Primera mañana en Hogwarts
La luz de la mañana se colaba tímidamente por la ventana de nuestra sala común, dibujando finas líneas sobre las paredes de piedra. Me desperté con la sensación de que todo había sido un sueño. Parpadeé varias veces, tratando de convencerme de que Hogwarts existía realmente y no era solo producto de mi imaginación. Por un instante, me quedé quieta en la cama, abrazando las sábanas como si aferrarme a ellas pudiera mantenerme en un lugar seguro, antes de decidir levantarme.
Todavía somnolienta, me moví con cuidado para no despertar a mis compañeras de cuarto, quienes probablemente seguirían durmiendo durante un buen rato más. Mis pasos me llevaron al baño común, donde el agua fresca del lavabo pareció despejarme un poco la mente. Me miré en el espejo y me sobresalté al notar las profundas ojeras que marcaban mi rostro. No había dormido mucho en toda la noche: la emoción, los nervios y la presión de estar en Gryffindor en lugar de Slytherin con Walby y los demás habían hecho imposible cualquier intento de descanso.
Mientras me frotaba la cara con las manos, los pensamientos empezaron a acumularse en mi mente como una tormenta silenciosa. ¿Qué relación tendré ahora con Walby y los demás? Walby siempre había mostrado un desprecio absoluto por los leones, y no podía evitar preguntarme si ahora, siendo de Gryffindor, me odiaría más que antes. La idea me hizo encogerme un poco, aunque intenté no darle demasiada importancia; después de todo, hoy comenzaba mi vida en Hogwarts, y cada momento era una oportunidad de empezar de nuevo.
Decidí bajar a la sala común antes que las demás. Las escaleras crujieron bajo mis pies y, al llegar a la puerta, algo me hizo detenerme. En el sillón junto a la chimenea, un chico estaba sentado inmóvil, con la mirada fija en las llamas. Parecía completamente concentrado, como si el fuego guardara algún secreto que solo él podía entender. Al mirarlo, no pareció notarme; no cambió de posición ni un milímetro, incluso cuando tropecé con una mesa cercana y dejé escapar un pequeño resoplido de sorpresa.
—Charlus Potter… —murmuré para mí misma, recordando el nombre que había escuchado en el Gran Comedor—. ¿Qué estará pensando tan seriamente?
Sacudí la cabeza y decidí dejar de observarlo. Tenía un desayuno que atender y mucho que explorar. Caminé hacia el comedor, notando que, a esa hora, aún no había muchos estudiantes. Solo algunos madrugadores, sobre todo de Ravenclaw, que parecían sumergidos en libros y pergaminos, preparándose para adelantarse a las clases. Suspire; mi primer día prometía ser largo, especialmente con la primera clase programada: Pociones con Slytherin.
El pensamiento me hizo tensarme. Genial… ahora no podré esquivar a mis "amigos" de antes. La ansiedad burbujeaba en mi estómago mientras me dirigía al aula, repasando mentalmente lo que diría y cómo actuaría para no parecer demasiado intimidante ni demasiado débil.
Al entrar, la escena me dejó congelada por un instante. Walby estaba allí, rodeada de otros alumnos de Slytherin, y parecían inmersos en una conversación divertida, como si el mundo entero fuera solo suyo. Cada risa y cada gesto cargaban un poco de esa arrogancia que recordaba tan bien. Me sentí pequeña, como si todo mi coraje desapareciera ante su presencia.
Respiré hondo y di un paso adelante, intentando encontrar un lugar donde sentarme. —Hola… —mi voz tembló ligeramente, pero lo suficiente para hacerse oír—. ¿Puedo…?
Walby me miró con una expresión condescendiente, fríamente evaluando mi presencia, y no respondió. La sala parecía congelarse por un segundo: todos los ojos estaban sobre mí, pero nadie me invitó a acercarme ni a unirme a la conversación. El rubor subió a mis mejillas y sentí que un nudo de vergüenza se apretaba en mi garganta.
No pude soportar más la tensión. Giré sobre mis talones, dispuesta a alejarme, pero mi torpeza decidió hacer acto de presencia: tropecé con un pupitre al final del aula y dejé escapar un pequeño grito de sorpresa. Antes de que pudiera recomponerme, una voz cálida y familiar habló:
—¡Eh, cuidado!
Levanté la vista y allí estaba Charlus Potter, con su característica sonrisa radiante y los ojos brillando con una mezcla de diversión y preocupación. Se levantó del asiento y, con un gesto amable, me indicó que podía sentarme junto a él.
—Puedes sentarte conmigo, si quieres —dijo, sin dejar de sonreír—. Parece que necesitas un lugar seguro hoy.
Sentí cómo un pequeño alivio recorría mi cuerpo. Con un asentimiento tímido, me acerqué y me senté frente a él. Charlus hizo un gesto para indicarme que pusiera mis cosas a su lado, y pronto comenzamos a charlar en voz baja, evitando que Walby y sus compañeros de Slytherin nos notaran demasiado.
—No te preocupes demasiado por ellos —me dijo Charlus mientras hojeaba un pergamino—. Todos los grupos tienen sus propios problemas… y sus propias ventajas. Gryffindor no es tan terrible como dicen.
Sonreí un poco, agradecida por su compañía. Charlus tenía una manera de hacer que todo pareciera más ligero, incluso las situaciones incómodas y tensas. Mientras hablábamos, me di cuenta de que había algo reconfortante en estar cerca de alguien que no me juzgaba ni me miraba con desdén.
La clase comenzó, y los estudiantes de Slytherin se acomodaron para empezar a preparar sus pociones. Walby me miró un instante más, con una mezcla de sorpresa y desdén, pero me senté firme junto a Charlus, decidida a no dejar que nada ni nadie arruinara mi mañana. Entre los vapores burbujeantes de las pociones y las instrucciones del profesor, nuestra charla se convirtió en un refugio, un espacio donde podía reír, preguntar y cometer errores sin sentir que todo se derrumbaba a mi alrededor.
A medida que los minutos pasaban, la amistad con Charlus empezaba a germinar de manera silenciosa, casi imperceptible para los demás. Pequeños gestos, sonrisas compartidas y comentarios sobre los ingredientes de las pociones hicieron que me sintiera más segura. Incluso me permití pensar que tal vez, solo tal vez, Hogwarts podría convertirse en un lugar donde no solo sobreviviría, sino que también florecería.
Cuando la clase terminó, Charlus se inclinó un poco hacia mí y susurró:
—Te veo en el desayuno, ¿vale? Tenemos que hablar sobre quién puede quemar menos cosas con las pociones.
Me reí, y por primera vez en mucho tiempo, la ansiedad de mi primera mañana en Hogwarts se mezcló con una chispa de emoción. Quizá Walby no fuera tan importante al final del día, y quizá, solo quizá, esa sonrisa torpe pero sincera de Charlus Potter sería la que marcaría la diferencia en mi primer año.
Mientras salíamos del aula, mi mirada se cruzó con la de Walby una última vez. Un instante cargado de tensión que prometía futuros enfrentamientos, pero que ya no podía opacar la sensación de alivio y esperanza que sentía. Hogwarts apenas comenzaba, y con cada paso, cada conversación y cada pequeño encuentro, mi primer año como leona empezaba a escribirse, página tras página, con sorpresas, risas y, sobre todo, amistad.