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Chapter 6 - Capitulo 6 –

Capitulo 6:

La palabra cayó como un peso real entre ellos. Matt la había escuchado antes, muchas veces. Pero nunca dicha así: no como un insulto, sino como una advertencia.

—Tienes fuego dentro de ti —prosiguió Snape—. No solo el fuego que vimos anoche. Uno más antiguo. Más profundo. Un fuego que no he visto en ningún otro.

Matt abrió los labios para preguntar, pero Snape levantó una mano.

—Aún no es tiempo de entenderlo. Solo quiero que recuerdes algo: no necesitas convertirte en un símbolo. No debes cargar el peso del mundo. Pero tampoco debes olvidar quién eres... ni lo que puedes llegar a ser.

Matt tragó saliva. Aquello no era solo un consejo; era una promesa. Una promesa de que, quizá, por primera vez, alguien lo estaba viendo realmente.

Y en ese silencio compartido, bajo la luz tenue de la tarde, Matt sintió que las palabras de Snape se clavaban en él con la fuerza de una profecía no dicha.

——

El silencio entre los dos se mantuvo por largos minutos. No era incómodo, sino necesario. Como si cada palabra pronunciada aún flotara en el aire, reclamando su propio lugar.

—Snape... —rompió Matt, con cautela—. ¿Quién era esa persona a la que querías proteger? ¿Era... importante para ti?

Snape no respondió de inmediato. Su rostro, de por sí hermético, se tornó casi impenetrable. Pero sus ojos... sus ojos mostraban un temblor fugaz, como si una imagen demasiado íntima cruzara su mente.

—La más importante de todas —dijo al fin, con voz baja—. Y fallé.

Matt sintió un nudo formarse en su garganta. No quiso presionar más. Había algo en la forma en que lo dijo que era sagrada. Como si ese nombre no dicho, esa presencia no mencionada, aún viviera dentro de él.

Snape apartó la mirada y fijó la vista en las flores del rincón del patio, como buscando en ellas el rostro perdido del pasado.

—Ella... era luz —susurró, más para sí mismo que para Matt—. Y yo, demasiado ciego para merecerla.

Un soplo de viento levantó las hojas secas que yacían junto al banco. Matt no dijo nada. Sentía que incluso su respiración debía ser cuidadosa. Que cualquier movimiento brusco rompería ese momento, como una burbuja demasiado frágil.

—¿Y el niño? ¿El que sobrevivió? —preguntó Matt tras unos segundos.

Snape frunció los labios.

—Él es... el recuerdo que me queda de ella. La deuda que jamás podré pagar.

Matt bajó la mirada. Sabía cómo dolía vivir entre sombras del pasado. Sabía lo que era mirar atrás y no encontrar consuelo, solo preguntas sin respuesta.

—Yo también fallé —dijo entonces, con voz temblorosa—. No pude salvar a mis padres. No podía hacer nada. Solo... solo miraba desde el asiento trasero, atado... mientras el fuego los consumía.

Snape giró lentamente la cabeza hacia él.

—¿Recuerdas cómo se sintió?

Matt asintió.

—La desesperación me hizo gritar. Y cuando grité... la ventana estalló. El fuego se apartó de mí como si me obedeciera. Como si... respondiera a mi rabia.

Snape lo observó con intensidad, como si analizara cada palabra, cada pausa, cada gesto.

—Esa fue la primera vez que tu magia respondió a una emoción pura —afirmó—. No un hechizo, no un movimiento de varita. Solo tú... y tu dolor.

—¿Eso es normal?

—No. Es extraordinario.

Matt se quedó en silencio, sintiendo que algo dentro de él vibraba con fuerza. No sabía si era orgullo, miedo o simplemente el peso de una verdad nueva.

Snape se puso de pie entonces, como si su papel en aquella conversación hubiera terminado.

—Vuelve al cuarto —le dijo—. Descansa. Mañana iremos al tren. Es un día largo el que te espera.

—Snape —llamó Matt justo cuando él estaba por dar un paso hacia la puerta.

El profesor se detuvo.

—Gracias.

Snape no respondió con palabras. Solo le dirigió una mirada larga, difícil de interpretar, y desapareció tras la puerta del patio.

