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Chapter 11 - Chapter 7: The Village Algorithm (Part 1)

Elias, a sus siete años, se sintió atraído por la aldea no por la típica curiosidad infantil, sino por un conjunto de datos fascinante y en constante evolución. Mientras que su cuerpo físico ansiaba ocasionalmente el esfuerzo sistemático del trabajo agrícola, su mente buscaba nuevas complejidades que desentrañar, y la aldea, un conjunto de redes humanas rudimentarias, le ofrecía precisamente eso. Lo consideraba un respiro necesario de los algoritmos puramente biológicos de la granja, una oportunidad para que su mente ejercitara nuevos músculos analíticos.

Su principal enfoque se centró en la Sincronización del Chisme, considerándola un protocolo de comunicación altamente eficiente, aunque a menudo caótico. Observaba las sutiles secuencias: el grupo de mujeres junto al pozo comunal, las voces bajas en el almacén, la rápida mirada al introducirse una nueva información. «Transmisión de datos mediante intercambio verbal de paquetes, a menudo con altas tasas de error debido a la modulación emocional», categorizó, encontrando una precisión casi humorística en sus intercambios aparentemente aleatorios. Mapeó los «nodos»: la Sra. Gable, la encargada de correos, era un centro neurálgico; el anciano Sr. Henderson, desde cuyo porche se veía a todos, era un importante punto de retransmisión. Elias se quedaba cerca con indiferencia, como absorto en un periódico desechado, absorbiendo mentalmente cada inflexión, cada mirada compartida, trazando las vías invisibles del flujo de información.

Simultáneamente, su atención estaba fija en el Algoritmo de la Escasez. Las quejas que escuchaba a diario no eran simples quejas; eran datos vitales. «Los Smith no tienen suficiente alimento para sus gallinas. El techo de los Johnson tiene goteras, lo que indica escasez de materiales e ineficiencia en las reparaciones». Para Elias, esto no era mera pobreza; era un estudio sobre la optimización de recursos dentro de un sistema limitado. Escuchaba las quejas sinceras de los vecinos sobre las dificultades (herramientas rotas, escasez de suministros, enfermedades) y mentalmente realizaba simulaciones. Sopesaba las posibilidades de intervención, considerando siempre el gasto energético frente al rendimiento de los datos. Podía ver cómo un pequeño ajuste en la rotación de cultivos para una familia, o un refuerzo ligeramente mayor en la cerca para otra, podía mejorar drásticamente sus «puntuaciones de eficiencia». Estos eran microproblemas que esperaban sus silenciosas e imperceptibles soluciones.

Elias solía aventurarse al pueblo al final de la tarde, cuando ya había terminado el trabajo principal del día y la gente era más propensa a la interacción informal. Descubría un placer peculiar al observar a los diferentes aldeanos y sus oficios. Se sentaba en silencio cerca del taller del carpintero, no admirando los muebles terminados, sino analizando minuciosamente los movimientos del artesano: la precisión de sus golpes de martillo, los ángulos precisos de sus cortes, la respuesta táctil que recibía de la madera. «Manipulación de materiales mediante patrones motores aprendidos. Alta eficiencia gracias a la repetición y la información sensorial inmediata», analizaba Elias, absorbiendo la física de la artesanía. Observaba al herrero, a la costurera, al tendero local organizando sus escasas existencias, cada uno realizando sus tareas con un ritmo ensayado. Para Elias, no eran solo personas; eran conjuntos de datos vivos, algoritmos de sus profesiones elegidas, infinitamente fascinantes por sus enfoques únicos para resolver problemas dentro de sus limitados parámetros. Esto le permitió descansar su mente de los cálculos abstractos de la física y la biología, centrando su atención en las variables humanas observables.

Una tarde, un ruido agudo y desconocido atrajo su atención. Instintivamente buscó la fuente; sus oídos, ya sintonizados con frecuencias sutiles, captaron vibraciones distintivas. Le sorprendió una sensación extraña y nueva: un estallido de alta frecuencia proveniente del interior de una casa de pueblo, una maraña de sonidos distinta a la habitual sinfonía de granja. En brazos de su madre, mientras esta se detenía a charlar con una vecina, Elias se dejó llevar, fingiendo somnolencia. Sin embargo, sus sentidos estaban en alerta máxima, su mente acelerada. Los sonidos cotidianos del pueblo se difuminaban. Se concentró en un golpeteo rítmico y metálico, intercalado con un extraño zumbido resonante. «Firma sónica no identificada. Origen: vivienda particular. Índice de curiosidad: alto». Esta inesperada exposición a nuevos patrones sonoros con tintes urbanos le iluminó la mente, olvidando momentáneamente el concepto mismo de aburrimiento. Estaba listo para un nuevo tipo de recopilación de datos.

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