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Chapter 171 - Capítulo 15: La Negociación Forzada

La quietud antinatural persistía en el callejón de Ottawa, interrumpida solo por la respiración tensa de Kaira y los sonidos lejanos de una ciudad que aún no comprendía la escala del control que se cernía sobre ella. Los militares canadienses seguían inmóviles, sus mentes cautivas en la Red Desatada que Kaira mantenía a un alto costo físico. La sangre seca marcaba su rostro, y el brillo rojo de sus ojos no había disminuido, testimonio del inmenso esfuerzo. Cerca, atado a una tubería, el Presidente de Canadá, un rehén que momentos antes había hablado de ganar, observaba la escena con una mezcla de furia, pánico y una creciente comprensión de la realidad. Bradley, firme a su lado, vigilaba, su mirada iba de Kaira a su cautivo.

La conversación retomó su curso, cargada con la tensión del desafío anterior y la cruda realidad del presente.

—Muy bien —dijo el Presidente, su voz tensa pero controlada mientras forcejeaba inútilmente contra sus ataduras—. Veo… veo la situación. Tienes a mi ejército… por ahora. Pero esto no durará. No puedes mantener esto. Te estás… te estás agotando.

Kaira no negó la verdad en sus palabras. El esfuerzo era constante, un martilleo detrás de sus ojos. Pero no mostró debilidad.

—Es suficiente por el tiempo necesario —respondió Kaira, su voz baja y firme, cargada de autoridad a pesar de su estado—. Tenemos tiempo. Lo suficiente para lo que se requiere.

—¿Y qué se requiere, exactamente?—preguntó el Presidente, su mirada aguda a pesar del miedo—. ¿Controlar un ejército para vagar por las calles de mi capital? No es sostenible. Te lo dije, mi voluntad no estaba rota. Hay límites a tu… habilidad. Y otros… otros notarán mi ausencia.

—Lo sé—dijo Kaira. La información que obtuvo en la conversación anterior había sido crucial. Comprendió que el control constante y a largo plazo del Presidente (o de figuras de alto nivel con entrenamiento similar) sería un drenaje insoportable—. Por eso… esto cambia.

El Presidente la miró, esperando. Aquí venía la negociación.

—¿Qué gano yo con todo esto?—dijo el Presidente, y esta vez no fue un desafío, sino una pregunta estratégica—. ¿Qué gano yo si coopero contigo? Si facilito lo que necesitas. Si… si te ayudo. Hablemos de términos y condiciones. Tengo información. Tengo influencia… si estoy en posición de usarla. ¿Cuál es mi incentivo?

Kaira consideró sus palabras. No necesitaba su consentimiento para mover al ejército que controlaba, no del todo. Pero su cooperación voluntaria (o forzada por un acuerdo) simplificaría enormemente la logística, la cobertura, el acceso a recursos que el control puro no garantizaba. Necesitaba su legitimidad, por más tenue que fuera.

—Ganas… una oportunidad—dijo Kaira, eligiendo sus palabras con cuidado. A pesar del dolor, su mente estratégica estaba lúcida—. Una oportunidad de entender. De estar al tanto.

El Presidente la miró con escepticismo. —¿Una oportunidad? ¿Por eso debo entregar mi nación a un grupo terrorista que acaba de secuestrarme y decapitar a uno de los suyos en mi despacho?

—Te llevaré con mi líder—dijo Kaira, y la frase tuvo un peso diferente en el aire tenso—. Con Kisaragi Ryuusei.

La reacción del Presidente fue palpable. Sus ojos se abrieron ligeramente, una mezcla de sorpresa y temor. Kisaragi Ryuusei. El nombre que había puesto a su país en guerra, que había provocado la llegada de Aurion. El terrorista más buscado. La oportunidad de encontrarse cara a cara con él… era un incentivo poderoso, peligroso, que apelaba tanto a su instinto de supervivencia como, quizás, a una retorcida fascinación por el hombre que había cambiado el mundo tan abruptamente.

—¿Ryuusei?—murmuró el Presidente—. ¿Me llevarás con él? ¿Y él… qué quiere de mí?

—Él lidera la Operación —respondió Kaira—. Él tiene los objetivos finales. Yo solo ejecuto esta fase del plan. Pero necesita saber algo para la siguiente fase. Necesita saber si… si Canadá nos apoyará.

—¿Apoyarlos?—El Presidente sonrió con ironía—. ¿Después de esto? Dudo que mi parlamento vote a favor. Mi pueblo…

—No hablo de un voto—interrumpió Kaira, sus ojos rojos fijos en él—. Hablo de su apoyo. Su influencia. Su conocimiento de la maquinaria militar y política. Su capacidad para suavizar la logística, para justificar los movimientos que mi control inicie. ¿Puede proporcionar eso? ¿Puede asegurar que la parte de Canadá en este plan… funcione sin la resistencia que mi control constante no puede permitirse? Necesitamos que el ejército se mueva sin problemas mayores. Necesitamos acceso a recursos sin fricciones. ¿Puede negociar eso… a cambio de lo que Ryuusei pueda ofrecerle?

La conversación se volvió un tenso tira y afloja. El Presidente, un pez gordo político acostumbrado a las negociaciones de alto nivel, incluso atado y con un ejército controlado a su alrededor, intentó establecer términos. Quería garantías para su seguridad personal y para la seguridad de Canadá en la medida de lo posible dentro de la locura de la situación. Quería entender el panorama completo, los objetivos de Ryuusei más allá de la movilización. Kaira, por su parte, ofrecía la reunión con Ryuusei como la principal moneda de cambio, prometiendo solo lo que sabía que Ryuusei consideraría aceptable. No podía garantizar la seguridad de Canadá, no realmente, pero podía prometer que su plan no implicaba la destrucción innecesaria de la nación, solo su uso temporal.

Bradley escuchaba en silencio, su mente intentando seguir la compleja danza de poder y palabras. Era fascinante y aterrador ver a Kaira, sangrando y exhausta, negociar con el Presidente, utilizando a su ejército controlado como la palanca más grande del mundo. Su diálogo era preciso, estratégico, despiadado cuando era necesario, pero también buscando una forma de cooperación que sirviera a sus fines.

La negociación fue intensa, llena de pausas tensas y miradas calculadoras. Finalmente, se alcanzó un punto. El Presidente, reconociendo la imposibilidad de escapar o resistir con éxito en ese momento, y picado por la curiosidad (y el miedo) sobre Ryuusei, aceptó un acuerdo tentativo.

—Muy bien—dijo el Presidente, su voz teñida de resignación y astucia forzada—. Les daré mi… mi cooperación en la medida de lo posible. Utilizaré mi influencia. Facilitaré su… logística… a cambio de reunirme con Kisaragi Ryuusei. Quiero entender su locura. Y quiero… quiero garantías. Negociaremos los términos finales con él.

—Entendido—dijo Kaira, un sutil alivio en su voz tensa. Había logrado asegurar el apoyo logístico que necesitaban sin tener que mantener un control total y constante sobre el Presidente, lo cual era insostenible en su estado. La amenaza de liberar al ejército controlado y causar el caos seguía siendo su palanca principal.

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