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Chapter 1 - El Comienzo de Todo

Capítulo 1

El Comienzo de Todo

"Elyndra: entre la luz y la oscuridad"

En un mundo que alguna vez fue uno solo, donde humanos y monstruos compartían ríos, cielos y bosques, la paz era solo una palabra vacía. Las diferencias no eran solo físicas; estaban grabadas en el alma.

Los humanos temían la fuerza salvaje de los monstruos.

Los monstruos despreciaban la arrogancia de los humanos.

De esa tensión, de los gritos, las lágrimas y los sueños rotos, nacieron dos fuerzas opuestas, dos entidades que jamás debieron existir… pero que eran necesarias.

La primera surgió de la esperanza, del anhelo silencioso de quienes soñaban con un mundo mejor. Su cuerpo no era de carne, sino de luz pura, y su voz sonaba como un eco cálido que podía calmar hasta la tormenta más feroz.

Su nombre: Elyon, la Luz.

Su poder: la creación.

Donde él caminaba, el aire se llenaba de aromas frescos, las flores brotaban y las heridas sanaban.

La segunda nació del dolor que nadie quería ver, de las emociones enterradas y el odio que se acumulaba como un veneno imposible de contener. Su forma era una sombra viva, su mirada un océano profundo donde brillaban destellos rojos como brasas.

Su nombre: Selhara, la Oscuridad.

Su poder: la destrucción.

Allí donde ella pasaba, la tierra se agrietaba y los cielos se teñían de rojo.

Y, sin embargo, cuando Elyon y Selhara se encontraron por primera vez, no se vieron como enemigos… sino como iguales.

Ambos entendieron que eran hijos del mismo mundo roto.

Ambos deseaban acabar con la guerra eterna.

Fue entonces cuando hicieron un pacto:

—Dividiremos este mundo en dos reinos —dijo Elyon, con una voz como la aurora—. Uno regido por la Luz, otro por la Oscuridad. Y así, en el equilibrio, habrá paz.

Selhara sonrió, una sonrisa apenas perceptible entre sus velos negros.

—Mientras exista respeto… yo acepto.

Así nació Elyndra, un mundo con dos corazones.

Al este, el Reino de la Luz, gobernado por Elyon.

Al oeste, el Reino de la Oscuridad, guiado por Selhara.

Por un tiempo, la promesa funcionó. Humanos y monstruos, separados por frontera, vivieron bajo un frágil equilibrio. Pero las semillas de la ambición y el odio germinan rápido.

En el Reino de la Luz, los ministros más cercanos a Elyon comenzaron a mirarse en espejos de oro y a sentirse dioses.

—Los monstruos son bestias —murmuraban—. No merecen tierras ni derechos.

Poco a poco, su desprecio se convirtió en plan.

Un único gobierno. Una única fe. Una única luz…

Mientras tanto, en la Oscuridad, Selhara empezó a cambiar. Su poder de destrucción, su esencia misma, comenzó a mutar. Una noche, al tocar el suelo, brotó una flor negra y plateada. Era imposible… y hermoso.

Ella, la destructora, estaba creando vida.

Cuando la noticia llegó a la frontera, los ministros de Elyon vieron su excusa perfecta.

—¡Es peligrosa! —dijo Altherion, ministro de la Guerra Sagrada—. Si controla la creación y la destrucción, superará a Elyon. Debemos atacar antes de que sea tarde.

Elyon dudó… pero ellos eran su consejo, su familia política. Y las voces de los ministros sonaban como verdades.

La guerra comenzó.

 El primer ataque cayó como un trueno sobre el Reino de la Oscuridad.

Selhara apenas tuvo tiempo de alzar sus manos envueltas en sombras para invocar un muro negro que cubrió el horizonte.

—¡Protejan la frontera! —ordenó a sus ministros, los temidos Night Black sus identidades eran desconocidas 

Ellos, cubiertos con capas y máscaras, formaron un círculo de poder mientras ella misma se enfrentaba a Elyon.

