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Chapter 161 - La Forja

El aire en la Base Genbu había cambiado. Ya no olía solo a musgo, tierra húmeda y la energía ancestral de la tortuga; ahora, un aroma a aceite de motor, polímeros avanzados y metal recién forjado se filtraba por los pasillos. Habían pasado algunos días desde el pacto oficial, días en los que Ryuusei apenas había dormido, dividido entre el agotador entrenamiento de Snow y la logística de una base que ahora albergaba tecnología militar de vanguardia.

El silencio de la tarde fue roto por el rugido de motores en el exterior. Una flota de transporte canadiense aterrizó en el perímetro despejado. Minutos después, Arthur Sterling entró en la sala principal. El Primer Ministro no vestía su habitual traje de gala, sino una chaqueta de expedición resistente, y su rostro, aunque cansado, mostraba una chispa de determinación.

—Señores, el tiempo de los preparativos se ha terminado —anunció Sterling, saludando a los presentes con un gesto firme—. Mañana al amanecer, un helicóptero de transporte pesado los recogerá aquí mismo. Es hora de que dejen de ser un grupo de resistencia y se conviertan en la fuerza que el mundo espera.

Ryuusei dio un paso al frente, asintiendo. —Estamos listos, Arthur. Mi equipo ha aprovechado cada hora.

—Me alegra oírlo —dijo Sterling, haciendo una señal a sus ayudantes, quienes empujaban varios contenedores metálicos con el sello de la hoja de arce—. Pero no pueden ir a Japón con ropa de calle y equipo remendado. Un buen amigo mío, uno de los mejores ingenieros de defensa en Toronto, ha trabajado día y noche en esto. Son trajes de combate diseñados específicamente para cada uno de ustedes. Espero que los acepten como un regalo del pueblo de Canadá.

Ryuusei miró los contenedores. —Aceptamos, Arthur. Gracias. No te imaginas lo mucho que esto significa para la moral del grupo.

De repente, un destello de luz y un leve sonido de vacío interrumpieron la seriedad del momento. Ezequiel se teletransportó justo al lado de Ryuusei, con los ojos brillando de una manera que recordaba a un niño en la mañana de Navidad.

—¡Dime que son lo que creo que son! —exclamó Ezequiel, lanzándose sobre uno de los contenedores que llevaba su nombre. Al abrirlo, reveló un traje de combate de color negro mate con detalles en gris metálico, hecho de una fibra de carbono flexible que parecía absorber la luz—. ¡Sí! ¡Finalmente! ¡Mi propio traje de héroe!

Ezequiel sacó el traje, lo extendió y, tras unos segundos de admiración, su sonrisa se transformó en un puchero de decepción absoluta. Se giró hacia Ryuusei y Sterling, sosteniendo el traje con una mano.

—Oye, viejo... —dijo Ezequiel, mirando a Sterling—. El traje está increíble, la tela es de otro mundo, pero... ¿dónde está la capa? ¡Un héroe de mi calibre necesita una capa! ¿Cómo se supone que voy a verme imponente cuando me teletransporte si no hay algo ondeando detrás de mí?

Ryuusei soltó un suspiro cargado de paciencia agotada. Sin previo aviso, le propinó un golpe seco en la parte posterior de la cabeza a Ezequiel.

—¡Cállate, idiota! —le regañó Ryuusei—. No estamos en un cómic. Una capa solo serviría para que te engancharas en alguna hélice o para que alguien te atrapara más fácil. Agradece a Sterling por cumplir uno de tus caprichos y darnos equipo real.

Ezequiel se frotó la cabeza, haciendo una mueca de dolor, pero luego bajó la mirada, avergonzado. —Está bien, está bien... Tienes razón. Lo siento, señor Sterling. Es solo que la estética es importante... pero gracias, de verdad. Está genial.

Sterling soltó una pequeña risa. —No te preocupes, muchacho. La funcionalidad salvó más vidas que la estética en la última guerra. Pero no hemos terminado. Ryuusei, por favor, llama a todo el equipo. Tenemos algo más que entregarles.

Ryuusei activó el altavoz de la base. En pocos minutos, Kaira, Bradley, Volkhov, Charles, Aiko y Amber estaban reunidos en el gran salón de armas. La atmósfera era eléctrica. Ver los contenedores alineados les hizo comprender que el momento de la verdad era inminente.

Sterling se paró frente a ellos, abriendo una caja alargada que contenía un arsenal que parecía sacado de una película de ciencia ficción, pero con la robustez del equipo militar real.

—Un traje los mantiene vivos, pero un arma les da la victoria —dijo Sterling en voz alta, su voz resonando en la sala—. Estas no son armas convencionales. Han sido modificadas para trabajar en conjunto con sus capacidades únicas.

