Tomando una decisión, me bajo de un salto de mi caballo y le entrego las riendas a William. Saco de mi inventario la mesa de trabajo con el horno y un cofre, y los coloco no muy lejos del lugar.
Con los materiales que ya tengo, me armo con un montón de picos y hachas de piedra y comienzo a trabajar. Lo primero que hago es crear túneles en la montaña. Cuando tengo suficientes piedras para lo que tengo en mente, salgo a la superficie, dándome cuenta de que llevaba horas ahí abajo. William se acercó, visiblemente aliviado, diciendo que una hora más y iba a bajar a buscarme.
Sudado y cansado por el trabajo minero, consuelo a William para que no me siga regañando como mamá gallina. Examino el terreno y construyo dos casitas pequeñas como hogar temporal para todos: nada lujoso ni extravagante, solo lo necesario. Una para Neria y sus hijos, y la otra para nosotros.
Las casas que hice eran decentes, con soporte y techo de madera y paredes de piedra. Ignoré el gran parecido que tenían con las casas de los aldeanos del juego y volteé a mirar a William.
El hombre parecía estupefacto. Incluso mientras le hablaba y le explicaba lo que tenía que hacer, me di cuenta de que todavía no reaccionaba. No fue hasta que chasquee los dedos delante de sus ojos que finalmente volvió en sí.
—Si su alteza —dijo, medio ido de la situación. Con paciencia, le expliqué nuevamente lo que tenía que hacer: ordenar al grupo e instalarlos en las casas.
Mientras lo veía dirigirse hacia los que se habían instalado cerca del río, examiné mis alrededores y fruncí el ceño al darme cuenta de que estábamos demasiado expuestos y desprotegidos. Con todos los bloques de piedra que me quedaban, comencé a construir una pequeña muralla en forma de media luna usando la montaña como respaldo. La estructura abrazaba el terreno como un semicírculo defensivo, dejando abierto solo el frente hacia la llanura, de manera que cualquiera que quisiera acercarse sería visto de inmediato, mientras la montaña protegía nuestro flanco opuesto.
Cuando terminé la muralla y ya empezaba a oscurecer, todos estaban instalados en las casas. Neria ya tenía la cena casi lista en una olla sobre la fogata: consistía en un caldo con pan seco, pero era mejor que seguir comiendo carne seca y pescado salado con el único acompañante de un pan. Aunque sabía que no podía ser quisquilloso, ya estaba harto de esa comida insípida durante todo el viaje, así que la cena sería bien recibida.
Antes de sentarme a cenar, fui a la mesa de trabajo. Con palos y tablones de madera creé vallas con sus dos puertas. Pidiendo ayuda a William, nos encargamos de llevar los caballos que teníamos al corral.
Cuando terminamos de acomodarlos, la cena ya estaba lista. Me acerqué y recibí mi porción en un cuenco de madera que había hecho anteriormente. Me senté junto a los demás alrededor de la fogata. Mientras arrancaba un trozo de pan y lo mojaba en el caldo, escuchaba las conversaciones que se formaban a mi alrededor.
William y Neria hablaban sobre conseguir paja para hacer camas y volver las casas más cómodas. Addam, el hijo de Neria, agradecía tener una comida decente, ya que al igual que yo, parecía harto de lo que comíamos antes. Entonces llegó una pregunta que ya me esperaba y que, a la vez, no quería que me hicieran.
—Entonces eres brujo, pero nunca habíamos escuchado de brujos capaces de hacer lo que haces —dijo Neria con cautela, mirando de reojo las casas y la muralla.
—Es cierto, casi me da algo cuando hace unos días hiciste esa luz flotante después de que dijeras esa palabra. ¿Cómo era? Creo que… Lumos, ¿no? —dijo su hijo, menos cauteloso y más emocionado.
—Un mago jamás revela sus secretos. Solo les diré que no soy como ningún otro brujo que hayan conocido —respondí en tono burlón.
—Solo pregunté por curiosidad. Como dices, nunca he escuchado de alguien que pudiera hacer lo que haces. Siempre he oído que la magia es malvada, y que los que la practican son aún peores —dijo Neria. Lo último casi en un murmullo, aunque todos lo escuchamos. Fue entonces cuando la miré directamente.
