Después de semanas de investigación, cálculos febriles y un desarrollo tecnológico sin precedentes, Dimitri Ivanov finalmente completó su invención más ambiciosa: el Collar de Supresión Regenerativa. Su propósito era simple en su concepto, pero letal en su ejecución. Mientras estuviera activado, el dispositivo emitiría una onda de pulso bio-electromagnético focalizada, capaz de anular cualquier capacidad regenerativa en su portador a nivel celular. Y, lo más importante: si el portador intentaba retirarlo a la fuerza, si la señal se perdía, o si se detectaba un pulso nervioso de desobediencia extrema, el collar detonaría, destruyendo sus cabezas al instante.
Volk no escatimó recursos ni sacrificó la ética en las pruebas. El desarrollo se realizó en una instalación secreta bajo la supervisión de un equipo de élite de científicos militares. Se llevaron a cabo múltiples experimentos con sujetos de prueba anónimos y con animales alterados genéticamente, todos con algún grado de capacidad curativa. En todos los casos, la supresión fue absoluta. Ninguna célula regenerativa pudo resistir la sofisticada tecnología rusa. Dimitri había logrado un avance que Estados Unidos y Japón solo podían soñar: el control de individuos con habilidades regenerativas excepcionales.
Dimitri había estudiado los informes de Ryuusei y Aiko con meticulosidad. Aiko se regeneraba sin dolor, mientras que Ryuusei sufría agonía cada vez que su cuerpo se restauraba. Dimitri tomó nota de este fenómeno y diseñó el collar para adaptarse a sus diferencias biológicas, incluso intentando capitalizarlas. Si la teoría era correcta, Ryuusei, cuya regeneración parecía ser un proceso forzado y agonizante, sentiría un dolor insoportable y paralizante si intentaba forzar su poder, mientras que Aiko, aunque más resistente, quedaría completamente vulnerable ante la amenaza de la detonación.
Cuando los informes finales fueron entregados, la conclusión fue clara: Volk tenía en sus manos el primer artefacto capaz de anular y someter a los metahumanos más avanzados. Ahora poseía un arma para someter incluso a los más poderosos, convirtiendo una Singularidad Anacrónica en un simple peón.
Dimitri ajustó el collar negro, hecho de un polímero ligero y extremadamente resistente, en la mesa de pruebas y lo observó con un orgullo que rozaba la soberbia. Sabía que este invento cambiaría el rumbo de la historia. Lo que no podía prever… era el impacto que tendría sobre el espíritu indomable de Ryuusei y la insolencia de Aiko.
El día en que los collares de supresión regenerativa fueron aprobados, Dimitri recibió la orden directa de Volk:
—Pónselo. Ahora son míos.
Sin ceremonias ni discursos, solo un mandato frío y absoluto.
Junto con un equipo de científicos y guardias armados del FSB, Dimitri descendió a la prisión subterránea donde los dos jóvenes estaban retenidos. Los pasillos de concreto eran fríos y silenciosos, un laberinto diseñado para borrar la esperanza. Todos los presentes sabían que estos prisioneros no eran comunes. No eran humanos ordinarios. Eran anomalías. Y estaban a punto de ser sometidos.
Aiko, la niña de cabello plateado, estaba sentada en su litera, balanceando los pies con su indiferencia habitual. Cuando la pesada puerta de acero se abrió con un silbido mecánico, alzó la vista con una ceja arqueada, evaluando la amenaza.
—¿Vienes a jugar conmigo, Dimitri? —preguntó con una sonrisa burlona, ignorando a los guardias fuertemente armados.
Dimitri no respondió de inmediato. Sostenía el collar negro, con un pequeño dispositivo de titanio en el centro, que emitía un leve zumbido casi inaudible. Aiko lo observó y su expresión cambió. No era miedo. Solo una comprensión instantánea del peligro.
—¿Qué es eso? —preguntó, aunque supo la respuesta antes de formular la pregunta.
—Un seguro. —Dimitri avanzó con calma, sin mostrar prisa—. Anula tu regeneración. Si intentas quitártelo, o si la señal se interrumpe... explotarás.
Su voz era monótona, desprovista de emoción o amenaza. Era una simple declaración de hecho científico.
Aiko entrecerró los ojos, pero no se resistió. Sabía que discutir con él era inútil, y la resistencia solo le daría a Dimitri la oportunidad de probar su invento. Dejó que le colocara el collar alrededor del cuello y sintió un leve escalofrío cuando el mecanismo se activó con un chasquido metálico. El zumbido se volvió interno.
—¿Y ahora qué, papá oso? —preguntó, rozando el dispositivo con la yema de los dedos.
Dimitri la observó por unos segundos, reconociendo la máscara de desafío.