Sterling comenzó la distribución:

—Ezequiel —lo llamó, entregándole un hacha de combate de mango largo, forjada en un acero negro que vibraba con una frecuencia casi imperceptible—. Es de una aleación de tungsteno y vibranium sintético. Si vas a estar apareciendo y desapareciendo detrás de los enemigos, necesitas algo que corte cualquier armadura de la Asociación de Héroes con un solo golpe.

Ezequiel tomó el hacha, sopesándola. Su rostro cambió por completo; la diversión desapareció, reemplazada por una mirada de depredador. —Esto... esto sí es serio. Gracias.

—Kaira —Sterling le entregó una funda que contenía una escopeta recortada de última generación—. Sé que tu poder es tu mejor defensa y ataque, y que prefieres controlar a los demás antes de que se acerquen. Pero en caso de emergencia, si alguien rompe tu defensa mental y se acerca demasiado, esta escopeta tiene cartuchos de pulso de choque. No mata si no quieres, pero detiene a un rinoceronte en seco.

Kaira tomó el arma con elegancia. Sus ojos violetas recorrieron el cañón corto. —Espero no tener que usarla, pero agradezco la previsión, Arthur.

—Bradley —el Primer Ministro le pasó un par de empuñaduras reforzadas, una especie de nudilleras con pinchos de diamante industrial—. Cuando te mueves a esa velocidad, tus puños sufren un impacto inmenso. Estas empuñaduras están diseñadas para absorber el retroceso del golpe y concentrar toda tu energía cinética en los pinchos. Puedes atravesar el casco de un tanque si golpeas lo suficientemente rápido.

Bradley se ajustó las empuñaduras, golpeándolas entre sí. El sonido metálico fue agudo y potente. —Perfectas. Ahora mis manos no se sentirán como gelatina después de una pelea.

—Volkhov —Sterling hizo una señal a sus hombres, que sacaron un estuche doble—. Para nuestro mejor tirador. Dos pistolas duales con compensadores de retroceso magnético y un rifle de francotirador de largo alcance con visión térmica y rastreo de firmas de energía.

Volkhov tomó las pistolas, verificando el cargador con una rapidez que solo décadas de combate pueden dar. —Canadienses... saben lo que un hombre necesita para hacer su trabajo. Con esto, nadie se acercará a Ryuusei.

Finalmente, Sterling se acercó a Charles. Le entregó un par de guantes tácticos que tenían sensores de fibra óptica recorriendo los dedos y las palmas.

—Charles, tus explosiones son poderosas, pero difíciles de controlar en espacios cerrados —explicó Sterling—. Estos guantes están conectados a tu sistema nervioso periférico. Te permitirán canalizar tu pirotecnia de forma precisa. Si apuntas con un dedo a un lugar específico, los guantes concentrarán la chispa y el oxígeno en ese punto exacto. Pum. Instantáneo y sin desperdiciar energía.

Charles se puso los guantes, viendo cómo las pequeñas luces led en sus muñecas se encendían en naranja. Apuntó hacia un rincón vacío y sintió la energía acumulándose en la punta de su índice. —Esto es como tener un bisturí hecho de dinamita. Me encanta.

El salón quedó en silencio mientras cada uno probaba su nuevo equipo. Ryuusei los observaba. Ya no eran solo un grupo de personas con talentos extraños; ahora parecían una unidad de élite, una vanguardia lista para desafiar al dios del sol en su propia tierra.

Sterling se colocó frente a Ryuusei, quien también había recibido su traje: uno más oscuro, con refuerzos en el pecho y los antebrazos, diseñado para soportar la fricción y el calor.

—Mañana temprano los recogerán —repitió Sterling, poniendo una mano en el hombro de Ryuusei—. No sé qué pasará cuando lleguen a Japón. No sé si el mundo volverá a ser el mismo después de esto. Pero quiero que sepan que Canadá está con ustedes. No como un grupo de herramientas, sino como amigos.

Ryuusei apretó la mano del Primer Ministro. —Haremos que valga la pena, Arthur. Mañana, la Operación Kisaragi deja de esconderse.

Sterling asintió y se retiró con sus hombres, dejando al equipo a solas con sus nuevas armas y sus pensamientos.

Aquella noche, nadie durmió mucho. En el hangar de la base, el sonido de los ajustes finales en las armaduras y el clic de los cargadores siendo insertados en las armas era el único himno. Ryuusei miró hacia la profundidad de la base, donde Genbu descansaba. Mañana, su "dueña" también sentiría el inicio de la guerra.

Ryuusei se ajustó su propio equipo, sintiendo el peso del metal y la responsabilidad. La imagen de Aurion y sus tres soles cruzó su mente, pero esta vez, al sentir el hacha de Ezequiel, las pistolas de Volkhov y el fuego contenido en los guantes de Charles, el miedo era una sombra pequeña frente a la luz de su resolución.

—Mañana —susurró Ryuusei a la oscuridad—. Mañana, Japón conocerá el frío del norte.

El helicóptero llegaría con el alba, y con él, el primer paso hacia el destino final de la humanidad.

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