Ficool

Chapter 3 - Capítulo III: El Paso de Sangre

Parte I: Desde el punto de vista de Kraed Skane

El viento en Skagos nunca trae paz. Siempre sopla como si advirtiera, como si el pasado aún tuviera dientes. Era un viento de espectros antiguos y dioses olvidados. Los clanes lo conocían, lo temían y lo respetaban. Pero Kraed Skane lo ignoraba. O, al menos, fingía hacerlo.

A lomos de su alce negro, la criatura más imponente de sus establos, marchaba al frente de sus hombres por el Paso de Harrek. Era un nombre con historia: un lugar donde los viejos relatos decían que el hermano mató al hermano por una corona de hueso y hierro. Un barranco profundo a ambos lados, encajonado por riscos afilados y paredes musgosas. El tipo de lugar que olía a trampa. Pero también el tipo de lugar que prometía leyenda a quien lo cruzara victorioso.

Kraed no temía a trampas. Tenía con él a doscientos hombres: sus mejores guerreros, y contingentes de sus clanes aliados, los Aerrys y los Fenn. No era una fuerza de guerra abierta, sino una demostración de poder. Una forma de presión sobre los Lodbrok, debilitados tras la muerte de su patriarca.

Había pasado ya una semana desde la reunión en la sala de Rimholt. Aún recordaba la frialdad de la viuda, Yrsa, y la tensión en los hombros de su hijo mayor, Hakon. Pero lo que más le había inquietado era el niño.

Ivar.

No había pronunciado una palabra. No había hecho ademán alguno. Solo había observado, con esos ojos desiguales: uno gris, helado como el acero forjado al norte del Muro; y el otro rojo, como brasa bajo la ceniza. Una mirada demasiado fija para un crío de seis inviernos. Una mirada que lo había seguido incluso después de dejar la sala.

Kraed se burló de sí mismo por dejarse afectar por un niño. Pero, en el fondo, el recuerdo de esos ojos le había acompañado cada noche.

—Éste es el Paso de Harrek, mi señor —informó uno de sus capitanes, un viejo curtido de nombre Drogan—. Las paredes son altas. Si alguien quisiera tendernos una emboscada, este sería el lugar ideal.

Kraed escupió al suelo.

—Los Lodbrok no tienen los huevos ni los hombres para algo así. Están rotos. Huérfanos. Atrapados entre el pasado y el miedo.

Pero mientras hablaba, una sombra cruzó el cielo. Al principio, pensó que era solo un ave común. Pero luego lo vio claramente. Un cuervo. Negro, enorme, con el pecho moteado de escarcha.

Y sus ojos...

Uno rojo. Uno gris.

Kraed sintió que el corazón le latía en la garganta. Sus dedos se aferraron al asta de su lanza. El cuervo se posó en una roca alta, justo encima del paso. Lo miró. Fijamente.

—¿Lo ves? —murmuró Kraed, señalando al ave.

Drogan frunció el ceño.

—¿El qué, mi señor?

Pero el cuervo ya no estaba.

Kraed se estremeció. Un escalofrío recorrió su espalda. Pero no podía permitirse mostrar debilidad.

—Nada. Avanzad. Que nuestros enemigos sepan que no tememos ni a los dioses ni a los espectros.

Los estandartes se alzaron. Los tambores golpearon. Y el primer grupo entró en el paso.

Fue entonces cuando el mundo se vino abajo.

Un crujido. Como el estallido de mil huesos. Luego, un rugido de piedra.

Rocas del tamaño de casas se soltaron desde los riscos. Algunas golpearon directamente al centro de la formación. Otras se estrellaron contra el suelo, alzando columnas de nieve y tierra. Hombres gritaron. Cuerpos fueron aplastados. El alce de Kraed chilló, se encabritó y cayó sobre él, lanzándolo al barro.

Antes de que pudiera recuperar el aliento, los guerreros del clan Lodbrok descendieron desde las alturas.

