Ficool

Chapter 9 - Capíulo 9: Un Respiro en Medio del Caos

*DANIEL*

Las horas pasaron rápido mientras conducía fuera de la ciudad. El sonido del motor de mi coche se convertía en una especie de ruido blanco que me ayudaba a desconectar un poco, aunque no lograba calmar mi mente. Pensaba en todo lo que había pasado, en las chicas, en esa línea que había cruzado con ellas, en lo que estaba por enfrentar con mis padres. Pero lo peor de todo era que, a pesar de todo, no podía dejar de pensar en Anni, mi hermana, y en cómo todo esto sería una pesadilla si ella se enteraba.

Mientras iba en camino, mi celular empezó a vibrar, interrumpiendo mis pensamientos. Al principio pensé que podría ser algo urgente, pero al ver que era el grupo de trabajo, lo abrí de todos modos. Lo que encontré me hizo fruncir el ceño.

Un mensaje de Juan había comenzado la conversación, y a continuación, varios otros de los chicos que estaban en la fiesta la noche anterior. De inmediato me percaté de la foto que había adjuntado, una foto que ni siquiera recordaba haber tomado. Ahí estaba, medio dormido en el sillón, con las chicas, esas malditas chicas, sobre mí, poniéndome labial y rimel, mientras me daban besos en las mejillas y el cuello. Me quedé sin palabras. No recordaba esos momentos de manera tan nítida, pero esa sensación en mi piel, esa mezcla de calor, alcohol y confusión me era extrañamente familiar.

Juan, por supuesto, no dejaba de divertirse con eso. En el video que me envió, me veía bailando torpemente con las cuatro, haciéndome el ridículo frente a todos, mientras él gritaba con voz estruendosa:

"¡Miren a este! ¿No es el jefe más serio del lugar?", dijo entre carcajadas, levantando su copa como si estuviera celebrando. "¡Miren cómo se suelta! ¡Yo también quiero un trago de lo que está tomando!"

Y claro, como si no fuera suficiente, Juan no dudó en comentar después:

"¡Este video va directo al grupo de trabajo! ¡Esto nunca lo vamos a olvidar!"

Mi rostro se encendió al instante al ver ese mensaje. Estaba empezando a recordar cada segundo, cada momento de lo que había pasado, pero no de la manera en que me hubiera gustado recordarlo. Lo que más me sorprendió, y al mismo tiempo me atormentaba, era que estaba ahí, en el video, en ese baile ridículo y en esas fotos. El 'jefe', el hombre serio, el que siempre había intentado mantener todo bajo control, ahora era ese tipo, ese chico borracho haciendo el ridículo con sus mejores amigas. Y lo peor era que todo había quedado registrado.

Las chicas, mis amigas… ellas también se veían diferentes, más cercanas, más atrevidas, y yo, en el medio de todo eso, era incapaz de separar lo que era una broma de lo que había sido un error monumental. No quería pensar en lo que podrían decir si vieran estos videos, o peor aún, lo que podrían pensar si las chicas compartían todo esto con ellos. Pero estaba claro que eso ya era algo irreversible. Lo que pasó, pasó.

Miré el camino frente a mí, el paisaje que cambiaba lentamente mientras seguía manejando. Los recuerdos de esa noche seguían como un peso sobre mis hombros, y aunque me estaba alejando de la ciudad, algo me decía que no podía escapar de lo que había hecho.

Suspiré, apretando el volante, y decidí desconectar del todo. Lo único que quería ahora era llegar a la casa de mis padres, desconectar, y quizás encontrar algo de claridad en ese lugar, en su presencia.

Finalmente llegué a la casa de mis padres, y al ver el huerto que tenían en el patio, sentí una pequeña sensación de calma, como si el aire fresco y el aroma de las plantas pudieran borrar un poco la tensión que arrastraba conmigo. El pequeño taller de mi padre, donde pasaba tantas horas trabajando y distraído, se veía tal como lo recordaba. Mi padre siempre había sido de esos tipos que se dedicaban a su trabajo con pasión, y el taller era su refugio, su santuario, al igual que el huerto lo era para mi madre. A pesar de que tenía otros pensamientos, estos pequeños detalles me hacían sentir la tranquilidad de casa.

Estacioné el coche y, al bajar, llevé los regalos que había traído con la esperanza de que esto al menos sirviera para distraerme por un rato. Mi mirada se desvió hacia el patio, y fue entonces cuando escuché una voz familiar y llena de energía.

"¡Papá Daniel!"

