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Chapter 1 - Capítulo 1: El Renacer Carmesí

El mundo siempre me pareció un lugar extraño. Había nacido en una época en la que los animes y mangas eran ventanas hacia realidades imposibles, y aunque nunca pensé que algo de esas fantasías pudiera alcanzarme, mi obsesión por dos universos marcó cada rincón de mi vida: Naruto y Dr. Stone. Naruto me dio batallas, jutsus y la idea de un destino que podía quebrarse. Dr. Stone me regaló la visión de que la ciencia era magia hecha real, una herramienta para levantarse incluso en las cenizas del apocalipsis.

Y, dentro de todo eso, había un personaje que me fascinaba con una mezcla de repulsión y respeto: Momoshiki Ōtsutsuki. Arrogante, monstruoso, pero poderoso, tan lejano a los humanos que parecía un dios con piel blanca y ojos que perforaban realidades. Lo admiraba porque representaba lo que jamás podría ser: alguien que no dependía de las limitaciones mortales.

La ironía es que el día de mi muerte descubrí que los límites eran más frágiles de lo que creía.

Recuerdo las luces de la ciudad, el frío metal de un auto descontrolado y la última sensación de mi cuerpo mortal partiéndose en un segundo de horror. No hubo túnel luminoso ni despedidas divinas. Solo oscuridad. Pero en esa oscuridad, algo me habló. Una voz áspera, sin emoción, como si recitara un destino que ya estaba escrito: Tu deseo será cumplido. Serás quien admiras.

Cuando abrí los ojos, no vi hospitales ni rostros familiares. Vi un cielo extraño, teñido de nubes pesadas. Y sentí en mis venas un chakra tan vasto que el aire mismo parecía temblar. Mis manos eran pálidas, largas, con un brillo oscuro en las palmas. Allí estaban, los Rinnegan de Momoshiki, palpando el mundo como si me perteneciera.

Al principio pensé que era un sueño. Pero la densidad de ese poder era real. Mi cuerpo no era humano. Era él. Me había convertido en Momoshiki Ōtsutsuki.

Caminé sin rumbo, tratando de entender. Mis pies me llevaron a una colina y desde allí vi la ciudad. Reconocí cada edificio, cada detalle: no era Konoha ni ningún otro lugar del mundo ninja. Era el mundo real, o algo que se le parecía demasiado. Pero antes de poder cuestionarme, el cielo se abrió.

Un rayo verde y brillante cruzó los cielos como una ola imparable. No era un relámpago común. Lo conocía. Lo había visto en páginas y capítulos, en los gritos desesperados de personajes ficticios. Era el rayo petrificador de Why-Man. El inicio de Dr. Stone.

Mi corazón se detuvo un instante. No era posible. Pero lo era. Estaba en ese universo. El mundo entero comenzaba a convertirse en piedra.

Las personas gritaban, los autos se detenían, las aves caían en silencio mientras sus cuerpos quedaban inmóviles. Yo, en cambio, no sentí nada. El rayo atravesó mi piel blanca, acarició mis Rinnegan, pero no me transformó.

Lo entendí de inmediato: era inmune. Mi cuerpo Ōtsutsuki estaba más allá de la petrificación.

Miles de estatuas humanas comenzaron a cubrir la ciudad. Una ola de muerte y silencio arrasaba con todo. Y allí estaba yo, de pie, observando cómo el mundo real se apagaba.

La paradoja me golpeó con una fuerza brutal: conocía esta historia. Sabía lo que venía. El despertar de Senku después de miles de años, la reconstrucción del mundo con la ciencia. Pero nada de eso podía ocultar el hecho de que yo era un intruso con un poder que pertenecía a otro universo.

Me arrodillé en medio de las ruinas, mi mente dividida entre la fascinación y el terror. El fan que había sido saltaba de emoción al reconocer cada pieza de este destino, mientras el ser en el que me había convertido sentía hambre de control, de poder, de experimentar.

El tiempo pasó. No días. No meses. Siglos.

Descubrí pronto que no necesitaba dormir, ni comer, ni beber. Mi cuerpo era inmortal, regenerativo, perfecto. Caminaba entre ruinas y selvas, observando la naturaleza reclamar lo que antes había sido civilización. Los rascacielos cayeron, los bosques crecieron, los ríos cambiaron de cauce. Yo permanecía.

A veces me preguntaba si había perdido la cordura. Hablaba solo, practicaba ninjutsus que no necesitaba, desataba llamas sobre el horizonte solo para sentir el poder. Tenía en mí todos los jutsus que alguna vez admiré: el Rasengan, el Chidori, el Susanoo, el Kamui, todos grabados en mi mente como si fueran recuerdos propios.

El tiempo se volvió irrelevante. Solo el silencio me acompañaba. Y en ese silencio comprendí la magnitud de mi situación: estaba viendo en carne propia lo que Senku viviría cuando despertara.

El día que el primer rayo de sol iluminó una figura agrietada en la orilla del río, supe que el momento había llegado.

Allí estaba él. Senku Ishigami.

Su cuerpo se sacudió, la piedra se rompió en fragmentos y sus ojos verdes brillaron con determinación. No era un sueño. Era el inicio de la ciencia en un mundo dormido.

Lo observé desde las sombras, mi chakra oculto, mis ojos atentos. Podría haberlo matado de un soplo. Podría haber aplastado su existencia antes de que comenzara. Pero no lo hice. Porque yo también era un fan. Yo quería ver cómo Senku luchaba, cómo levantaba la civilización desde la nada.

Solo había un problema.

Yo no era un simple espectador. Era Momoshiki, un dios caído en un mundo que no estaba preparado para él. Y tarde o temprano, tendría que decidir si jugar el papel de aliado, de enemigo o de algo peor.

Mientras Senku caminaba entre árboles, murmurando sobre mil millones cuatrocientos millones de segundos y fórmulas químicas, yo sonreía. Mi mente recordaba cada capítulo, cada giro de la trama. Yo sabía más que nadie lo que venía. Pero el conocimiento era un arma peligrosa.

Porque en mis venas corría un poder que podía destruir o salvar. Y porque en mi interior, el hombre que había sido aún luchaba contra la arrogancia fría de un Ōtsutsuki que quería devorar el mundo.

Me levanté, la brisa agitó mi cabellera blanca, y pronuncié en voz baja:

—Bienvenido al nuevo mundo, Senku.

Yo sería el observador. El guardián en las sombras. El dios inmortal que había llegado demasiado pronto a una historia que debía escribirse con ciencia y sangre.

Y cuando llegara el momento, el mundo sabría que un Momoshiki inmortal estaba allí desde el principio.

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