—No con palabras. Es como si sus intenciones vibraran. Como si yo… sintiera sus movimientos antes de que existan. A través de sus sombras.

Liora frunció el ceño, claramente incómoda.

—Eso no suena como un don, Escarlata, suena como una maldición.

Escarlata no respondió.

Sabía que ella tenía razón.

—¿Y si esa espadachin te activó algo? ¿Y si fue un truco? —insistió ella—. Nadie viene del castillo sin una intención oculta.

—Lo sé. Por eso he estado esperando. Y hoy… alguien más vendrá.

Ella se tensó.

—¿Cómo lo sabes?

Escarlata se volvió hacia ella, serio.

—Porque mi sombra ya lo sabe.

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Al caer la noche, una figura encapuchada apareció en el corazón del Matadero. No fue detenida, ni cuestionada. Caminaba como quien sabe que nadie lo tocará. Su presencia era tenue pero absoluta, como si la oscuridad se organizara a su alrededor.

Escarlata lo esperaba frente a la taberna, con el bastón apoyado en la espalda y los ojos ardiendo de insomnio. Liora se mantenía oculta, entre las sombras de un callejón. Observaba, siempre lista.

—Escarlata —dijo la figura—. Te has despertado.

—No lo pedí.

—Ningún poder antiguo se despierta por cortesía. Se arrastra cuando el mundo está por quebrarse.

El hombre —si es que lo era— bajó la capucha. Su rostro era pálido, marcado con tatuajes circulares que parecían orbitar alrededor de un tercer ojo ciego en su frente.

—Vengo en nombre del Velo Púrpura, una rama olvidada del mundo, no respondemos al trono, ni al cielo. Solo al equilibrio entre los mundos.

—¿Y qué quieren de mí?

—No es lo que queremos. Es lo que tú necesitas entender. Lo que fluye en ti no es magia común. Es un eco del Vacío, una sombra con voluntad. Estás enlazado a una antigua corriente de adaptación. Copias. Asimilas. Evolucionas… no solo para sobrevivir, sino para equilibrar lo que amenaza romperse.

—¿Y cuál es el precio?

—El precio… es ver el mundo como realmente es.

La figura extendió una pequeña caja de madera negra.

—Ábrela cuando estés solo. Si decides aceptar, sigue la sombra del bosque. Si no… que El Matadero te consuma como a todos los demás.

Y desapareció. Literalmente. No caminó, no corrió. Se desvaneció.

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Escarlata abrió la caja esa misma noche, bajo el techo oxidado del campanario, sin decir palabra a Liora. Dentro, encontró:

Un mapa antiguo, trazado con líneas que se movían como tinta viva.

Un anillo con una piedra negra que absorbía la luz en vez de reflejarla.

Y un fragmento de sombra… sí, una sombra suelta, vibrando en su interior como si estuviera viva.

La tocó. Y sintió un torrente de imágenes. No recuerdos suyos.

Recuerdos de otros.

—Lo estás considerando, ¿verdad? —dijo Liora desde el marco de la puerta.

Él asintió.

—Siento que… si no lo sigo, me va a seguir igual.

—¿Y si esto te quita lo que eres? ¿Si ese poder no para de crecer hasta que ya no seas tú?

Escarlata la miró con tristeza.

—¿Y si nunca fui solo yo?

Silencio.

Entonces ella bajó la mirada.

—No te vayas solo. Si vas a enfrentarte al Vacío… alguien debe recordarte antes de que te consuma.

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Los días siguientes fueron un limbo.

Escarlata ya no podía tocar la sombra de alguien sin sentir un estremecimiento. A veces, veía recuerdos aislados. Otras, presentimientos de movimientos.

Su cuerpo respondía sin que él decidiera. Imitaba patrones, estilos, incluso expresiones. Como si ya no fuera del todo dueño de si mismo.

Una noche, mientras caminaba por los tejados, se topó con un ladrón que huía con una bolsa de objetos robados. Cuando el ladrón se giró para lanzar un cuchillo…

Escarlata ya lo había esquivado. Ya había replicado su forma de lanzar.

Y, sin pensar, lo desarmó… exactamente como ese ladrón lo haría.

La sombra del enemigo se estaba fundiendo con la suya.

No podía detenerlo.

Solo adaptarse.

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Una semana después, llegó la señal.

El anillo negro brilló, y su sombra se alargó en una dirección imposible: hacia el este, donde el bosque muerto comenzaba.

No había viento, pero las hojas crujían.

No había fuego, pero el cielo estaba rojo.

Escarlata, con su bastón, su caja y su carga, bajó de los techos.

Liora lo esperaba, sin palabras. Con una daga, y una mochila.

—Te dije que alguien debía recordarte.

—Y yo no puedo impedirte venir.

—Así es.

Juntos caminaron hacia el límite del Matadero.

Más allá… solo quedaba lo desconocido.

Pero también, las respuestas.

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