Ficool

Chapter 11 - Capítulo 11: La Forja del Guerrero

El tiempo, dentro de la Sala del Espíritu y el Tiempo, era un torbellino implacable. Cada segundo que pasaba en el exterior se traducía en días, semanas, meses de agonía y progreso. No había amaneceres ni atardeceres, solo la luz blanca incesante y el silencio abrumador, roto únicamente por el sonido de mis propios esfuerzos.

El primer desafío fue la gravedad. La presión era casi insoportable, aplastante. Mis músculos gritaban con cada movimiento, cada flexión, cada patada. Pero me negué a ceder. Recordé las visiones de mi padre entrenando con gravedad aumentada, la disciplina de Piccolo. Era un infierno, pero un infierno necesario. Mi cuerpo, ya endurecido por años de batalla en el futuro apocalíptico, se transformó aún más, volviéndose una máquina más eficiente, más potente.

Luego vino el objetivo más esquivo: el Super Saiyajin. Había visto la transformación innumerables veces. La ira, el dolor, la desesperación. Intenté replicar esas emociones, gritar mi furia a la nada. Pero no funcionó. La energía se agitaba, pero no se consolidaba en el oro resplandeciente. La clave, me di cuenta, no era solo la emoción, sino la canalización de esa emoción en el Ki. Recordé las palabras de Goku, de Vegeta, sobre el "punto de ebullición".

Día tras día, me enfrentaba a un fantasma invisible de Androides, dejando que la frustración y la rabia hirvieran en mi interior. Visualicé los cráteres humeantes, los rostros aterrorizados, la impotencia que había sentido durante años. Y una tarde, después de un ataque de furia incontrolable que destrozó una parte del suelo de la Sala, sentí una explosión de calor.

Mis músculos se tensaron, mi pelo se erizó y un resplandor dorado me envolvió. Mis ojos brillaron con una intensidad esmeralda. Lo había logrado. Super Saiyajin. La sensación era electrizante, un poder crudo y salvaje que pulsaba a través de mí. La ira que lo había encendido se disipó, reemplazada por una calma depredadora.

Pero esta no era mi meta final. El Super Saiyajin era un multiplicador, una base. Ahora, el verdadero desafío: la Forma Mística.

Me senté en el centro de la Sala, ignorando el hambre y la fatiga, y me sumergí en la meditación. La Forma Mística, hasta ahora, había sido una manifestación reactiva, una capa que podía invocar. Necesitaba dominarla, hacerla tan natural como mi propio aliento.

Comencé a explorar los límites del Aura Mística. Podía manipularla para crear pequeños campos de fuerza, para aumentar mi velocidad sin el uso de Ki, para sentir las vibraciones más ínfimas del entorno. Pero la verdadera revelación llegó cuando intenté fusionarla activamente con mi estado de Super Saiyajin.

Al principio, era una lucha. El Ki del Super Saiyajin era tan explosivo que tendía a rechazar la sutileza del Aura Mística. Intenté fusionarlos, pero era como mezclar fuego con agua. El truco, me di cuenta, no era forzar la mezcla, sino permitir que el Aura Mística se filtrara en cada rincón de mi ser, impregnando el Ki del Super Saiyajin, convirtiéndose en el núcleo silencioso de mi poder.

El cambio fue gradual, pero profundo. El oro brillante de mi aura comenzó a adquirir un matiz plateado, como si mil estrellas estuvieran encapsuladas dentro de él. Mi pelo, aunque erizado, ya no era de un rubio puro, sino que brillaba con vetas de un oro pálido y un sutil resplandor grisáceo. Mis ojos, antes esmeralda, ahora combinaban ese verde con el plateado místico, dándoles una profundidad inquietante.

Cuando me levanté, sentí una ligereza que desafiaba la gravedad de la Sala. Mi fuerza era inmensa, comparable a lo que había soñado. Pero lo más sorprendente era el control. Cada golpe, cada movimiento, cada ráfaga de Ki, llevaba consigo la precisión quirúrgica del Aura Mística. Podía sentir el flujo de energía de la Sala, sus límites. Podía manipular mi propia energía para hacerla casi imperceptible, o para que estallara con una fuerza que desintegraba el vacío mismo.

Ya no era solo Super Saiyajin. Ya no era solo la Forma Mística. Era la Forma Mística del Super Saiyajin, la culminación de dos realidades, la respuesta a una década de desesperación. Había un poder latente, aún inexplorado, más allá de la simple fuerza bruta. Un poder que combinaba la furia Saiyajin con la sutileza de la magia, la espiritualidad y el control absoluto.

Años pasaron dentro de la Sala, entrenando cada aspecto de este nuevo poder. Repetí simulacros de batallas contra versiones fantasmas de los Androides, explorando cómo mis nuevas habilidades podían explotar sus debilidades, cómo la Aura Mística podía interferir con su invulnerabilidad. Aprendí a desviar sus ataques, no solo con fuerza, sino con la manipulación sutil de la energía y el espacio.

Cuando llegó el momento de partir, me sentí diferente. No solo más fuerte, sino más completo. La desesperación había sido reemplazada por una calma inquebrantable, la furia por una determinación fría y calculadora. Estaba listo.

La salida de la Sala del Espíritu y el Tiempo me pareció un parpadeo. El aire fresco del exterior golpeó mi rostro, el sonido de los pájaros (pocos, pero presentes) un recordatorio de que aún quedaba algo por salvar. Abajo, en la Capsule Corp., Trunks y Bulma me esperaban. Sus rostros, diez años más viejos, reflejaban la preocupación, pero también la esperanza.

"Gohan", dijo Bulma, su voz temblaba. "¡Estás... estás tan diferente!"

Trunks me miró, sus ojos azules se abrieron de par en par. Pudo sentirlo. El cambio. El poder.

"¿Estás... estás listo, Gohan?", preguntó Trunks, la voz apenas un susurro.

Lo miré, mi rostro sereno. "Más que listo, Trunks. Los Androides van a conocer al verdadero Son Gohan."

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