Ficool

Chapter 41 - Sotano

Temprano por la mañana, Snape ya se encontraba listo para partir y observó a Loki preparando el desayuno.

—Loki, dile a León y Anya que tuve una emergencia —ordenó Snape.

—Como ordene, maestro —respondió humildemente el elfo.

Severus desapareció entre llamas verdes dentro de la chimenea mientras pronunciaba:

—Callejón Diagon.

Al llegar al Caldero Chorreante se encontró con un grupo de cuatro duendes, que lo miraron con atención en cuanto apareció.

—Llegas puntual, mago —gruñó uno de ellos.

—¿Cuál es el negocio que nos propones? —preguntó otro.

—Necesito construir un sótano. Con refuerzos de acero y bloques de piedra.

—Un encargo inusual —bufó un duende.

—Sí, muy inusual —rió otro con burla contenida.

—Entendido. Enviaremos una cuadrilla por la tarde. Pero recuerde: el pago será por adelantado.

Snape sacó de su túnica una bolsa de dinero y la puso sobre la mesa para entregársela al duende.

El duende chasqueó los dedos y frente a ellos apareció un pergamino y una pluma.

—Las cosas deben ser claras, profesor. Es un contrato. No tendrá problemas en firmarlo, ¿verdad? —sonrió el duende.

Severus solo lo miró fijamente, tomó el pergamino y lo leyó de principio a fin antes de firmarlo.

—Todo correcto —dijo el duende, doblando el contrato.

Snape se despidió de ellos y salió por la puerta que conectaba con el Londres muggle. Caminó varias cuadras hasta llegar a la parada de buses.

Las personas lo observaban de reojo por la túnica que llevaba puesta.

Al abordar el bus, este avanzó hacia el centro de la ciudad. Snape observaba las calles con atención para bajar en la parada correcta.

Ya en el centro, vio varias tiendas de electrodomésticos, muebles, ropa y juguetes, pero él se dirigió a una tienda de muebles.

Al entrar, fue recibido por un vendedor entusiasta.

—Buenos días, caballero. Tenemos muebles con los precios más bajos que la competencia y con los mejores materiales —dijo el vendedor.

Snape, sin prestarle atención, señaló un juego de muebles de tres piezas y una mesa para el televisor.

—Excelente elección, caballero. El material de estos muebles es cuero con relleno… —empezó el vendedor.

—¿Cuánto? —lo interrumpió Snape.

—675,00 £ —respondió el vendedor con una sonrisa profesional.

Snape sacó varias libras de su bolsa de cuero para pagarlos.

—Señor, sígame. Vamos al almacén —dijo el vendedor.

Snape lo siguió hasta un gran almacén lleno de muebles.

—¿Tiene auto para llevarlos? Podemos hacer la entrega por un costo adicional —ofreció el vendedor.

Snape simplemente sacó su varita.

—Confundus.

Acto seguido, realizó un hechizo de reducción sobre los muebles y los guardó dentro de su túnica, antes de desaparecer.

De regreso en casa, fue recibido por Loki.

—Bienvenido, maestro. El amo León y la ama Anya todavía no han regresado desde que salieron en la mañana —informó Loki.

—Entiendo —respondió Snape.

De pronto sintió una alerta de las barreras de la casa. Salió al patio y vio a seis duendes esperando alineados en la acera.

Snape levantó las barreras para dejarlos entrar. Los duendes observaron la vieja casa con desdén, pero no dijeron nada.

—Muy bien, señor Snape, ¿dónde quiere que construyamos el sótano? —preguntó el duende llamado Maveric.

—En esta parte, Maveric —respondió Snape, marcando en el suelo con la ayuda de su varita.

—Bien —gruñó Maveric, llamando a los demás duendes.

Los duendes levantaron sus mazos y comenzaron a golpear la tierra. Las herramientas brillaban con runas doradas y cada golpe perforaba el suelo sin levantar polvo, formando un pozo de aproximadamente 2.50 m de profundidad. Luego sacaron placas de metal de sus bolsas extendibles y las colocaron en las paredes, golpeándolas para fijarlas mientras estas emitían un destello.

Snape observaba con satisfacción el avance cuando una voz lo llamó a sus espaldas.

—¡Wow, esto es increíble! ¡¿Qué estás construyendo, papá?! —preguntó Anya, recién llegada.

Snape se giró y vio a León junto a ella, con el ceño fruncido mirando los trabajos.

—Están construyendo el sótano —explicó Snape.

Anya corrió y abrazó la pierna de Snape con fuerza.

—¡Gracias, gracias, papá! Pensé que te habías olvidado de Anya. Ya no podía aguantar no ver mi serie… gracias, papá, te quiero —dijo casi llorando de emoción.

