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英雄未満 (Eiyuu Miman) — “Menos que Héroes”

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Synopsis
"La ciudad cree que está a salvo. Se equivoca." Cinco héroes sin licencia -ni nombres, ni reconocimiento- protegen Tokio de lo que nadie quiere ver: el Culto del Despertar, una organización que transforma a gente desesperada en monstruos a cambio de poder. Pero cuando sus misiones los llevan a descubrir que el Culto busca crear al "Humano definitivo", comprenden algo peor: uno de ellos podría ser el próximo objetivo.
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Chapter 1 - Capítulo 1 — La chica invisible

Vida cotidiana

El despertador sonó a las 6:30 en punto, y Aoi Suzuhara abrió los ojos como si ya hubiera estado despierta. El cielo afuera aún tenía el tono grisáceo del amanecer, y su habitación seguía envuelta en sombras suaves.

En la pequeña cocina del apartamento, su madre preparaba el desayuno con movimientos rutinarios. Nami, su hermana menor, tarareaba una canción de dibujos animados mientras se lavaba los dientes a toda prisa. El aire olía a arroz blanco recién hecho y huevo frito.

—Aoi, no olvides el paraguas. Va a llover en la tarde —dijo su madre sin mirarla, apurada.

—Lo llevo —respondió Aoi, ya con el uniforme puesto y la mochila lista.

Antes de salir, se agachó para amarrarse los zapatos junto a la puerta. Su cuaderno de bocetos sobresalía discretamente del bolsillo lateral de su mochila, envuelto en una funda plástica transparente. Nunca lo dejaba atrás.

El viaje en tren fue como siempre: rápido, lleno de murmullos y anuncios que se desvanecían en el ruido del vagón. Mientras la mayoría de los estudiantes revisaban sus teléfonos, Aoi se concentraba en las pequeñas cosas. Un hombre dormido con el periódico aún abierto sobre su regazo. Una niña que apretaba con fuerza la mano de su madre. Un rayo de sol filtrándose por la ventana sucia y pintando un triángulo de luz sobre el suelo.

Dibujaría eso luego. Lo guardó en la memoria.

En la escuela, fue recibida con una sonrisa por sus amigas, Kana y Miyu. Como cada día, almorzaron juntas en la terraza, hablando de cosas cotidianas: exámenes, profesores, música, celebridades. Aoi se reía con ellas, aunque muchas veces prefería escuchar. Las quería mucho, pero no podía evitar sentir que había una parte de ella que nadie terminaba de ver.

No era soledad. Era una especie de transparencia emocional. Como si la versión real de ella —la que dibujaba, la que callaba, la que miraba el mundo desde una esquina— no tuviera espacio fuera de su mente.

Tarde de karaoke

Cuando la campana final sonó, Kana propuso:

—¿Vamos al karaoke hoy? ¡Es viernes!

—¡Sí! —respondió Miyu, entusiasmada—. ¡Quiero cantar esa de Luna Pop otra vez!

Aoi dudó un segundo, pero luego sonrió con sinceridad.

—Claro. Vamos.

Pasaron casi dos horas cantando. Miyu desafinaba pero lo daba todo, Kana imitaba coreografías con una lata de refresco como micrófono, y Aoi... Aoi grababa con su mirada. Solo cantó una vez, suave, casi para sí misma, pero sus amigas la aplaudieron igual. En el fondo, esos momentos la hacían feliz.

Cuando salieron del local, la ciudad ya estaba sumida en una penumbra azul. Las luces de neón parpadeaban y las farolas encendidas dibujaban sombras largas sobre la acera mojada por una llovizna leve que había comenzado sin aviso.

—Voy por esa calle, ¿ustedes? —preguntó Aoi, señalando una ruta alterna hacia su casa.

—Yo por allá —dijo Kana.

—Y yo también, así que nos separamos aquí —añadió Miyu, haciendo un puchero—. ¡Cuídate, Aoi!

—Sí, avísanos cuando llegues —dijo Kana.

—Lo haré —respondió Aoi, agitando la mano mientras se alejaba.

El primer encuentro

El callejón era estrecho, flanqueado por edificios bajos y tiendas cerradas. Aoi conocía el camino: lo había usado cientos de veces. A pesar de la tenue luz, caminaba tranquila. Hasta que lo sintió.