Un pequeño niño corrió hacia mí desde el jardín, y antes de que pudiera reaccionar, se lanzó a mis brazos con una sonrisa radiante. Mi sobrino Mateo, con solo seis años, siempre me había llamado "papá". Era algo que nunca dejaba de sorprenderme. Mateo había sido un bebé que cuidé mucho cuando Anni se los dejaba a mis padres o en mi casa mientras se iba por trabajo o se ocupaba de alguna otra cosa que ocuparía todo su tiempo y no podría cuidarlo. Me encargaba de él, lo alimentaba, lo tranquilizaba cuando lloraba.

Anni nunca le tuvo problema con que me llamara "papá", incluso cuando a veces se burlaba de mí por la forma en que él insistía en llamarme así. Pero era algo que Mateo decía con tanto cariño que no me molestaba. A pesar de que sabía que en el fondo era su tío, él había crecido viéndome como una figura paternal, alguien en quien confiaba profundamente. Pero la verdad, me costaba ver a un niño de seis años con esa mentalidad, con esa forma de pensar tan madura para su edad.

"¡Papá Daniel, papá Daniel!" repetía, abrazándome y saltando emocionado.

Sonreí, un poco forzado por la situación, pero no pude evitar acariciar su cabello desordenado. Era un niño tan lleno de energía que siempre terminaba alegrando cualquier ambiente con su actitud.

"Hola, campeón," le dije, levantándolo un poco del suelo. "¿Cómo estás? ¿Comiste bien hoy?"

Mateo asintió vigorosamente, como si tuviera toda una lista de cosas que contarme. Mi mente, sin embargo, no podía concentrarse completamente en él. A pesar de la alegría de verlo, los pensamientos de la noche anterior, el caos de lo que pasó con las chicas, y todo lo que implicaba esa situación, seguían rondando en mi cabeza. Pero al menos, por un momento, podía desconectar un poco y disfrutar de la compañía de un niño que aún no entendía el peso de lo que estaba sucediendo en mi vida.

"¡Mira, mira!" dijo Mateo, señalando hacia el taller de mi padre. "¡El abuelo está trabajando! ¡Voy a ayudarle!"

Sonreí. La inocencia de Mateo siempre me hacía sentir un pequeño alivio, como si en su mundo aún existiera una simplicidad que yo ya había perdido. Mientras lo veía correr hacia el taller de mi padre, me quedé quieto un momento, contemplando el patio y el hogar de mis padres. Necesitaba esa calma, pero sabía que la tormenta seguía en mi interior, solo que por ahora podía dejarla a un lado y disfrutar de este pequeño respiro.

Me di un par de segundos para respirar profundamente antes de entrar. Sabía que, aunque el refugio de la casa de mis padres me ofreciera un alivio temporal, tarde o temprano tendría que enfrentarme a lo que había dejado atrás.

Al llegar al taller, vi a mi papá inclinado sobre una mesa de trabajo, rodeado de piezas metálicas y herramientas. El olor a aceite, madera y metal me golpeó de inmediato, trayéndome recuerdos de cuando era más joven y solía pasar horas aquí, observando a mi papá arreglar cosas, aprender de él, y hasta intentar ayudar en lo que pudiera. Aunque nunca llegué a ser un experto como él, siempre disfruté el tiempo que pasaba en el taller.

"¡Viejo!" dije, entrando con una sonrisa, alzando la voz para que me escuchara. "¿Cómo va todo?"

Mi papá levantó la vista al escucharme, sus ojos se iluminaron al reconocerme, y dejó de trabajar para venir a darme un fuerte abrazo. Sentí la familiaridad de su abrazo, ese que me hacía sentir que, por más que pasaran los días, nunca nos separaríamos.

"Daniel, hijo, por fin te dignaste a aparecer," dijo con una sonrisa amplia mientras me soltaban. "¿Cómo estás? ¿Todo bien en la ciudad?"

Asentí mientras me sacudía un poco el polvo de encima. "Sí, todo bien. Solo que el trabajo me tiene hasta el cuello. No he tenido mucho tiempo para venir. Sabes cómo es eso…"

Mi papá asintió, comprendiendo. Siempre había estado más enfocado en su trabajo en el taller y, aunque nunca lo decía, sabía que le pesaba que no pudiera pasar tanto tiempo con él.

"Bueno, es lo que hay. Pero aquí estamos, ¿no?" dijo, levantando las manos como si no importara cuánto tiempo pasara, lo importante era que estábamos juntos ahora. "Por cierto, ¿cómo va todo con tus amigos de la oficina?"