Snape quedó sorprendido por la reacción, pero respondió:

—Siempre cumplo mis promesas.

León se acercó.

—Ya cálmate, Anya. Padre lo prometió.

—Sí, tienes razón, hermano —respondió ella.

—Padre, por lo que veo el trabajo no es tan difícil. ¿Por qué no usaste un hechizo de transfiguración? —preguntó León.

Snape respondió con calma:

—Porque, muchacho, la magia humana no es eterna. Lo que transformamos vuelve a su estado natural. Los duendes, en cambio… trabajan con permanencia.

Anya lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿Magia de duendes? —murmuró.

Snape solo suspiró.

Una hora después, los duendes terminaron de construir el sótano. Al bajar, León y Anya vieron que habían levantado paredes y techo, decorado el interior, colocado una caldera a leña para la calefacción y un sistema de ventilación.

Anya tenía estrellas en los ojos mientras revisaba cada rincón.

—Bueno, señor, hemos terminado —dijo Maveric antes de llamar a los demás para retirarse.

Snape sacó los muebles que había comprado y los colocó en el piso.

—Papá, esos jugu— —empezó a decir Anya, pero se quedó congelada al ver cómo los pequeños muebles crecían recuperando su tamaño original.

León se acercó y susurró:

—Padre, ¿qué harás con la electricidad?

Snape levantó un libro grueso de tapa azul con letras muggles en la portada.

—Lo tengo cubierto —respondió.

—Conexiones domiciliarias y electricidad básica —leyó Leon en voz alta.

—Lo compré hace dos días —explicó Snape—. Si Anya quiere ver televisión, necesitamos corriente yo me encargo de todo.

Snape en su mente se decía hare una conexión… discreta, porque los amuletos protectores alejaban a cualquier muggle curioso, y tramitar permisos o documentos solo traería inspecciones indeseadas.

Después de todo, pensó, no sería el peor delito que haya cometido.

Era de madrugada, el barrio estaba en silencio. Las luces parpadeaban a lo lejos.

Snape se acercó al poste de electricidad más próximo, envuelto en capa oscura.

Snape levantó su varita y apuntó hacia el poste.

—Una muy… particular. Gradarius Elevare.

El suelo vibró suavemente y, del poste comenzaron a brotar escalones metálicos que se curvaban en espiral hacia lo alto, formando una elegante escalera de caracol.

Snape con sus guantes de piel de dragón, ascendió con cuidado hasta los cables. Su respiración se mezclaba con el zumbido eléctrico.

—Solo necesito el canal para bajar el tendido pensó Snape alzó la varita una vez más.

—Fossa conductum.

Del interior del poste emergió una ranura perfecta que descendía hasta el suelo, formando una canaleta invisible. Snape introdujo los cables con manos firmes, y juntos los guiaron por un tubo que se extendía bajo tierra hasta el sótano recién construido.

El trabajo duró horas.

Cuando regreso a casa, las botas cubiertas de tierra y las manos entumecidas, Snape encendió una lámpara de aceite.

—Si el Ministerio de Magia supiera en qué uso mi varita… —murmuró con ironía.

Al amanecer, Spinner's End estaba en silencio.

Anya abrió los ojos, bostezó y se frotó los párpados.

Antes de que pudiera preguntar nada, Leon irrumpió en su habitación.

—¡Ven rápido! ¡Tienes que ver esto!

La arrastró de la mano por el pasillo y descendieron por el túnel hasta el nuevo sótano.

Anya no entendía nada… hasta que Leon abrió la puerta.

Las luces se encendieron una a una con un clic nítido, bañando las paredes de un resplandor cálido. En una esquina, Snape estaba ajustando los sillones nuevos— y frente a ellos, sobre una mesa, descansaba un televisor encendido, proyectando un mar de colores.

Anya se quedó inmóvil, sin palabras.

Luego corrió hacia su padre, lo abrazó con fuerza y murmuró contra su túnica:

—Gracias, papá.

Snape se quedó rígido unos segundos, sin saber qué hacer con los brazos. Luego, con torpeza, le acarició el cabello.

—De nada, Anya —dijo en voz baja—. Pero no esperes que vea contigo esos absurdos dibujos animados.

Leon soltó una risita.

—Podemos empezar con algo de ciencia, si quiere.

—Prefiero el silencio —replicó Snape, aunque una sonrisa casi invisible se formó en el borde de sus labios.

En el reflejo del televisor, las luces del sótano se mezclaban con los ojos brillantes de los tres.

Por primera vez, Spinner's End no parecía un lugar triste.

Era un hogar.

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