—Ahora eres oficialmente propiedad de Volk, y estás bajo el control absoluto del Estado ruso.
Aiko esbozó una sonrisa pícara, un desafío silencioso.
—Qué romántico. No olvides que la propiedad puede ser robada.
Dimitri no respondió y salió de la celda. El desafío de la niña era irrelevante. La física estaba de su lado.
Ryuusei estaba en su posición habitual, sentado en la oscuridad con la espalda apoyada en la pared. Cuando la puerta se abrió y Dimitri entró con el segundo collar en la mano, el joven no mostró reacción.
—¿Así que finalmente nos domesticarán? —dijo con tono neutral, pero con un brillo peligroso en los ojos, el mismo que Dimitri había visto en los vídeos de Tokio.
Dimitri avanzó con cautela. Aunque Ryuusei estaba desarmado, esposado y rodeado de guardias, su aura era de peligro concentrado.
—Esto no es una negociación —dijo Dimitri—. Te lo pondrás. Y con esto se acabó cualquier intento de rebelión, de escape o de regeneración.
Ryuusei rió por lo bajo.
—Siempre hay una manera, Dimitri. Y cuando la encuentre… serás el primero en saberlo.
Dimitri ignoró sus palabras, acercándose lo suficiente para colocarle el dispositivo. Apenas el mecanismo hizo clic, Ryuusei sintió un ardor extraño recorrer su cuerpo. No era solo dolor; era una sensación más profunda, como si algo estuviera bloqueando el flujo de su propia existencia. Era el bloqueo de su Singularidad, el freno a su poder interior. Era como intentar respirar y descubrir que el aire es denso como el agua.
Ryuusei respiró hondo y cerró los ojos por un momento, canalizando toda su voluntad para ocultar la molestia.
—¿Cómo se siente? —preguntó Dimitri con genuina curiosidad, como un científico observando una reacción química.
Ryuusei abrió los ojos y sonrió levemente. Su sonrisa no llegó a sus ojos.
—Como si me hubieras encadenado con papel. Un inconveniente temporal.
Su voz sonaba confiada, pero Dimitri notó el ligero sudor en su frente y la tensión en su cuello. La mentira era palpable. Dimitri había ganado esta ronda.
Sin decir más, Dimitri giró sobre sus talones y salió de la celda, dejando a Ryuusei en la penumbra con una única certeza:
Debía encontrar la manera de liberarse. Y el único camino de salida era a través de Sergei Volkhov.
Horas más tarde, Dimitri se encontraba nuevamente en la sala de reuniones, acompañado por Rubosky y el propio Volk. Sobre la mesa, los informes de los collares y las reacciones de los prisioneros estaban abiertos.
—Los collares funcionan a la perfección —informó Dimitri, sintiéndose satisfecho—. La supresión es absoluta. No hay posibilidad de escape sin que paguen el precio con su vida. Tenemos el control total.
Volk asintió lentamente, cruzando los dedos sobre la mesa en una postura de poder.
—Bien. Ahora que los tenemos bajo control, es momento de utilizarlos. Ryuusei y Aiko irán tras Sergei Volkhov.
Rubosky exhaló lentamente, sin apartar la vista de Volk.
—Señor… ¿estamos seguros de esto? Ryuusei no es alguien que acepte ser una marioneta. Si sospecha que planeamos deshacernos de él después de que atrape a Volkhov, hará lo imposible por adelantarse a nosotros. Y ese collar no impedirá su teletransportación ni sus armas, solo su regeneración.
Volk sonrió con calma.
—Lo sé. Y por eso, tenemos que asegurarnos de que siga creyendo que tiene el control. Hazle creer que la caza de Volkhov es una necesidad personal, que lo necesita tanto como nosotros necesitamos su ayuda. Mientras Ryuusei tenga un objetivo propio, nos servirá.
Dimitri y Rubosky intercambiaron miradas. Sabían que estaban jugando con fuego, pero si lo manejaban bien, podrían convertir a Ryuusei en el arma más letal que Volk jamás había visto, dirigida por la furia y la ambición.
Dimitri cerró los informes y se puso de pie, asumiendo el mando de la operación.
—Entonces, pondremos en marcha la cacería de Sergei Volkhov. El tren de alta velocidad a los Urales sale en cuatro horas.
Volk asintió, su mirada de halcón fija en el mapa de Rusia sobre la pared.
—Hazlo. Y no olvides, Dimitri… el futuro de todo esto depende de ti.
La reunión terminó, y con ella, comenzó la fase final del plan: la caza de Sergei Volkhov, el mercenario más letal de Rusia, a manos de dos renegados bajo el control de una bomba en el cuello.
