Salieron del edificio gris del IDSH bajo un cielo que amenazaba lluvia. Kaira caminaba con una rigidez nueva, abrazando el maletín de cuero contra su pecho como si contuviera una bomba de tiempo, lo cual, metafóricamente, era cierto. Su rostro estaba pálido, su mandíbula tensa. La adrenalina de la infiltración y el asco por la violencia mental que había tenido que ejercer sobre el recepcionista comenzaban a pasar factura, dejando un vacío frío en su estómago.
Bradley, vibrando a su lado, notó el cambio. No necesitaba supervelocidad para ver que la "dignidad innegociable" de Kaira estaba a punto de resquebrajarse por el estrés.
Sin decir una palabra, Bradley desapareció.
Fue un estallido de aire desplazado, una ráfaga que levantó las hojas secas de la acera. Kaira se detuvo, parpadeando, molesta por el viento repentino. Antes de que pudiera formular una queja sobre su abandono, Bradley estaba de vuelta.
Había pasado menos de un segundo para Kaira, pero para Bradley había sido una carrera de tres manzanas hasta la cafetería de especialidad que habían pasado antes.
—Toma —dijo Bradley, extendiendo un vaso de cartón grande, humeante y con un protector de cartón.
Kaira lo miró, luego al vaso, y luego a él.
—Es un Macchiato de caramelo con leche de almendras y doble carga, extra caliente —dijo Bradley, recuperando el aliento, aunque apenas había sudado—. Justo como te gusta.
Kaira tomó el vaso, sintiendo el calor filtrarse en sus manos frías. El aroma dulce y familiar la golpeó, relajando instantáneamente una fracción de la tensión en sus hombros.
—¿Cómo...? —Kaira frunció el ceño, la sospecha luchando con la gratitud—. Nunca te dije qué tomo. Ni siquiera hemos desayunado juntos. ¿Cómo sabías mi pedido exacto?
Bradley se rascó la nuca, mirando hacia otro lado, sus pies moviéndose en un repiqueteo nervioso.
—Bueno... te espié —admitió, y al ver la mirada asesina de Kaira, se apresuró a aclarar—. ¡No de forma mala! ¡No soy un pervertido, lo juro! Es solo que... en el aeropuerto de Bangkok, mientras te quejabas del olor, vi que pedías esto en el Starbucks de la terminal. Y luego, en el hotel, vi los sobres de azúcar que sacaste de tu bolso. Mi cerebro... registra cosas. Detalles. Veo las etiquetas, los recibos que tiras... Solo quería... ya sabes, ser útil.
Kaira lo miró fijamente. En cualquier otro contexto, esa atención al detalle habría sido inquietante, rozando el acoso. Pero en los ojos de Bradley no había malicia, solo esa desesperada necesidad de agradar y de ser validado que arrastraba desde su infancia solitaria. Era observación, no depredación.
Kaira suspiró, tomando un sorbo de la bebida. Estaba perfecta.
—Es... raro, Bradley. Muy raro —dijo ella, pero su tono carecía de veneno—. Pero es correcto. Gracias. Lo necesitaba.
Bradley sonrió, una sonrisa amplia y genuina que iluminó su rostro cansado.
Caminaron hacia un parque cercano, un cuadrado de césped verde rodeado de edificios de oficinas. Se sentaron en un banco de madera, lejos de los pocos transeúntes que paseaban perros o corrían. Kaira colocó el maletín sobre sus rodillas y sacó el expediente robado.
La carpeta era de un color manila desgastado, con el sello rojo de "CONFIDENCIAL" cruzando la portada.
—Bien —dijo Kaira, abriendo la carpeta con dedos elegantes—. Veamos quién es realmente Chad Blake.
La primera página no tenía el nombre de "Chad". Decía: SUJETO 409-C: CHARLES BLAKE.
—Charles —murmuró Bradley, inclinándose para leer—. Suena mucho más... normal.
Empezaron a leer. El informe policial adjunto, fechado hace nueve años, era una lectura sobria y técnica, lo que hacía que los hechos fueran aún más horrorosos.
—"Incidente doméstico nivel 5" —leyó Kaira en voz baja—. "Ubicación: Residencia Blake, Suburbios de Detroit. Víctimas fatales: 3. Sobrevivientes: 1 (El Sujeto)."
