El Reino del Norte era un lugar duro. Montañas infinitas, inviernos despiadados y hombres y mujeres que se forjaban entre la piedra y el acero. Allí nació mi camino, y allí lo perdí todo. Yo era parte de un gremio de aventureros. Éramos reconocidos en el reino, un grupo que compartía la mesa, las batallas y los sueños. Creía que nada podría rompernos. Pero la vida siempre encuentra la forma de arrancarte lo que más amas. Teníamos una misión: investigar una mazmorra recién aparecida en las montañas. Un abismo oscuro, húmedo, que olía a hierro y a muerte antes siquiera de dar el primer paso dentro. Decían que contenía tesoros, pero nadie habló de lo que realmente aguardaba allí. Recuerdo gritos, el rugir de las criaturas, el choque del acero contra lo imposible. Recuerdo la sangre corriendo por la piedra, mis botas resbalando en ella. Recuerdo los cuerpos… los cuerpos de mis compañeros tirados en el suelo. Yo tenía diecisiete años. En ese instante, algo dentro de mí se quebró. El dolor se convirtió en fuego, y el miedo en un rugido que nunca fue mío. Sentí colmillos bajo mi piel, garras en mis entrañas, una sombra que me devoraba desde dentro. Mi sombra se alargó sobre la pared húmeda de la mazmorra y tomó forma: la silueta de un lobo negro, enorme, con los colmillos desnudos y los ojos encendidos como brasas. Aquella noche no morí. Pero tampoco volví a vivir. El gremio que era mi familia desapareció, y yo quedé solo. Sin maestro, sin compañeros, sin futuro. Un año después debía elegir una escuela, como todos. A los dieciocho, todos los jóvenes del reino deciden su clase y su subclase en una de las academias. Pero yo… no fui. No tuve el valor. No después de haber visto morir a los que más confiaba. Así me convertí en un Viajero. No por elección, sino por cobardía.
Desde entonces, he vagado sin rumbo, cruzando pueblos donde los pobres sobreviven olvidados y los falsos héroes se aprovechan de ellos. El mundo me ve como un errante sin valor, alguien incompleto. Pero dentro de mí, desde aquella noche, sé la verdad: no viajo solo. Siempre está ahí, esperándome. El Lobo.