Nadie discutió la regla. No porque todos estuvieran convencidos, sino porque oponerse a algo tan lógico habría sido inútil. El silencio se extendió unos segundos más de lo necesario, hasta que una mano se alzó.
Era una mujer baja, de piel morena, rasgos asiáticos y cabello negro liso hasta la cintura. Su postura era firme, sin rastro de duda.
—Estoy de acuerdo con la regla —dijo—, pero quiero saber algo. ¿Qué haremos con el mundo? ¿Volveremos a nuestras vidas como si nada hubiera pasado o vamos a usar nuestros poderes para cambiar las cosas? Porque si es lo segundo, debemos decirlo ahora. Con lo que somos capaces de hacer, seguir obedeciendo a los líderes actuales roza lo absurdo. Soy Kaia, de Filipinas.
El aire se volvió tenso.
Algunos intercambiaron miradas rápidas. Otros fruncieron el ceño. No era la pregunta lo que incomodaba, sino lo evidente de la respuesta que nadie quería decir en voz alta.
Li Wei levantó la mano sin prisa.
—Lo que propones no es liderazgo —dijo con frialdad—. Es tomar el control. Una dictadura global, aunque la disfraces de buenas intenciones.
Kaia giró la cabeza hacia él, con el ceño fruncido.
—Eso no es lo que dije.
—Es exactamente lo que dijiste —respondió Li Wei—. Personas con poder decidiendo qué es mejor para millones que no pueden oponerse.
Kaia apretó los labios. No respondió de inmediato.
—No quiero una dictadura —admitió finalmente—. No me parece justo arrebatar el derecho al voto. Pero esperar cuatro años para competir en elecciones mientras el mundo se hunde es… irresponsable. Tenemos la capacidad de cambiar las cosas ahora.
—¿Y quién decide cuándo "ahora" justifica pasar por encima de todos? —intervino alguien desde el fondo.
El silencio volvió.
Entonces otra mano se alzó. Una mujer de estatura baja, cabello corto y expresión calculadora.
—Soy Min-Ji, de Corea del Sur. Si seguimos por este camino, terminaremos dividiéndonos antes de empezar. Necesitamos un equilibrio.
Varias miradas se clavaron en ella.
—No podemos limitarnos a aconsejar —continuó—. Sin poder político, nadie nos tomará en serio. Pero tomar el control por la fuerza nos convertiría en enemigos del mundo. Propongo un punto medio: intervenir solo cuando sea necesario, incluso mediante presión directa… pero únicamente tras una votación entre todos nosotros.
—¿Presión directa? —repitió alguien—. Dilo claro: amenazas.
—Llámalo como quieras —respondió Min-Ji sin inmutarse—. Pero serán colectivas, no individuales. Nadie actuará por su cuenta.
Una mujer alta, de rasgos elegantes, levantó la mano.
—Emily, Reino Unido —se presentó—. ¿De verdad creen que tenemos derecho a decidir por el resto del planeta?
Irene no esperó a que alguien más respondiera.
—No se trata de derechos —dijo con voz firme—. Se trata de supervivencia. Los recursos del planeta se consumen a un ritmo insostenible. Lo que debería durar un año desaparece en meses. Personas mueren de hambre mientras otros desperdician. ¿Crees que, si no intervenimos, la humanidad sobrevivirá? Porque no lo hará.
Emily sostuvo su mirada, incómoda.
—Si seguimos sin hacer nada —continuó Irene—, los recursos destinados a tres años se agotarán en uno. Luego en meses. Luego en semanas. El final es inevitable si no actuamos.
Emily bajó lentamente la mano.
—…Continúa, Min-Ji.
—Propongo emitir recomendaciones formales a los gobiernos —dijo—. Y si alguno se niega, podremos forzar decisiones clave. Nada permanente. Nada absoluto. Solo cuando sea necesario.
Nadie dijo que no.
Algunos parecían disgustados. Otros, inquietos. Pero nadie se atrevió a oponerse.
Irene volvió a levantar la mano.
—Una última cosa. Reuniones mensuales. Un problema específico por reunión. Decisiones claras. Sin improvisación. Si vamos a hacer esto, debe ser con disciplina.
Hubo asentimientos generalizados.
—La próxima reunión será el 10 de febrero —anunció—. ¿Algún asunto pendiente?
Un hombre alto, de piel oscura y ropa llamativa, levantó la mano.
—Antes de irnos, una recomendación. Durante este tiempo deberíamos estudiar toda la información histórica que nuestra raza ha acumulado. Y hay otro tema: el ausente. ¿Alguien logró contactarlo?
Ferreira asintió.
—Lo intenté. No respondió. Puede que quiera una vida normal… o que su gobierno le haya prohibido cualquier contacto.
—Entonces es un riesgo —dijo alguien—. Alguien como nosotros, fuera de control.
Kaia levantó la mano.
—Deberíamos investigar antes de sacar conclusiones.
—Pakistán y Turquía —intervino Lorenzo—. Comparten frontera con Irán. Tiene sentido.
Las miradas se dirigieron a los silenciosos.
—Aisha, Pakistán —dijo una mujer con vestimenta tradicional—. Me encargaré de buscarlo.
—Osman, Turquía —añadió un hombre barbado—. Yo también.
Dimitri avanzó con una sonrisa peligrosa.
—Si ya terminamos, tengo planes. Creo que voy a pelear con un oso. ¿Alguien se apunta?
Ferreira y Camilo levantaron la mano, divertidos.
Irene suspiró, cansada.
—Esto no es un juego —murmuró—, pero supongo que algunos nunca lo entenderán.
Alzó la voz.
—La reunión termina aquí. Nos vemos el 10 de febrero.
Los grupos comenzaron a dispersarse, organizándose por continentes.
Nadie lo dijo en voz alta, pero todos lo sabían
Acababan de colocar las primeras cadenas sobre el mundo.
Pero la humanidad jamás fue libre; solo cambió de amo una y otra vez.
Así que, al final… ¿qué importaba quién sostuviera las cadenas?
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Aviso importante Esta obra es una creación de ficción. Los personajes, sucesos y diálogos aquí descritos son producto de la imaginación del autor. Cualquier semejanza con personas reales, incluidas figuras públicas como presidentes, líderes políticos o instituciones, es utilizada únicamente con fines narrativos y no pretende reflejar hechos reales ni opiniones sobre dichas personas o entidades. No debe interpretarse como una representación fiel de la realidad, sino como parte de un universo ficticio.