Me quedé en silencio un momento, mirando hacia el lado del taller donde Mateo estaba, pasándole una herramienta a su abuelo y observando atentamente como él trabajaba. A pesar de que me sentía algo tenso por todo lo que había ocurrido en la ciudad y las complicaciones con las chicas, no pude evitar sonreír al ver a mi papá y a mi sobrino juntos, tan tranquilos, tan ajenos a mi caos interno.

"Todo bien… bueno, en realidad no tanto," respondí, intentando cambiar de tema. No quería que él se enterara de los detalles. No ahora. "He estado un poco ocupado con el trabajo, pero como siempre, nada que no se pueda manejar."

Mi papá no era tonto. A veces, podía notar cuando algo no iba bien. Pero simplemente asintió y volvió a ponerse a trabajar en su proyecto, confiando en que todo estuviera bien. Mateo, mientras tanto, se acercó con más herramientas, curioso por todo lo que su abuelo hacía.

"¿Y cómo va Mateo?" le pregunté, queriendo desviar la conversación.

"Ah, ya sabes, como siempre, metido en todo lo que hago," dijo, riendo. "Parece que este niño está listo para aprender todo lo que yo sé."

Mateo, con sus ojos grandes y brillantes, observaba con atención cómo mi papá desarmaba una pieza y la volvía a ensamblar, tratando de entender cómo funcionaba. Era increíble ver cómo algo tan simple como una herramienta podía llenar de fascinación a un niño tan pequeño.

"¿Y tú, Mateo? ¿Quieres ser como el abuelo cuando seas grande?" le pregunté.

Mateo asintió de inmediato, su carita llena de orgullo. "¡Sí! ¡Voy a ser mejor que el abuelo, voy a arreglar hasta los coches!"

Mi papá se rió a carcajadas, dándole una palmada en la cabeza. "Pues eso es lo que te espera, campeón. Solo tienes que ponerte a trabajar."

Mientras me quedaba allí, observando cómo Mateo pasaba otra herramienta a mi papá, me acordé de mi madre. Había pasado tanto tiempo desde que no la veía.

"¿Y mamá? ¿Cómo está?" le pregunté a mi papá mientras me acercaba a una mesa para dejar los regalos que había traído.

Mi papá levantó la mirada, sonriendo. "Fue al mercado con Ana," dijo, refiriéndose a Anni. "Seguro ya deben estar de regreso. Siempre hacen todo juntas."

Justo cuando terminó de hablar, escuché desde el patio la voz familiar de mi madre llamando a Mateo.

"¡Mateo! ¡Ven aquí, niño!"

Mi sobrino, emocionado, dejó caer las herramientas y corrió hacia el patio, mientras yo observaba cómo mi madre se acercaba a la puerta de la casa. Con una sonrisa, saludó a mi papá y a mí al mismo tiempo, y me hizo una señal para que me acercara.

"¡Daniel! Finalmente, has llegado. ¿Cómo has estado, hijo?" me dijo con esa calidez que siempre llevaba consigo.

Me acerqué a ella, dándole un fuerte abrazo. "Aquí estoy, mamá. Bien, ya sabes, trabajo y todo eso."

"¿Y cómo va todo? ¿Ya descansaste un poco?" me preguntó, mientras me soltaba y me miraba con un aire de preocupación.

Le sonreí y le dije que sí, que ya estaba tomando un respiro. No quería hablar demasiado del trabajo, así que cambié de tema. "¿Todo bien con ustedes?"

"Sí, todo tranquilo. Ay, ya me está dando nostalgia verte, hijo. Hace tanto que no venías," respondió ella, guiándome hacia la entrada de la casa. "Vamos, entremos. Ana ya debe estar organizando todo."

Al entrar, la casa olía a guiso casero, ese aroma familiar que siempre me hacía sentir como en casa. Anni, con una sonrisa, me saludó desde la cocina.

"¡Hola, hermano! ¿Cómo estás? Qué bueno verte de nuevo," me dijo, dejando lo que estaba haciendo y acercándose para darme un abrazo también.

"Todo bien, todo bien. ¿Y tú?" le respondí, sonriendo mientras me apartaba un poco para mirarla.

"Acabamos de regresar del mercado," dijo Anni, mientras seguía organizando lo que había comprado. "Vine por el pan y algunas cositas para la comida. Pero ya está todo listo, así que siéntate a descansar un poco. Estás en casa."

Me quedé un momento observando todo, respirando profundo. La familiaridad de este lugar siempre me traía paz.

