Ficool

El Hijo Olvidado

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Chapter 1 - Prólogo

La lluvia era lo único que escuchaba.

Golpeaba mi capucha, mis hombros, mis manos desnudas.

Era tan fuerte que parecía querer borrarme del mundo, como si el cielo mismo me escupiera de vuelta a la tierra.

Aun así, yo avanzaba. No podía detenerme.

No estaba hecho para detenerme.

La Orden no nos enseñaba a pensar. Nos enseñaba a cumplir.

Entra, mata y desaparece. Ese era mi destino aquella noche.

Mi respiración se confundía con el viento mientras trepaba los muros del castillo.

Mis dedos sabían dónde aferrarse incluso en la piedra más húmeda, como si mi cuerpo hubiese sido moldeado solo para eso: para cazar.

Una daga entre los dientes, otra en la mano. El hierro era mi única verdad.

Dicen que los hombres recuerdan su infancia en momentos de silencio, pero yo… no tenía recuerdos que buscar.

Ni una madre que me arrullara, ni un hogar que me esperara.

Solo el vacío y la voz de los instructores retumbando en mi cabeza: "No eres un hombre, eres un arma. Las armas no dudan."

Aun así, cada vez que el viento aullaba fuerte, una imagen fugaz me atravesaba: un carruaje bajo la tormenta, un grito ahogado, una mano cálida que se me escapaba. No sabía de dónde venía, pero estaba allí, clavada como una astilla en mi mente.

Sacudí el pensamiento. No había espacio para distracciones.

Salté al otro lado de la muralla, cayendo con la ligereza de una sombra.

Mis botas apenas hicieron ruido en el suelo encharcado. El patio estaba vacío, demasiado vacío.

Una quietud que helaba los huesos.

No me gustaba. Nada de esto me gustaba.

El plan era simple: colarse, atravesar el salón, llegar a la alcoba del noble y segar su vida antes del amanecer.

Pero los guardias parecían multiplicarse en los pasillos, como si supieran que yo vendría.

Me escabullí por un arco lateral, pegado a las paredes, conteniendo la respiración cada vez que una antorcha iluminaba el corredor.

Avancé hasta el corazón de la fortaleza, hasta que mis pies tocaron mármol en lugar de piedra.

El salón principal.

Lo sentí antes de verlo: la emboscada.

Las armaduras brillando a ambos lados, ocultas tras columnas.

Los arqueros en las vigas altas.

El silencio ensordecedor de una trampa cerrándose sobre mí.

Y entonces escuché la voz.

—Llegaste tarde, Cuervo.

Un hombre surgió de las sombras, uno de los míos. Un hermano de la Orden.

Su sonrisa era cruel, llena de algo que no comprendí en ese instante: traición.

No tuve tiempo de preguntar por qué.

Las flechas descendieron como lluvia negra.

Rodé hacia adelante, mi daga volando hacia el primer arquero.

El hierro se hundió en su garganta y cayó sin un grito.

Me lancé sobre los guardias más cercanos, esquivando una lanza que me habría atravesado el costado.

Clavé mi cuchillo bajo su quijada y lo giré con precisión. El hombre cayó sin vida.

La sangre salpicaba, el ruido del combate se mezclaba con el rugido del viento.

El filo de mi espada corta encontró otra garganta, luego un abdomen.

Mis músculos se movían solos, guiados por años de entrenamiento brutal.

Un guardia intentó rodearme. Salté sobre la mesa de banquete, pateé las copas y platos hacia su rostro, y mientras se cubría le atravesé el hombro con mi hoja. Su grito se perdió entre el caos.

Otro arquero disparó. Sentí la flecha rozar mi mejilla.

Rodé al suelo, levanté un cuchillo y lo lancé con la misma rapidez que respirar.

El proyectil encontró su ojo. El hombre cayó desde lo alto.

No había tiempo para contar. Eran demasiados. Cada vez que derribaba a uno, dos más surgían de las sombras.

Y entonces ocurrió.

Un murmullo arcano recorrió el salón. El aire se volvió espeso, cargado de energía.

El traidor levantó la mano, y un círculo de fuego azul se abrió en el suelo.

No eran llamas normales: era como si el cielo se hubiese quebrado y la magia cruda hubiera descendido.

El estallido me lanzó contra el muro. Sentí mis costillas romperse, la sangre llenar mi boca.

El eco del estallido hizo que todo se volviera borroso, lejano.

Caí de rodillas.

Intenté levantarme, pero el mundo giraba. Vi el rostro del traidor acercarse.

Vi el brillo de satisfacción en sus ojos. Y antes de que pudiera decir palabra, la oscuridad me reclamó.

***

Lo siguiente que recuerdo es el calor. No de un incendio, sino de un fuego bajo, hogareño.

Oí voces suaves, palabras sencillas que no reconocía.

Sentí el roce áspero de vendas sobre mis brazos, el olor a hierbas curativas.

Abrí los ojos, pero no vi torres ni muros ni espadas.

Vi madera vieja, un techo humilde, y manos callosas que me sostenían.

—Tranquilo —dijo una voz femenina, cálida como ninguna que recordara—. Estás a salvo.

A salvo.

¿De qué?

¿De quién?

Quise hablar, pero no recordaba cómo me llamaba.

No recordaba quién era. No recordaba nada.

El vacío que siempre me acompañó se tragó hasta los últimos restos de mí.

Ese fue el día en que morí… y el día en que volví a nacer.