Un sonido de pasos. Otro par. Muy cerca.

Giró un poco el rostro. Había alguien detrás. No era coincidencia. El ritmo de los pasos cambiaba según el suyo.

Aoi tragó saliva. Su mano fue instintivamente hacia el bolsillo donde solía guardar su teléfono, pero lo dejó. No quería parecer paranoica.

El callejón se estrechó. El muro al fondo. No recordaba que ese portón estuviera cerrado. No había salida.

Cuando se giró del todo, él ya estaba ahí.

Un hombre alto, de cara demacrada, ojos apagados y una sonrisa torcida. Vestía una chaqueta manchada y sostenía un cuchillo oxidado, apenas visible bajo la manga.

—Linda noche para estar sola —murmuró.

Aoi retrocedió hasta que la espalda le tocó la pared. Su corazón martillaba en su pecho. Intentó activar su camuflaje, concentrarse en el aire, en el fondo del muro, en desaparecer…

Nada. El miedo la tenía paralizada.

El cuchillo brilló por un segundo.

Entonces, algo cambió.

Un golpe seco —como metal chocando contra concreto— llenó el callejón. El asaltante salió despedido hacia un costado, como si un tren lo hubiera arrollado.

Frente a Aoi, se alzaba un hombre de aspecto imponente, con el cuerpo cubierto de una piel brillante como acero. Los puños cerrados. Los ojos duros.

—Ten más cuidado —dijo, sin mirarla—. Hay monstruos que no se esconden.

Y se marchó.

Aoi quedó paralizada. Las piernas le temblaban. Apretó el cuaderno contra el pecho sin darse cuenta. Tardó unos segundos en recuperar el aliento. Cuando quiso agradecerle, él ya no estaba.

Sólo el sonido de la lluvia llenaba el silencio.

El detonante

Esa noche, ya en casa, Aoi se duchó en silencio. El agua caliente golpeaba su espalda, pero no lograba quitarle el frío de los brazos. Sentía aún el peso del miedo atrapado en su pecho, como si el cuchillo aún flotara en el aire frente a ella.

En la mesa de la cocina, su madre le preguntó si todo estaba bien. Aoi solo sonrió y asintió. Dijo que se había quedado conversando con Kana y Miyu después del karaoke. No mencionó el asalto. Ni el callejón. Ni al hombre de acero.

Cuando se encerró en su cuarto, encendió su lámpara de escritorio y sacó el cuaderno.

Primero, dibujó la escena como la recordaba: el callejón angosto, las sombras, su propia figura encogida contra el muro. Luego, trazó el perfil del atacante —torcido, amenazante—, y al frente de todo, la silueta del desconocido que la salvó. Sus hombros anchos. La textura metálica de su piel. La forma en que lo que parecía una simple figura humana había detenido algo terrible con un solo movimiento.

Escribió, al pie del dibujo:

"Ten más cuidado. Hay monstruos que no se esconden."

Se quedó mirando esas palabras un largo rato.

"Ten más cuidado. Hay monstruos que no se esconden."

Las repitió en su mente, una y otra vez, como si tuvieran un eco propio. No podía sacárselo de la cabeza: el brillo del acero en su piel, la firmeza en su voz, la forma en que apareció sin aviso, como si hubiera surgido del suelo mismo.

Aoi se mordió el labio inferior, tratando de contener una sonrisa que no esperaba. Su corazón aún latía rápido, pero esta vez no por miedo, sino por algo distinto. Algo que no sentía desde hacía mucho.

Admiración. Asombro. Emoción.

—Lo vi —susurró para sí misma—. Vi a un héroe de verdad.

No uno de esos que aparecen en noticieros, rodeados de cámaras, dando discursos frente a escuelas o sonriendo con sus uniformes relucientes. No. El hombre que la salvó no tenía emblema, ni fanfarria, ni prensa. Solo apareció, hizo lo que debía hacer y desapareció.

Y eso lo hizo aún más real. Más auténtico. Más… legendario.

Encendió su laptop, con los dedos temblorosos.

"hombre acero héroe tokio", "hombre con cuerpo metálico salva joven", "héroe sin licencia callejón", "metal skin hero", "acero callejón tokio"…

Nada. Las noticias más recientes hablaban de licencias, torneos, rankings, y peleas públicas. Pero nada sobre un hombre de acero actuando en la oscuridad. Ni siquiera una mención.