—La magia no es malvada. La magia es como cualquier otro cuchillo: puedes usarla para cazar y hacer tu vida más fácil y cómoda, pero también puedes matar a otros con ella. La magia es solo una herramienta que pocos pueden ejercer, pero son las personas quienes deciden hacer lo incorrecto con ella —dije, no como reclamo. Sabía que no podía culparla por la mentalidad que tenía la gente sobre la magia; lo hice para aclararle que no quería que me tacharan como mago o señor oscuro.
—Si te quedas conmigo, Neria, descubrirás más adelante las maravillas que puede ofrecer la magia —añadí calmadamente.
Addam soltó una pequeña risa.
—Ja, yo nunca le he tenido miedo a la magia. Claro que la respeto y ando con cautela, pero todo esto —dijo señalando con la mano las casas y la muralla—, esta magia me gusta mucho. Quizás más adelante te llamen "señor brujo" o algo así.
—Quizás… —respondí, dejando la frase en el aire, y volví a mi cena.
—O quizás el brujo calvo —remató Addam entre carcajadas, llevándose la mano a la cabeza como imitando la mía.
William tosió para disimular, aunque terminó riéndose también. Neria se cubrió la boca para no reírse demasiado alto. Yo, en cambio, fruncí el ceño y le lancé un pedazo de pan a Addam. Él lo atrapó al vuelo y, con una sonrisa traviesa, dijo que no debía desperdiciar la comida, imitando el tono gruñón de William.
—No me hace gracia tu chiste —dije, intentando sonar serio, aunque no pude evitar sonreír al final.
Aun así, pasé la mano por mi cabeza calva, apenas sintiendo cómo el cabello empezaba a crecer otra vez, claro y llamativo. No pude evitar sentirme agraviado y le lancé una mirada fulminante a William. Aunque no lo demostró, El caballero tuvo la decencia de parecer avergonzado.
Mientras los demás hablaban, reían y bromeaban, examiné la conversación. Neria era una mujer amable, pero se mostraba cautelosa respecto a la magia, lo cual no podía juzgar; incluso yo mismo había escuchado sobre los brujos de Qarth. También recordaba cómo Daenerys confió en la bruja Mirri Maz Duur y cómo aquella acabó usando magia de sangre, con un resultado terriblemente desastroso.
No pude evitar tararear, pensativo. En Juego de Tronos la magia estaba presente, sí, pero algo que he notado en este mundo es que los libros, la magia se muestran con mucha más fuerza: Valyria, Asshai, los sacerdotes rojos e incluso dragones de hielo, según las historias que contó William. Era como si la serie hubiera decidido no enfocarse en nada de esto, a pesar de que en los libros parecía ser algo crucial.
Tendría que andar con cuidado, pues notaba lo receptivas —y a la vez temerosas— que eran las personas respecto a la magia. Y con justa razón. Si así eran en Essos, no quería imaginar cómo sería en Poniente.
Pero una cosa tenía clara: no dejaría de hacer magia. No, simplemente no era una opción. Amaba demasiado la magia como para renunciar a ella por el capricho o el miedo de la gente. Si lograba demostrar que la magia no era solo oscuridad, quizás, con el tiempo, la gente podría aceptarla.
Con ese pensamiento me despedí de los demás y me metí en mi casa para dormir.
Una noche, de un mes después, salí de los túneles subterráneos que se extendían en todas direcciones tras mis constantes búsquedas de materiales. Estaba sudado, cansado y hambriento, con los músculos adoloridos por el esfuerzo minero, pero aun así no podía sentirme más feliz.
Había encontrado un montón de recursos importantes. Al principio excavaba en la montaña en busca de hierro, pero en esa misma búsqueda terminé hallando otros materiales dispersos. Para el decimoquinto día ya había reunido cobre, azufre, salitre y, sobre todo, grandes cantidades de carbón. Incluso llegué a dar con joyas como la amatista.
Sin embargo, el bendito hierro no aparecía. No fue hasta casi un mes después, tras cavar como un loco hacia las profundidades, que por fin descubrí una beta. Aunque no sabía qué tan grande era, parecía tener un tamaño decente. Casi lloro de felicidad cuando la encontré.
