Ficool

Chapter 48 - Capítulo 46

LUCÍA.

 

—¿Por qué esta carne término medio está cruda? —escuché a Evan decir desde el comedor mientras yo sacaba los platos del lavavajillas—. Parece término medio vivo, medio sintiendo su pulso todavía. Hasta creo que escuché un muuu cuando la corté...

 

Rodé los ojos, pero no pude evitar reírme bajito. Este idiota...

 

—¡No seas dramático! —le grité desde la cocina—. ¡Así es como se sirve un buen corte!

 

—¿Esto es un corte? ¡Esto es una vaca todavía llena de sueños!

 

Solté una carcajada más fuerte esta vez, apoyándome en la encimera. Lo escuché mover el tenedor con desgano, como si estuviera debatiendo si comerse o darle RCP a su filete. Cuando crucé la puerta para verlo, estaba ahí, con la cara de niño desconcertado que me derretía más de lo que quería admitir… y su tenedor apenas tocando la carne, como si fuera a brincar del plato.

 

—¡No me veas así! —protestó cuando me crucé de brazos—. ¿Tú la viste? Mira esto —la levantó con el tenedor—. ¡Todavía tiene esperanza en los ojos!

 

—Dios, estás peor desde que sales solo a explorar como si no tuvieras un pie roto.

 

—Ya está mejor. Lo suficiente para huir de esta cena.

 

—¡Ja! Vas a comértela. Con todo y muuu.

 

—Al menos déjame decir unas últimas palabras antes de que me contamine.

 

Negué con la cabeza, pero ya estaba caminando hacia él. Me senté a su lado, tomé el cuchillo, le corté un trozo y se lo puse en la boca. Protestó, claro, pero tragó.

 

—... Okay, está buena —admitió con la boca medio llena—. Pero igual escuché un muuu, y no puedes quitarme eso.

 

—Te juro que ese cerebro tuyo necesita un botón de reinicio.

 

Me besó la mejilla y sonrió como si acabara de ganar una pelea.

 

Y mientras reíamos como idiotas por una carne término medio, no pude evitar pensar en lo increíblemente absurdo, caótico y perfecto que era amar a este loco. A mi mercenario con el pie roto, que se pelea con una vaca muerta pero es capaz de esconder un gorrito para Frijolito en su abrigo, como si fuera el mayor tesoro del mundo.

 

—¿Y tú? —me preguntó Evan, aún con restos de carne entre los dientes y esa expresión medio burlona que no podía disimular ni cuando lo intentaba—. ¿Cómo te fue?

 

Suspiré. Largo. Muy largo.

 

—Bien —empecé con ironía—. Bien mal. Bien abrumada. Bien fastidiada. Todo lo que pueda empezar con "bien" y acabar peor.

 

Se rio. Pero yo no había terminado. No todavía.

 

—Fuimos al hospital. Al nuestro. Donde mamá y yo trabajamos, ¿sabes? Donde supuestamente tenemos contactos, autoridad, respeto... ¡Ja! Pues nos tuvieron esperando en la sala común. La sala común, Evan. A mi mamá, que es jefa de departamento, ¡la dejaron esperando como si fuera cualquier civil con un raspón!

 

—¿En serio? —se tragó la última carcajada para darme espacio.

 

—Y eso no es todo —seguí, levantando la voz como si volviera a estar ahí—. Los amigos de mamá no dejaban de ir a verla mientras estábamos ahí. Se turnaban como si fuera un desfile. "Ay, Lucía, ya me contó tu mamá, ¿es cierto?", "¿Estás bien? ¿Comes bien? ¿Es verdad que el papá del bebé es... un hombre peligroso?"

 

Puse los ojos en blanco al recordar sus caras, y seguí:

 

—Y luego mis amigas. ¡Mis amigas, Evan! Besos, abrazos, gritos. Una me agarró la panza como si fuera a sacar al frijolito ahí mismo. Todas desesperadas por conocerte. Que porque quieren ver al "protagonista de mi dark romance", como si fueras una maldita novela de Wattpad. Literalmente dijeron eso.