Buscó en foros de testigos, redes anónimas de "vigilantes", hasta en blogs conspiranoicos. Encontró un par de relatos vagos, uno decía haber visto una silueta brillante en un incendio dos meses atrás. Otro hablaba de un "hombre blindado" que sacó a una familia atrapada de un derrumbe. Pero todo era difuso. No había nombre, ni rostro, ni foto.

Eso solo aumentó su fascinación.

¿Quién era? ¿Por qué nadie hablaba de él? ¿Por qué actuaba en secreto?

Cerró la laptop, cruzó los brazos sobre su cuaderno y apoyó la frente sobre ellos. No podía dormir.

"Es como si hubiese conocido a un mito", pensó.

Y luego, una idea se fue gestando en su pecho. Al principio tímida, pero después clara. Fuerte.

Ella también tenía un poder.

No tan impresionante, ni tan destructivo. Pero útil. Sigiloso.

Y siempre lo había usado para desaparecer.

¿Y si… ahora lo usaba para algo más?

Aoi se incorporó en la silla. Agarró el lápiz con fuerza.

En una nueva página del cuaderno, escribió con trazo firme:

"No quiero seguir escondiéndome."

Debajo, dibujó su reflejo. Una versión de ella misma con la piel fundiéndose con las sombras. Invisible a los ojos, pero vigilante. Silenciosa, pero presente.

Le dio nombre.

Shiftie.

Nacimiento de Shiftie

El reloj marcaba las 2:37 de la madrugada, pero Aoi no podía dormir.

Se revolvía en la cama con los ojos fijos en el techo, los pensamientos zumbando como insectos atrapados. La imagen del hombre de acero, el callejón, el filo del cuchillo… y esa chispa dentro de ella que no se apagaba.

¿Y si salgo? ¿Y si lo intento? ¿Aunque sea una vez?

Se levantó sin hacer ruido, caminando de puntillas por el pasillo. Abrió con cuidado la puerta del armario y comenzó a buscar entre ropa vieja y materiales escolares olvidados. Bolsas, bufandas, una vieja chaqueta de su madre. Gorras, retazos, incluso unas gafas de sol rotas.

No tenía una máquina de coser ni idea de cómo diseñar un traje como los héroes licenciados… pero eso no importaba.

Esto era suyo. Solo suyo.

Tomó una camiseta negra ajustada, unas mallas deportivas largas y una bufanda gris oscuro que enrolló como una capucha improvisada. Sobre eso, se puso una chaqueta vieja que cubría casi hasta los muslos, cortándole las mangas para poder moverse con libertad. Agregó unos guantes sin dedos y se pintó el contorno de los ojos con delineador para disimular el rostro.

Frente al espejo, se detuvo. Parpadeó.

Parecía… alguien más.

No una estudiante invisible.

No una víctima.

Una figura de las sombras.

Una protectora.

—Soy Shiftie —susurró, sintiendo algo nuevo en su voz: decisión.

Dobló cuidadosamente la ropa en una mochila pequeña. Junto al cuaderno, guardó un bolígrafo negro, una linterna diminuta y su celular con una app de mapa descargada. Cargó todo antes del amanecer.

Al día siguiente, sábado, el cielo estaba gris y lloviznaba levemente. Aoi se despertó tarde —más de lo normal— y se quedó un buen rato acostada mirando el techo.

Todo el día tuvo una energía distinta. Mientras desayunaba con su madre y Nami, no dijo mucho, pero por dentro hervía de ansiedad. Era como si su cuerpo supiera que algo estaba por pasar.

Pasó la tarde en su cuarto, dibujando. Hizo varios bocetos de su traje, pensando cómo mejorarlo. Lo llamó "modo 0". Garabateó ideas para versiones futuras: con capucha, con gafas térmicas, con guantes que no se resbalen. Quería estar lista para lo que fuera.

Revisó varias veces su mochila. Repasó rutas. Estudió los alrededores de su barrio en el mapa. Leyó noticias locales sobre robos, movimientos sospechosos, y rumores de tráfico clandestino.

Quería estar en el lugar correcto. En el momento correcto.

