El Mercado de Sombras quedó atrás, pero su ruido persistía en mis oídos, como un eco lejano que no me dejaba en paz. Kharos caminaba a mi lado, pero sus pasos eran silenciosos, casi como si no quisiera ser detectado.
—Debes entender algo —dijo con voz grave—. Este mundo no es un lugar para ingenuos ni para soñadores. Aquí, cada decisión tiene peso, y cada silencio puede ser una sentencia.
No tuve tiempo para responder porque una figura emergió de la niebla púrpura que cubría las calles, tan súbita y silenciosa que solo la tensión en mi cuerpo me alertó.
Era una sombra alargada, humanoide, pero sus movimientos no eran naturales. Sus ojos, dos abismos negros, parecían devorar la luz.
—¿Qué es eso? —pregunté, paralizado.
Kharos apretó los dientes.—Un Segador. Cazadores que sirven al Archivo y a los que nada escapa. Vienen a buscar a los que alteran demasiado el hilo.
El aire se volvió pesado. El Segador avanzó con una calma aterradora, sus pasos no hacían ruido, pero cada uno parecía vibrar dentro de mi pecho.
Sin dudarlo, abrí el libro y las páginas comenzaron a escribir frenéticamente. Sentí que mi mente se desgarraba intentando controlar cada palabra, buscando una salida.
Kharos sacó una daga oxidada y la sostuvo frente a sí, sin miedo.—No puedes huir siempre, pero puedo ayudarte a ganar tiempo.
El Segador atacó. La daga de Kharos brilló con un fuego azul espectral que parecía absorber la oscuridad misma. El choque entre la daga y el Segador produjo un estruendo sordo que hizo vibrar las calles.
Aproveché ese momento para escribir:"Una barrera de luz emerge, deteniendo al Segador por un instante."
El libro vibró en mis manos, y una barrera translúcida y temblorosa apareció frente a mí, frenando el avance del enemigo.
—Bien —dijo Kharos—, pero no durará mucho. Cada palabra que escribes consume tiempo, y el Segador no es el único cazador.
Corrimos por callejones serpenteantes, la niebla arremolinándose a nuestro alrededor, ocultando presencias que se movían entre las sombras. Sentí la presión del reloj en el libro, marcando el paso implacable de las horas.
Finalmente, Kharos se detuvo tras una puerta cubierta de símbolos arcanos.—Aquí estamos a salvo… por ahora.
El corazón me latía con fuerza mientras trataba de asimilar todo: el poder, la amenaza, el precio. No solo era un juego de escribir o borrar. Era un campo minado donde cada paso podía ser el último.
—¿Cuánto tiempo crees que me queda? —pregunté, mirando el contador en el libro.
—Eso depende de ti —respondió Kharos—. Pero recuerda: en este mundo, la verdad siempre encuentra la forma de salir. Y cuando lo haga… ya no habrá vuelta atrás.
La puerta se cerró tras nosotros con un golpe seco, y la niebla quedó atrapada afuera.
Adentro, la sombra del peligro persistía, pero por primera vez, sentí que no estaba completamente solo.