Los ojos de Bradley se abrieron con horror. —Mato... ¿mató a tres personas?
Kaira siguió leyendo, sus ojos moviéndose rápidamente por el texto mecanografiado.
—A sus padres y a su hermano mayor —confirmó Kaira, su voz carente de emoción, pero tensa—. Tenía diez años, Bradley. Diez años.
El informe detallaba la tragedia. Charles Blake no era un asesino psicópata. Era un niño cuyo poder despertó tarde y de forma violenta. Según el perito forense, el niño había estado "sudando" una sustancia granular fina durante semanas sin que nadie se diera cuenta. No era sudor; era nitroglicerina en polvo y componentes de pólvora negra biológica.
—Llenó toda su casa de pólvora sin querer —dijo Kaira, sintiendo un nudo en la garganta—. Estaba en los muebles, en las alfombras, en el aire. Era polvo invisible. Su familia lo estaba respirando.
Bradley sintió náuseas. —Y entonces...
—Entonces, una chispa —continuó Kaira—. El informe dice que Charles estaba jugando en la sala de estar. Su mano izquierda generó la primera ignición de su poder. Una simple chispa. En circunstancias normales, habría sido un pequeño quemazo. Pero la casa estaba saturada.
La explosión voló la estructura desde los cimientos. No hubo fuego lento; fue una detonación instantánea. Sus padres y su hermano murieron en el acto por la onda expansiva. Charles, al ser el epicentro y tener una resistencia biológica natural a su propio poder, sobrevivió.
—"El sujeto fue encontrado entre los escombros con quemaduras de segundo grado y en estado de shock catatónico" —leyó Bradley—. "La policía lo trasladó inmediatamente a la custodia del IDSH bajo la Ley de Contención de Menores Peligrosos."
Quedó huérfano en un segundo, por culpa de su propia biología.
—No fue su culpa —susurró Bradley, mirando la foto adjunta de un niño de diez años con la cara manchada de hollín y los ojos vacíos—. No sabía lo que hacía.
—El sistema no distingue entre culpa y peligro, Bradley —dijo Kaira, cerrando esa sección del informe—. Para ellos, él era una bomba de tiempo con patas. Lo metieron en el sistema, lo educaron lo justo para que no explotara, y luego... parece que el sistema le falló de nuevo.
Kaira pasó a las páginas más recientes.
—Desapareció del radar hace seis meses —leyó—. "Visto por última vez en las inmediaciones de Vanguard Logistics. Informes de inteligencia sugieren vinculación con redes de tráfico de armas ilegales como ejecutor o fabricante".
—¿Trabajos ilegales? —preguntó Bradley—. ¿Crees que es un criminal?
—Creo que es un chico que mató a su familia por accidente y que el mundo trató como un monstruo —dijo Kaira, cerrando la carpeta con un golpe suave—. Y cuando tratas a alguien como un monstruo el tiempo suficiente, empieza a buscar lugares donde los monstruos son útiles. Probablemente buscaba dinero, o castigo.
Ambos se quedaron en silencio, impactados por la magnitud de la tragedia de Chad. Comparado con la soledad de Bradley o la presión de perfección de Kaira, el dolor de Chad era una herida abierta y sangrante.
El viento sopló, moviendo los mechones sueltos del cabello de Kaira. Ella miró a Bradley, que parecía perdido en sus pensamientos, probablemente comparando su propia orfandad con la de Chad.
—Bradley —dijo Kaira, rompiendo el silencio para cambiar la atmósfera opresiva—. Tengo una pregunta. Con tu velocidad... y viendo lo mucho que te emocionaste con American Warrior... ¿alguna vez diste tus exámenes para la KHS?
Bradley levantó la vista, sorprendido por el cambio de tema. La KHS (Knight Hero System) era la institución dorada, la universidad de élite donde los anómalos obtenían sus licencias para ser Héroes registrados, con patrocinios, fama y legalidad.
Bradley soltó una risa amarga y sacudió la cabeza.
—¿La KHS? No. Nunca me interesó... bueno, miento. Claro que me interesaba. ¿A quién no? Ser un héroe, tener un traje, que la gente no te tenga miedo. Pero... —Bradley se encogió de hombros—. ¿Sabes cuánto cuesta solo el examen de admisión?
Kaira lo miró interrogativamente.