Elyon no venía como un hombre, sino como un sol vivo, una esfera de luz tan brillante que quemaba a quien la miraba de frente. Selhara tampoco era humana en ese instante: una sombra líquida, con destellos rojos ardiendo en su interior.

La batalla duró un día y una noche.

El cielo se partió. La tierra tembló. Los mares retrocedieron.

Cada choque de luz y sombra creaba tormentas que arrasaban aldeas enteras.

Hasta que Elyon, cegado por un último impulso, liberó todo su poder en un solo golpe. Una explosión blanca lo envolvió todo.

Cuando la luz se disipó… Selhara ya no estaba.

 Elyon cayó inconsciente. Sin su líder, el Reino de la Luz quedó en manos de sus ministros, quienes no perdieron tiempo.

—Expulsad a los monstruos —ordenó Lucavius, ministro de la Ley—.

Y así, humanos y ministros de la Oscuridad fueron exiliados a las Tierras Yermas, un lugar sin sol, sin ríos, y donde el viento cortaba la piel.

Los ministros de Elyon recibieron fragmentos de su poder, volviéndose casi divinos:

Caelion – ministro de la Justicia Celestial

Altherion – ministro de la Guerra Sagrada

Lucavius – ministro de la Ley de la Luz

Solaris – ministro del Sol Eterno

Eryndor – ministro de la Fe Radiante

Serenya – ministra de la Pureza

Auralis – ministra de la Sanación

Elyssara – ministra de la Sabiduría

Solianne – ministra de la Devoción

Lumivelle – ministra de la Guarda de Luz

En el exilio, los Night Black juraron lealtad eterna a Selhara, aun cuando su deidad ya no estaba presente. Guiados por ese juramento, entrenaron a los monstruos desterrados hasta convertirlos en temibles demonios, dotándolos de fuerza, estrategia y disciplina.Con el tiempo, transformaron aquellas tierras olvidadas en un reino propio, donde sus habitantes —monstruos y demonios por igual— trabajaban y vivían con la misma organización que cualquier humano.Ese territorio, envuelto en sombras perpetuas, se convirtió en un santuario impenetrable… un lugar donde ningún habitante del reino de la Luz podía poner un pie.

En secreto, los ministros Night Black se preparaban para cumplir la última orden de su reina:

"Pasados cien años… reúnanse los diez. Formen el círculo. Derramen su sangre y pronuncien mi nombre diez veces. Y cuando regrese… ocúltense, pues el enemigo no debe saber quiénes son."

Cien años después…

La luna roja colgaba sobre las Tierras de los demonios como un ojo sangrante. El viento silbaba entre rocas afiladas.

En el centro de un claro, diez figuras con capas negras formaban un círculo perfecto.

Uno a uno, se cortaron la palma de la mano. La sangre cayó al suelo seco, dibujando símbolos antiguos que ardieron en fuego violeta.

—Selhara… —susurró el primero.

—Selhara… —repitió el segundo.

Diez veces, su nombre resonó, hasta que el suelo tembló como si algo gigante despertara.

Del centro del círculo, un rayo de luz negra ascendió al cielo. Dentro de él, una silueta femenina se formaba poco a poco.

Su cuerpo estaba envuelto en velos morados y oscuros, que no dejaban ver su rostro ni su piel. Solo sus ojos, rojos y fríos como el vacío.

Cuando habló, su voz fue un eco que estremeció a todos:

—…He vuelto.

En ese mismo instante, en la frontera entre las Tierras de los demonios y el Reino de la Luz, una joven de cabello blanco y piel morena caminaba bajo la misma luna roja.

Su único ojo dorado que dejaba ver reflejaban determinación… y un secreto que aún nadie conocía.

Y entonces…

Un rayo dorado cayó del cielo, impactando justo entre ella y las murallas del Reino de la Luz. Ella solo paso por lo escombros cruzando al reino de luz. Camino por días hasta llegar a un pueblo...

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