Matt se quedó solo en el banco de piedra. La brisa acariciaba su rostro. Su pecho estaba lleno, pero no de angustia... sino de algo más cálido. Algo parecido a comprensión. A compañía. A una promesa silenciosa de que no estaba tan solo como creía.

Y mientras el cielo comenzaba a teñirse de púrpura, Matt comprendió que, aunque su camino estuviera lleno de sombras, también había en él una chispa que nadie más tenía. Un fuego que no era destrucción... sino memoria, promesa, y destino.

La noche cayó sobre el Callejón Diagon con una suavidad engañosa. Las luces titilaban desde los escaparates cerrados, y el aire parecía más denso, cargado de historias que sólo los muros viejos recordaban.

Matt estaba acostado en la habitación que compartía con Snape en la posada. El colchón era firme, la manta algo rasposa, pero nada de eso le molestaba. Sus pensamientos eran un torbellino.

Repasó cada palabra de la conversación. Las cicatrices del pasado que Snape había dejado ver —aunque sólo fueran grietas pequeñas en su muralla— pesaban en su mente. No eran tan distintos. Ambos sabían lo que era perder, lo que era desear un segundo más con quienes ya no podían responder.

Volvió a sentir ese calor extraño en su pecho. Esa vibración interna que no podía nombrar. No era tristeza, no exactamente. Era... fuego. Su fuego.

Abrió los ojos, inquieto. Algo le quemaba por dentro.

Se incorporó. El cuarto estaba en penumbras. La luna entraba por una rendija de la ventana y dibujaba un camino pálido sobre el suelo.

Sintió que la temperatura subía, aunque no había fuego a la vista. Su varita, descansando en la mesita junto a la cama, vibraba levemente.

La tomó. En cuanto sus dedos rozaron la madera, una llamarada negra brotó de su palma.

—¡Ah...! —Matt retrocedió, pero la llama no lo quemaba. Al contrario, le envolvía como si fuera parte de él. Se alzaba en espirales, bailando en el aire, sin consumir nada, sin dejar rastro.

Estaba viva.

—¿Qué... qué es esto? —murmuró.

La puerta se abrió de golpe. Snape irrumpió, varita en mano, ojos encendidos por la alarma.

Y se detuvo en seco.

Matt lo miró con pánico, envuelto por las llamas negras que iluminaban la habitación como una hoguera silenciosa.

Snape no dijo una palabra. Lentamente bajó su varita. Sus ojos, sin embargo, lo analizaban con intensidad feroz.

—¿Te duele? —preguntó con voz grave.

Matt negó, con los ojos abiertos como platos.

—No... no me quema. Es como si... como si me respondiera.

Snape avanzó lentamente hasta él. Se detuvo frente a las llamas, que ondulaban pero no lo tocaban.

—Magia salvaje... —susurró—. Pero esto... esto es otra cosa.

Matt tragó saliva.

—¿Está mal? ¿Es peligrosa?

Snape lo miró. Y por un segundo, Matt vio algo parecido al miedo en sus ojos. Pero también respeto. Como si contemplara una criatura desconocida y poderosa.

—Dependerá de ti —dijo finalmente—. Si temes a tu fuego... te consumirá. Si aprendes a entenderlo... nadie podrá apagarlo.

Matt bajó la vista. Las llamas se extinguieron lentamente, como si obedecieran su voluntad. La habitación quedó de nuevo en penumbras.

Snape le tendió la mano.

—No lo comentaremos aún. Ni con Dumbledore, ni con Ollivander. Ni con nadie. No hasta que sepamos qué es exactamente lo que llevas dentro.

Matt asintió.

—¿Me ayudarás?

Por primera vez, Snape dudó. Luego, asintió con lentitud.

—No te prometo seguridad. Pero sí guía.

Matt tomó su mano. La piel de Snape era fría, firme. Un ancla en medio del torbellino que sentía dentro.

—Descansa —ordenó el profesor—. Mañana comienza tu verdadero viaje.

Matt se metió de nuevo en la cama. Esta vez, no temía cerrar los ojos. Porque en lo profundo, sabía que algo había cambiado. Ya no era sólo el niño que gritó en medio del fuego.

Era el fuego mismo.

Y cuando el amanecer comenzara a iluminar el Callejón Diagon, un nuevo capítulo esperaría en el andén nueve y tres cuartos.

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