Vestidos de gris y negro, con rostros pintados y cuchillas curvas. Bajaron como una ola de muerte, sin hacer ruido hasta que ya era demasiado tarde. Se movían con coordinación. Cada golpe, cada grito, cada choque de escudos estaba calculado.

No era una escaramuza. Era una sentencia.

Kraed intentó luchar. Su espada chocó contra una lanza. Su brazo izquierdo fue cortado. Rodó por el suelo, cubierto de sangre y nieve. Vió a Drogan caer. Vió a los estandartes arder. Vió a los suyos gritar por ayuda que no llegaría.

Y luego, en el borde de su visión, vio de nuevo al cuervo.

El mismo. Posado en la roca. Observando.

Uno de sus ojos brillaba rojo. El otro, gris.

"No es un animal", pensó Kraed. "Es él. El niño. El demonio."

Y en ese momento, antes de que la oscuridad lo envolviera, Kraed comprendió:

Había entrado por voluntad propia en el sepulcro de su linaje.

Parte II: Desde el punto de vista de Ivar Lodbrok

El Paso de Harrek. Un nombre que venía de otro tiempo. Donde la historia había sido escrita con sangre y traición.

Ahora, también lo sería con estrategia.

Me escondía tras una roca marcada. Había elegido ese lugar porque ofrecía visión de casi todo el paso. Desde allí, podía ver el momento exacto en que los Skane y sus aliados caerían en la trampa. Las cuerdas estaban listas. Las rocas preparadas. Los hombres de Hakon en posiciones altas, como lo habíamos planeado.

Yo no hablaría hoy. No empuñaría la espada. Era demasiado pronto para mostrar mis cartas. Pero cada movimiento en esa emboscada llevaba mi firma.

La más simple de las trampas. Antigua como la guerra misma. Pero efectiva.

Cuando las rocas cayeron, sentí un estremecimiento. No por la muerte. Sino por la precisión. Había funcionado. Como una máquina bien engrasada. Como una ecuación sin error.

Entonces los hombres de Lodbrok descendieron. Y la nieve se tiñó de rojo.

Vi a Kraed caer. Vi su orgullo romperse como su espada. Y vi, al borde del risco, al cuervo.

No era mío. Nunca lo había tocado. Nunca lo había alimentado. Era salvaje. Pero me seguía desde que desperté en este mundo.

Tenía los ojos como yo: uno gris. Uno rojo.

"¿Eres una señal?", le pregunté en silencio. "¿Una pieza que vino conmigo? ¿O estás aquí por tu cuenta?"

Nadie me respondía, claro. Pero en lo profundo, sentía que no estaba solo. Que mi llegada a este mundo no había sido casualidad. Había nacido otra vez, sí. Pero no por accidente.

"Un joven ingeniero muere en su apartamento, solo, con los planos de un puente sin construir sobre su escritorio. Y despierta en una isla olvidada por los mapas, con un ojo rojo y otro gris."

El destino no era sutil.

Éste era mi campo de pruebas. Mi nuevo taller. Y Skagos, mi proyecto.

Un escalofrío me recorrió al ver a Hakon capturar a Kraed vivo. No gritó. No lo humilló. Solo lo encadenó y se lo llevó.

—Deja que viva —le había dicho yo anoche, cuando discutíamos el plan—. El miedo que puede sembrar es más valioso que su sangre.

Hakon había dudado. Pero aceptó.

Él pensaba como un guerrero. Yo, como otra cosa. Ni rey, ni soldado. Algo intermedio. Algo nuevo.

"El cambio viene desde las sombras," pensé. "Como un cuervo entre la niebla."

Y cuando nos retiramos, dejando el paso cubierto de cadáveres enemigos, el cuervo alzó el vuelo. No graznó. No hizo ruido. Solo surcó el aire como si buscara algo más allá de la isla.

Algo que yo también estaba buscando.

Un propósito. Un futuro que aún no había diseñado, pero que ya había empezado a construir.

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