 

Él me miró con media sonrisa torcida, levantando una ceja.

 

—¿Dark romance, eh?

 

—Sí. Porque resulta que ahora soy la envidia de mi círculo de amigas solteronas. Todas con doctorados, másters, treinta y aún solas... y yo con 26, embarazada de tres semanas... de un asesino de 18 años.

 

Evan se encogió de hombros, como si eso no fuera un pequeño detalle digno de una novela policial.

 

—Bueno, tú pertenecías a ese club hasta hace menos de un mes... 26, soltera, tranquila... y ahora mira —hizo un gesto hacia mí con la mano, como si estuviera señalando a una criatura mítica—. ¡Lucía la enfermera! De soltera decente a madre del heredero de las sombras en tres semanas.

 

Tuve que soltar la carcajada. Porque sí, era ridículo. Increíble. Y, en el fondo, más real de lo que jamás imaginé que algo en mi vida sería.

 

—Eres un imbécil.

 

—Y tú una masoquista por amarme.

 

—Sí... —le di un beso en la frente—. Pero mi imbécil.

 

—Ah, por cierto —dijo Evan, mientras limpiaba con la servilleta la comisura de sus labios y tomaba un sorbo de jugo—. Ya envié la carta.

 

Me detuve un momento con el tenedor en el aire.

 

—¿La carta…?

 

Asintió, con esa calma suya que siempre me desespera.

 

—Sí. La carta. La que escribí para mis padres. La dejé en el buzón esta mañana. Bueno, en una oficina de envíos, en realidad.

 

—¿Y les pusiste tu nombre al menos?

 

—Claro que no —dijo, casi ofendido—. Ni nombre ni dirección. Solo "Para la familia Callahan". Que les llegue como un susurro desde el vacío. Un recordatorio de que su hijo sigue vivo. Que existe.

 

Fruncí el ceño.

 

—¿No crees que eso puede ser... no sé... inquietante? ¿Que se pregunten desde dónde les estás escribiendo? ¿Si estás bien, si no estás secuestrado, si no es una broma o una carta fantasmal?

 

Se encogió de hombros.

 

—Eso es parte del mensaje. Que no todo se puede entender de inmediato.

 

—Te gusta el drama más que a mí —resoplé, cruzándome de brazos.

 

—Nah, tú te llevas el premio, frijolito incluido.

 

Me levanté de la mesa para llevar los platos, pero lo miré por encima del hombro antes de dar el primer paso.

 

—Entonces… ¿ahora qué? ¿A esperar a que llegue la carta? ¿A que tu pasado toque la puerta una mañana?

 

—Sí. Mientras tanto... —se estiró y apoyó la cabeza sobre sus brazos, mirando el techo con expresión serena—. A vivir el presente. A cambiar pañales. A ver si tu mamá deja de verme como un proyecto de redención.

 

Solté una risa por lo bajo.

 

—Buena suerte con eso.

 

Mientras terminaba de enjuagar su plato, sentí los brazos de Evan rodearme por detrás, con esa suavidad inesperada en alguien con sus manos curtidas por años de guerra. Apoyó el mentón sobre mi hombro y susurró:

 

—¿Te gustó el regalo?

 

Sonreí sin mirarlo, pero mi corazón dio un pequeño saltito de ternura. Me giré apenas para verlo de reojo.

 

—¿El frijolito de trapo?

 

Asintió con esa sonrisa tímida que rara vez mostraba, como si aún no supiera bien cómo ser tierno sin sentirse vulnerable.

 

—Me encantó —dije—. Ya decidí que el tema de la fiesta de revelación va a ser frijolitos por todos lados. Frijoles por aquí, por allá, en el pastel, en la decoración, en la música si es posible. ¡Frijolito Power!

 

Evan soltó una pequeña risa contra mi cuello.

 

—No pensé que fueras a tomártelo tan en serio.

 

—Claro que sí. Es nuestro primer bebé. Si va a tener un apodo ridículo, al menos que tenga una fiesta ridículamente adorable.

 

—¿Y si no es una fiesta adorable y es un desastre?