Cuando el sol cayó del todo, cenó con su familia como si nada. Rió con Nami cuando la nena hizo un chiste sobre dinosaurios. Ayudó a su madre a lavar los platos. Subió a su cuarto y apagó la luz, fingiendo que se iba a dormir.

Pero su mente estaba encendida como una linterna.

Esperó a que el mundo se apagara.

Y cuando todo estuvo en silencio, se cambió, se colgó la mochila y salió por la ventana.

Esa noche, Aoi Suzuhara no era una chica más.

Esa noche, Shiftie comenzó a existir.

El segundo incidente

Durante más de una hora, caminó por zonas que conocía bien: calles poco transitadas, callejones donde los postes no funcionaban, bordes de almacenes y techos de comercios cerrados. Todo estaba en calma. Parte de ella esperaba encontrar algo… pero otra parte se preguntaba si estaba loca.

Hasta que escuchó algo.

Voces. Gruñidos. Un sonido metálico. Provenían de un almacén abandonado cerca de la vieja estación de tren.

Se acercó con cuidado. El edificio estaba abierto por una de las persianas, medio subida. Se deslizó bajo ella sin hacer ruido.

Dentro, entre sombras, había dos figuras. Una era humana, más o menos. Alta, delgada, con una gabardina oscura y movimientos tensos. La otra… no tanto.

Era un hombre con piel escamosa, ojos verticales y una lengua que salía y volvía con rapidez. Tenía un maletín en una mano y una pistola en la otra. Estaban haciendo un intercambio.

Aoi contuvo el aliento. Se pegó a una columna de concreto, haciendo que su piel tomara el tono y textura de la superficie: se volvió casi invisible al ojo humano. Su poder funcionaba perfectamente. Apenas respiraba.

"Estoy bien. Estoy oculta. No me ven…"

Pero cometió un error. Uno que no había considerado.

La criatura con rasgos de lagarto giró la cabeza… y la miró directamente. Gruñó.

—Ah… calor humano —murmuró con una voz áspera, reptiliana—. No estás tan oculta como crees, pequeña ratona.

Antes de que pudiera reaccionar, un coletazo la lanzó contra unas cajas. El golpe le arrancó el aire de los pulmones. Su camuflaje se desactivó.

Intentó levantarse, pero el lagarto ya estaba encima, mostrando sus colmillos.

—Será rápido.

Y entonces…

¡BOOM!

Una barrera energética translúcida apareció entre ambos, lanzando al lagarto hacia atrás con una onda sónica que retumbó en todo el galpón.

—¡¿Estás bien?! —gritó una voz masculina joven.

La criatura impactó contra una pila de tambores metálicos, que rodaron por el suelo con un estruendo.

Aoi se quedó quieta en el suelo, aturdida. El aire todavía no les volvía del todo a los pulmones. Sus costillas dolían, tenía rasguños en los brazos y sentía un sabor metálico en la boca.

—¿Estás herida? —dijo el chico que había generado la barrera.

Era joven, apenas unos años mayor que ella. Su voz sonaba jadeante, y aunque se esforzaba por parecer tranquilo, el sudor en su frente y la tensión en su mandíbula lo delataban.

—N-no… creo que estoy bien —logró responder Aoi con dificultad, incorporándose lentamente.

—Mantente detrás de mí —dijo él—. Esto se va a poner feo.

El hombre lagarto se levantó con un gruñido profundo. Sus pupilas se contrajeron. Sus músculos se hinchaban, como si pudieran romper su propia piel escamosa.

—Tienen suerte de que aún no cené —escupió, limpiándose la sangre del hocico.

—No se te ocurra moverte —retumbó una voz mucho más grave.

Del otro extremo del almacén, Goro Takamine apareció caminando con pasos firmes. Su cuerpo estaba cubierto por completo en acero reluciente. Las luces rotas del techo parpadeaban mientras su silueta metálica se reflejaba en los charcos del suelo.

El lagarto retrocedió un paso, pero no se rindió.

—¿Qué pasa? ¿El sindicato de héroes se quedó sin presupuesto y ahora mandan chatarra reciclada?

—No soy del sindicato —dijo Goro, sin humor—. Pero soy todo lo que necesitas para dejar de respirar esta noche.

Con esa frase, se lanzó al ataque.