No pude evitar respirar hondo el aire fresco con unas ganas inmensas de recostarme en el césped, pero primero lo primero: tenía trabajo que hacer.
Miré a mi alrededor, buscando a quién le tocaba hacer guardia, y no pude evitar sentirme orgulloso del lugar. En un mes todo había cambiado: levantamos una tercera cabaña para el almacenamiento de cofres y una cuarta para Dany y para mí. La pequeña había resultado de lo más pegajosa; se negaba rotundamente a dormir sola o con alguien más, y al final tuve que acostumbrarme a que durmiera conmigo si no quería pasar la noche escuchándola llorar.
Y para colmo, William roncaba con tanta fuerza que me sorprendía que las paredes aún se mantuvieran en pie.
Caminé hacia mi cabaña, saludando a Addam que estaba de guardia. Antes de entrar, revisé el único huerto que teníamos, justo al lado de mi cabaña. Me sorprendió lo rápido que crecía la cosecha, pero era de esperarse: tanto la tierra como las semillas habían sido procesadas en la máquina mágica. Yo mismo había hecho experimentos, y descubrí que la única manera de que los cultivos prosperaran era que ambos, tierra y semillas, pasaran por el proceso.
Seguí experimentando y resultó que todo bloque que colocara era inamovible, incluso la tierra. Podías recogerla con las manos, sí, pero en cuanto te alejabas desaparecía y volvía a aparecer justo en el lugar de donde había sido tomada. Así que, si alguien intentaba replicar lo que yo hacía, no serviría de nada.
Aun así, me faltaban muchos experimentos más, pensé mientras examinaba las papas y zanahorias que estaban casi listas para cosechar.
Subí las escaleras y entré en mi cabaña, encontrándome con Neria que cuidaba a Dany. Al verme, la pequeña estiró sus bracitos esperando que la tomara. La cargué y me despedí de Neria, no sin antes agradecerle. En cuanto se fue, dejé a Dany sobre el montón de pieles que servía como mi cama, no sin antes estrujarle un beso en sus mejillas regordetas, sacándole una risita.
Me acerqué a la mesa que había construido con escaleras y losas de madera. Encima descansaba un plato con papa asada. Mientras cenaba, sentía en mi inventario los objetos más importantes, especialmente el salitre, el azufre y el carbón.
Sabía muy bien lo que podía hacer con ellos. Conocía el proceso químico al pie de la letra, pero una parte de mí tenía miedo de llevarlo a cabo.
Sabía de la existencia del Cuervo de Tres Ojos y, aunque no había visto la serie de Juego de Tronos, conocía por boca de mis amigos lo peligrosa que era su magia. La capacidad de ver el pasado, el presente y el futuro era un arma verdaderamente temible. Ese bastardo no tenía bando, aparte de qué había un montón de teorías alrededor de él. y yo sabía muy bien que la pólvora nunca había existido en este mundo.
Aunque la Muerte me aseguró que nadie, excepto un dios superior como él, podía ver lo que yo hacía, mi parte más desconfiada no quería arriesgarse a exponer el procedimiento de la pólvora.
Pasé al menos diez minutos perdido en mis pensamientos, buscando alternativas, hasta que me llegó una idea, aunque no estaba seguro de si funcionaría.
Cerré los ojos y me adentré en mi palacio mental. Busqué en el libro, pero no decía nada sobre crear pólvora en la procesadora mágica. Aun así, con el libro en la mano, me acerqué a la máquina, tomé el salitre, el azufre y el carbón, y los introduje.
Mientras esperaba el resultado, una parte de mí pensaba que no funcionaría, ya que no estaba registrado en el libro y además parecía demasiado sencillo… aunque una voz muy parecida a la de Hermione me recordaba que muchas veces la magia no tenía ni pies ni cabeza.
Salí de mis pensamientos al sentir que algo nuevo se había colocado en mi inventario. Al revisarlo, lo reconocí al instante:
Pólvora negra.
Abrí los ojos de par en par, saliendo de golpe de mi espacio mental y casi atragantándome con la papa asada que aún masticaba. Tosí un par de veces, incrédulo, antes de revisar mi inventario otra vez.
—No… espera… ¿¡cómo que así de fácil!?