 

—Entonces será un desastre temático —dije girándome para encararlo—. Pero al menos será nuestro desastre.

 

Él me miró fijamente por un segundo, con esos ojos que a veces parecen cargados con el peso de demasiadas vidas. Luego bajó la mirada hacia mi vientre y apoyó una mano ahí, suave, con una ternura torpe que me derretía.

 

—Frijolito... si supieras en la familia que te estás metiendo...

 

—Más te vale que sepa —respondí bajito, tomando su rostro entre mis manos—. Porque no pienso dejar que te vayas a ninguna parte.

 

—¿Espera, dijiste primer bebé? —preguntó Evan, frunciendo ligeramente el ceño con una mezcla de sospecha y broma—. ¿Acaso quieres más?

 

Le sonreí con descaro mientras me encogía de hombros.

 

—Un ejército. Frijolito no va a estar solo. Vamos a tener a garbanzito, manito, pistachito, habichuelita, sojita, y todos los demás integrantes de la legión de las legumbres.

 

Él parpadeó. Luego soltó una risa que no pude evitar contagiarme.

 

—¿Pistachito? ¿De dónde sacas esos nombres?

 

—¡De mi creatividad hormonal ilimitada y ligeramente impulsiva! —le respondí mientras me giraba completamente para rodearle el cuello con los brazos—. Vamos, Evan, admítelo. La idea de una tropa de mini versiones tuyas y mías correteando por todos lados, gritando cosas raras y con nombres aún más raros... es un poco adorable.

 

—Es un poco terrorífica.

 

—Lo sé —dije en voz baja, apoyando mi frente contra la suya—. Pero suena feliz, ¿no?

 

Él me miró, y por un momento esa sombra de melancolía que siempre cargaba se disipó. Me besó suavemente la frente y asintió.

 

—Sí. Suena feliz. Caótico, pero feliz.

 

—Perfecto —respondí con una sonrisa—. Como nosotros.

 

Estábamos aún abrazados, cuando se escuchó un grito desde el piso de arriba, tan fuerte que hasta el agua del grifo pareció estremecerse.

 

—¡FAMILIAAAA! —chilló Sofía desde lo alto de las escaleras—. ¡Lucía y Evan nos quieren dar un ejército de legumbres!

 

Yo parpadeé.

 

Evan se congeló.

 

—¿Qué acabas de hacer? —le pregunté sin moverme.

 

—Yo solo dije "primer bebé"… ¡¿cómo eso se volvió información pública?!

 

Ya era tarde. Se escucharon pasos desbocados bajando las escaleras, y en cuestión de segundos, Ana y Paula entraron a la cocina como si hubieran escuchado que estaban regalando boletos VIP para una telenovela en vivo.

 

—¿¡Un ejército!? —exclamó Ana, con los ojos brillando.

 

—¿¡Van a tener más de uno!? —añadió Paula, entre emoción y susto.

 

—¡Frijolito y sus hermanitos leguminosos! —gritó Sofía desde la puerta, alzando los brazos como si proclamara el inicio de una saga.

 

Evan se apoyó en el fregadero, cubriéndose la cara con una mano, rindiéndose por completo.

 

—¿Ves lo que provocas? —le susurré divertida.

 

—Solo dije que quería saber si te gustó el muñequito… ¿cómo esto se volvió una junta de planificación para "La venganza de los frijoles"? —susurró él de vuelta.

 

—Bienvenido a la familia, Callahan —dije, riéndome mientras mis hermanas ya sacaban ideas para nombres y decoración temática.

 

Evan suspiró hondo.

 

—Está bien. Pero yo no les cambio pañales a todos. Uno sí. Dos, tal vez. Ya tres… empezamos negociaciones.

 

—Perfecto. Pero tú entrenas a frijolito y sus hermanitos en combate con pistolas de agua.

 

—Hecho. Defensa leguminosa nivel uno.

 

Y mientras Paula hablaba ya de mandiles con dibujos de garbanzos y Ana sugería nombres como "Cacahuatín" o "Chícharito", Evan me miró, rendido pero sonriendo… como quien acepta felizmente su destino.