La pelea fue brutal.

Goro y el lagarto se enzarzaron en un combate de fuerza pura. El reptil saltaba con agilidad animal, usando garras y dientes. Goro lo bloqueaba con brazos endurecidos, generando chispas con cada choque. Cada golpe del lagarto hacía temblar el suelo. Cada embestida de Goro derribaba pilares.

Mientras tanto, el chico de las barreras —a quien Aoi aún no conocía por nombre— se movía rápido, interponiéndose entre los escombros para evitar que ella fuera alcanzada. Creaba escudos de energía que paraban trozos de concreto, vidrios y hasta llamaradas del aliento venenoso que el lagarto escupía esporádicamente.

—¡Niña! —gritó él de repente.

Aoi parpadeó.

—¿Me hablás a mí?

—¡Sí! ¡Usá tu poder! ¡Dame cobertura!

Ella dudó por un instante… pero solo uno.

Se concentró. Respiró hondo. Sintió cómo su piel respondía, mimetizándose con los colores del almacén: el gris apagado, el óxido, las manchas de humedad. Su silueta desapareció a ojos normales.

Invisible otra vez. Pero ahora, con un propósito.

Se movió silenciosamente hacia el costado del enemigo, esquivando golpes, pasando bajo una mesa rota, tomando una tubería del suelo oxidado. Cuando el lagarto giró para escupir ácido hacia el chico, Aoi emergió justo detrás de él y le golpeó el tobillo con toda su fuerza.

—¡AHH! —rugió el reptil, cayendo de rodillas.

Eso fue suficiente. Goro no desaprovechó la apertura. Saltó, cargando todo su peso reforzado, y lanzó un puñetazo descendente que conectó directo en el rostro del monstruo.

BOOM.

El lagarto cayó inconsciente al instante, derrumbando parte de una pared al desplomarse.

Silencio.

Solo el goteo del techo. El eco de la batalla aun flotando en el aire.

Aoi se dejó caer sobre sus rodillas, temblando. Su cuerpo seguía camuflado, pero desactivó lentamente el poder. Volvió a ser visible. Jadeante. Cubierta de polvo.

Goro caminó hacia el cuerpo del lagarto. Lo observó con mirada experta. Se agachó y revisó sus pupilas.

—Normales —dijo, frunciendo el ceño—. No es un mutado. Esto no es del Culto. Es otro tipo de tráfico.

El chico de las barreras se acercó a Aoi y le ofreció la mano.

—Buen movimiento. Eso al tobillo fue brillante. ¿Estás segura de que es tu primera vez?

Aoi dudó. Apretó su puño un momento, luego lo soltó.

—…Después de lo que vi anoche… decidí que no quería quedarme solo mirando.

En ese momento, Goro la reconoció. La miró en silencio por unos segundos. Su expresión era dura, impenetrable.

—Usted… me salvó —dijo Aoi, todavía agitada—. En el callejón. Ayer. Era yo.

Goro no dijo nada. Solo se acercó y la observó de cerca, como si quisiera asegurarse de que seguía entera.

—¿Qué hacés acá? —preguntó al fin, serio—. No es tu lugar.

—Sí lo es —dijo ella, con la voz quebrada pero firme—. No quiero seguir escondiéndome. No quiero ser invisible. Quiero ayudar.

Goro chasqueó la lengua. Sus hombros cayeron levemente.

—Ya hay otros que ayudan.

—Goro… —intervino el otro chico, con una sonrisa de medio lado—. No seas así. Su poder es increíble. Tuvo mala suerte, eso es todo —ese lagarto podía verla por el calor. Pero su camuflaje es perfecto. Podría ser parte de esto con nosotros.

Aoi lo miró, sorprendida.

Goro no respondió. Solo suspiró y se dio media vuelta.

El chico sacó una tarjeta doblada de su bolsillo y se la entregó a Aoi. Tenía un número escrito a mano y un nombre: "BlockWave".

—Mi nombre de héroe es Blockwave. Si algún día querés intentarlo en serio… llamame. Nos vendrías bien.

Aoi asintió en silencio. Guardó la tarjeta como si fuera un diamante.

Por primera vez, se sintió… vista.

No como una estudiante cualquiera.

No como una sombra.

Como una heroína en potencia.