—Treinta mil dólares —dijo Bradley, haciendo énfasis en la cifra—. Treinta mil dólares solo por el derecho a ser evaluado. No reembolsables. Eso es solo para aplicar a la institución. Luego está la matrícula, el seguro de responsabilidad civil obligatorio, el equipo...
Kaira parpadeó. Sabía que era caro, pero nunca había mirado las cifras exactas. Su familia tenía una vida cómoda gracias a su manipulación, pero 30.000 dólares en efectivo era una suma prohibitiva.
—Es un club de ricos —dijo Bradley con desdén—. O tienes padres millonarios, o tienes un patrocinador corporativo desde los doce años como American Warrior. Para chicos como yo, del sistema de acogida... o para gente normal... es imposible.
—Yo tampoco podría haberlo pagado —admitió Kaira, sorprendida por la barrera económica—. Mi poder... es útil, pero no genera dinero legal a menos que trabaje para el gobierno, y me niego a ser su marioneta de interrogatorios.
—Además —continuó Bradley, su voz adquiriendo un tono más serio, casi resentido—, no es solo el dinero. Es la ley. ¿Sabías que hay una enmienda en la constitución estatal? La Ley de Preservación Humana.
Kaira asintió lentamente. —La conozco.
—Las personas "normales" tienen prioridad legal —dijo Bradley, pateando una piedra con frustración—. Si un anómalo y un humano normal tienen un accidente de coche, la culpa se presume automáticamente del anómalo por "manejo imprudente de habilidades", aunque ni siquiera hayas usado tu poder. Tienen más derechos sobre la vivienda, sobre el trabajo... sobre la vida.
Bradley miró el edificio del IDSH a lo lejos.
—Somos ciudadanos de segunda clase, Kaira. A menos que seas un Héroe con licencia y ganes millones para las corporaciones, eres un problema. Por eso Chad está donde está. Por eso tú tenías que esconderte. Y por eso yo corría. Porque ser "raro" es caro y peligroso.
Kaira observó a Bradley con una nueva perspectiva. Detrás de su hiperactividad y su torpeza social, había una comprensión aguda de la injusticia sistémica. Él no era tonto; estaba desencantado.
—Tienes razón —dijo Kaira suavemente—. Es un sistema diseñado para explotarnos o encarcelarnos. Ryuusei... Ryuusei opera fuera de ese sistema. Tal vez por eso le seguimos. Porque él no pide 30.000 dólares. Pide lealtad.
Bradley asintió. —Y no nos pide que seamos normales.
Se quedaron en silencio un momento más, unidos no por la amistad, sino por la comprensión compartida de ser marginados en un mundo que cobraba entrada por la dignidad.
—Deberíamos irnos —dijo Kaira, poniéndose de pie y alisándose el abrigo—. Ryuusei y Brad deben estar esperando. Tenemos una ubicación. Y tengo hambre.
—Yo también —dijo Bradley, levantándose de un salto—. Conozco una hamburguesería cerca. La vi cuando fui a por tu café. Tienen muy buena pinta.
—Hamburguesas —Kaira arrugó la nariz, pero luego miró el vaso de café vacío que Bradley le había traído—. Está bien. Pero si la grasa toca mi abrigo, te usaré de servilleta.
—Trato hecho —dijo Bradley, sonriendo.
Caminaron de regreso al hotel, la distancia entre ellos ligeramente reducida. Ya no eran solo la diva y el idiota; eran dos supervivientes de un sistema roto, llevando el expediente de un tercero que había sufrido aún más.
Llegaron al hotel al anochecer. Ryuusei y Brad estaban en la habitación, con el mapa desplegado y una atmósfera de espera tensa.
—Volvimos —anunció Bradley, entrando primero.
—Y traemos algo más que café —dijo Kaira, entrando detrás de él y lanzando la carpeta manila sobre la mesa, justo encima del mapa de Ryuusei—. Tenemos a Chad Blake. Y la historia no es bonita.
Ryuusei miró la carpeta, luego a Kaira y a Bradley. Notó el cambio sutil en su dinámica, la ausencia de hostilidad abierta.
—Buen trabajo —dijo Ryuusei, abriendo el expediente—. Vamos a cenar. Necesitaremos energía. Si lo que hay aquí es cierto, mañana será un día largo.
