El amanecer trajo luz al mundo, pero en aquella pequeña habitación solo reinaba la muerte.
Aunque afuera el sol calentaba tímidamente la ciudad de Trimbel, el interior estaba frío; un aura pesada, casi mortecina, impregnaba el ambiente. En un rincón, una figura encapuchada caminaba de un lado a otro mientras recitaba versos… poemas oscuros, como maldiciones arrancadas del mismo infierno.
Arthur se despertó sobresaltado, escuchando el sonido de huesos crujiendo y una voz que raspaba el aire, como garras arañando cristal. Giró lentamente la cabeza y lanzó una mirada de reojo al Lich. Lo saludó con cautela:
—Buenos días… viejo Lich.
El Lich lo ignoró por completo y continuó con su "obra", murmurando palabras incomprensibles.
Arthur soltó una sonrisa amarga y comenzó a prepararse para salir.
De pronto, el Lich chasqueó sus dedos huesudos y, como por arte de magia, un pequeño trozo de papel apareció en su esquelética mano. Sin siquiera mirarlo, habló con indiferencia:
—Toma.
Arthur lo miró con desconfianza y miedo.
—¿Qué es esto?
—Hoy no iré a ver cómo te destrozan. Tengo asuntos importantes que atender.
—Hizo una pausa y sonrió de forma macabra—. Ese papel es un sello de muerte, imbuido con mi miasma. Si ves que vas a morir… úsalo. Mata a todos los presentes en la academia y, con su sangre, podré escribir mil versos sobre tu trágica muerte.
El Lich estalló en una risa desquiciada:
—¡Kakakakakaka!
Arthur se estremeció. Dudó por un instante, pero al final tomó el sello con manos temblorosas. No quería seguir provocando a esa criatura que podía matarlo en cualquier momento si así lo deseaba.
No preguntó adónde iría el Lich. Simplemente salió de la habitación sin mirar atrás.
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Afuera respiró hondo. El sol comenzaba a trepar sobre el horizonte, iluminando un paisaje cubierto por un grueso manto blanco: la nieve había caído durante la noche.
Las personas empezaban a abrir sus tiendas; el aire frío mordía la piel y la ciudad despertaba lentamente. Arthur avanzó en silencio, con la mirada perdida entre las calles heladas.
Si no me vuelvo más fuerte hoy… el Colmillo Azul me encontrará antes de que termine la semana.
La siguiente fase de la prueba empezaba al mediodía. Necesitaba una estrategia antes de eso.
Recordó su nuevo hechizo. Ya lo estaba comprendiendo, pero aun así… Para estar entre los cinco mejores, no bastaba con "Paso Sombrío" y "Camino Veloz". Necesitaba más poder.
Mientras pensaba, llegó frente a una tienda de alquimia. Un letrero colgaba de la puerta con el dibujo de un caldero.
—Al parecer, ya está abierta.
Empujó la puerta y entró con timidez.
El interior estaba repleto de estanterías cubiertas con libros, frascos y materiales extraños. Calderos humeantes, pergaminos antiguos y pociones de colores se mezclaban en un caos perfectamente ordenado.
Un brasero mantenía un ambiente cálido y acogedor, contrarrestando el frío exterior. Un aroma dulce y herbal flotaba en el aire.
Arthur se detuvo por un instante, maravillado, como un niño en una tienda de dulces. Estaba tan distraído que no notó la figura que emergía de detrás de una cortina.
Era una mujer de unos cuarenta años, elegante y misteriosa. Llevaba una túnica carmesí con bordes dorados y negros. Al hablar, golpeó suavemente con la uña un frasco de cristal, haciendo un "tic… tic…" que llenaba la habitación como si marcara un ritmo oculto.
—Buenos días, jovencito. ¿En qué puedo ayudarte?
Arthur se sintió incómodo y, rascándose la cabeza, respondió:
—Buenos días… la verdad, no estoy seguro de qué busco. ¿Tiene algo que pueda darme fuerza en combate?
La mujer lo miró con detenimiento.
—Depende. ¿Quieres poder a corto plazo… o a largo plazo?
—Algo que funcione rápido. Un aumento temporal de fuerza. No tengo tiempo para entrenar o estudiar ahora.
Ella suspiró.
—Hay muchas formas de aumentar temporalmente los atributos de un guerrero, pero… todas tienen un precio.
—¿Un precio?
—El cuerpo no está diseñado para soportar aumentos artificiales de poder. Si eliges este camino, tendrás consecuencias. Algunas son leves… otras, irreversibles.
Arthur dudó, pero asintió.
—Aun así, muéstrame lo que tiene.
La mujer sonrió de lado.
—Sígueme.
Caminaron hasta un pasillo repleto de frascos. Ella tomó uno y lo levantó frente a la luz: una pequeña píldora amarilla descansaba en su interior.
—Esta es la Píldora del Amanecer. Aumenta tu fuerza y velocidad al doble durante treinta minutos… a cambio de perder permanentemente parte de tu maná.
Arthur abrió los ojos con sorpresa.
—Perder un poco de maná… no suena tan grave. Después de todo, el maná se recupera, ¿no?
Ella lo miró con una mezcla de compasión y burla.
—No, jovencito. Ese es el error de muchos. El maná base no se regenera jamás.
Imagina que naces con 1000. Si consumes esta píldora, perderías 100 para siempre. Serían 900… y esos 100 podrían significar la diferencia entre vivir y morir.
Arthur tragó saliva.
—Entonces… si alguien consume varias, ¿su maná podría caer a cero?
—Exacto. Y cuando eso pasa… mueres.
El rostro de Arthur se tensó.
—Eres joven —dijo ella—. Si quieres seguir vivo, no abuses de ellas. Úsalas solo en un caso de vida o muerte.
Luego tomó un pergamino viejo, cubierto de símbolos.
—Este es diferente. Aumenta fuerza y velocidad, pero a un nivel más leve. El precio es un agotamiento brutal de tu maná, pero no daña tu fuente permanentemente.
Arthur sostuvo el pergamino, sintiendo su energía.
—Si quieres algo confiable, este es tu mejor opción. Pero la decisión es tuya.
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Arthur salió de la tienda con cinco pergaminos de refuerzo y cinco píldoras. Caminaba con paso firme, analizando sus opciones.
Cinco hechizos de refuerzo… treinta minutos de potencia por combate. Mi maná es tres veces mayor que el promedio… debería soportarlo.
Las píldoras… solo en emergencias.
Apretó los puños. La nieve crujía bajo sus botas mientras avanzaba hacia la academia.
En algún lugar de Trimbel, lejos de las miradas, un enorme cargamento de minerales oscuros se movilizaba en silencio. Las arcas estaban llenas de un cristal de brillo púrpura profundo.
Desde lo alto de un tejado, un cuervo negro observaba la escena con ojos llameantes.
El juego estaba a punto de comenzar.
Fin del capítulo.