Anni estaba terminando de cocinar, y el aroma que llenaba la casa era tan reconfortante que me hacía sentir como si todo fuera más sencillo aquí. Mateo, con su tarea en mano, se acercó a mí, mostrando esa mirada de preocupación que siempre me hacía reír.

"Papá, no entiendo las matemáticas. ¿Me puedes ayudar?" preguntó, con una sonrisa tímida.

Lo miré y, sin pensarlo, asentí. "Claro, ¿qué es lo que no entiendes?" le respondí, sin dudarlo ni un segundo.

Mientras comenzaba a ayudarle con la tarea, mis padres y Anni seguían platicando, preguntándome sobre el trabajo, mis amigos y cómo me iba en la ciudad. Yo les contaba que todo estaba bien, que mis amigos siempre me ayudaban, que las horas extras eran bien pagadas y que, aunque estaba ocupado, me tomaba algunos descansos de vez en cuando. Nada del otro mundo, solo una charla casual sobre lo que normalmente haría cualquier adulto que estuviera metido de lleno en el trabajo.

Pero entonces, como siempre, mi madre no perdió la oportunidad de sacar el tema del matrimonio, como si fuera un disco rayado.

"¿Y cuándo te vas a casar, Daniel? ¿Cuándo nos vas a dar otro nieto aparte de Mateo?" preguntó, con una sonrisa pícara.

Solté una ligera risa y respondí con tranquilidad. "Todo a su debido tiempo, mamá."

Anni, que estaba cerca, no tardó en soltar una de sus típicas bromas. Con su tono sarcástico, se acercó y dijo: "Seguro… o ya estás en proceso." Señaló mi cuello con un dedo, y eso me hizo fruncir el ceño.

"¿A qué te refieres?" le pregunté, algo confundido.

Anni, con una sonrisa maliciosa, siguió con su comentario: "Sé diferenciar el maquillaje del tono natural de la piel. Todo tu cuello está mucho más diferente que tu rostro y cuerpo. ¿Qué pasó ahí?"

Mis ojos se abrieron en sorpresa. Yo había hecho todo lo posible para cubrir esas marcas en mi cuello con maquillaje antes de salir de casa. ¿Cómo rayos se dieron cuenta? Ni siquiera pensé que fuera tan evidente.

Anni no perdió el tiempo para burlarse de mí. "Vaya, parece que alguien ha tenido una noche interesante. ¿No, Daniel?" dijo, riendo mientras me miraba con esa mirada juguetona que sabía cómo ponerme incómodo.

Mi papá, que estaba observando la escena, soltó una risa divertida y me lanzó una mirada aprobatoria, como si estuviera disfrutando de mi incomodidad. "¿Quién es esa chica, Daniel?" preguntó, con una sonrisa astuta. "¿La traerás a casa algún día?"

Tragué un poco de saliva antes de responder, sabiendo que todo esto solo se estaba volviendo más complicado de lo que ya era. "Tal vez algún día, o nunca, si es posible," respondí, sin mucha convicción.

Mi madre, aunque fingió estar ofendida, no pudo evitar reírse un poco. "Ay, Daniel, siempre tan indeciso. Como si no te conociéramos," dijo, mientras comenzaba su clásico sermón. "En fin, algún día entenderás lo que es tener una familia. Y créeme, eso no es tan complicado como parece."

A pesar de todo, no pude evitar sonreír ante el sermón de mi madre.

"Entonces haré lo posible para traerla si se presenta la ocasión," respondí, tratando de mantener la calma y fingir que todo estaba bien. "Aunque no prometo nada, ya saben cómo son las cosas."

Por fuera trataba de sonar tranquilo, pero por dentro mi mente era un caos. ¿Cómo explicaba lo que había pasado anoche? Cuatro chicas, cada una con su marca en mi cuello, ¿cómo les decía eso? Anni no iba a dejar de burlarse de mí, y mi padre seguramente encontraría la manera de hacer chistes al respecto. No quería imaginar la cara de mi madre si le contara todo lo que ocurrió. Podía sentir su mano pesada golpeando mi espalda con la típica reprimenda que siempre seguía a una conversación como esta.

Mi madre continuó con su charla sobre la familia, sin darse cuenta de lo que realmente rondaba en mi cabeza. "Algún día entenderás lo que es tener una familia," dijo, como siempre lo hacía, pero yo solo pensaba en cómo explicarle lo que había hecho, y si sería capaz de escucharme sin perder la calma.

Si tan solo pudiera deshacer todo lo que ocurrió anoche, ¿cómo podría haber sido tan tonto?

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