 

***

 

EMILY.

Las manos me no sé en qué momento me encontré de nuevo en la cocina, como siempre, haciendo las cosas por inercia. La cafetera me llenaba la casa con su aroma familiar, el sonido del agua hirviendo tan cálido como los recuerdos de tiempos más tranquilos. El sol entraba a través de la ventana, tiñendo todo con esa luz dorada que tanto me gustaba. Todo parecía normal. Un día más de los muchos que pasaron desde que la casa se sintió vacía… desde que Evan desapareció.

 

Estaba reorganizando los libros en el estante cuando mi mirada se desvió hacia el correo que había llegado por la mañana. Lo dejé ahí junto a la mesa, sin mucho interés.

La vida sigue su curso, a pesar de todo.

Pero algo, no sé qué, me empujó a levantarme y acercarme a ese sobre sin remitente ni dirección. No había ninguna razón lógica para que ese pedazo de papel me causara tanto desconcierto. Ni mi esposo, ni mis amigos, ni nadie había enviado cartas en tanto tiempo. Y sin embargo, allí estaba.

 

Lo tomé entre mis manos, el peso ligero de lo desconocido. La letra, el tipo de papel, todo parecía tan... diferente., ¿Qué era esto? ¿Una carta anónima?

 

Con el corazón acelerado, me senté en la silla y empecé a abrirla. No me atrevía a respirar mientras desdoblaba el papel. Una parte de mí ya sabía lo que estaba por leer, pero otra parte se resistía. La carta comenzó a revelarse, sus palabras saltaron ante mis ojos como si fueran un eco del pasado. Las letras parecían traer consigo la tormenta de emociones que tanto había evitado.

 

Leí en silencio.

 

"No sé cómo empezar esto. No sé si esto se empieza pidiendo perdón, dando explicaciones, o simplemente diciendo 'hola'. Tampoco sé si estas palabras llegarán a ustedes, si aún están ahí, si aún me esperan o si algún día dejaron de hacerlo. Pero quiero creer que sí. Que, en algún rincón del mundo, aún hay dos personas que me aman, aunque no me recuerden. Aunque yo no los recordara tampoco... por mucho tiempo.

 

El nombre que he portado estos años ha sido Leonardo. Y… soy su hijo. Evan."

 

Mi pulso se detuvo. Los ojos se me nublaron por un segundo, y sentí un nudo apretándome en el pecho. ¿Evan? ¿Mi hijo? No podía ser. No podía creer lo que leía. Era como un sueño o tal vez una pesadilla, como si un fantasma del pasado hubiera vuelto a buscarme.

 

Seguí leyendo, y a medida que las palabras fluían, las lágrimas comenzaron a caer, una tras otra. No quería llorar, no allí, no en ese momento, pero las emociones me desbordaban. Era como si las palabras en la carta tuvieran el poder de desgarrar el peso de años de incertidumbre.

 

"No estoy seguro de muchas cosas. La vida me arrancó de un lugar que no recuerdo del todo. Me mantuvo lejos, me rompió, me usó, y me devolvió al mundo cuando ya no sabía quién era. Solo hasta hace poco comencé a reconstruirme. A ver mi reflejo y no sentirme como un monstruo. A entender que tengo derecho a vivir… y no solo a sobrevivir."

 

Era como si Evan me estuviera hablando directamente, como si no hubiera estado perdido en alguna parte lejana del mundo, sino justo aquí, en frente de mí, con palabras que nunca imaginé escuchar.

 

"Durante ocho años, fui un número, una herramienta, un fantasma con un propósito que no elegí. Escapé de todo eso, pero también escapé de ustedes. Al principio porque no los recordaba. Luego porque tenía miedo de lo que podría encontrar. ¿Y si no me buscaron? ¿Y si me vendieron? ¿Y si nunca me amaron?"

 

No. Yo lo había amado. Desde el primer momento en que lo sostuve en mis brazos. Pero las preguntas y dudas de los años nos separaron. Quizás él lo sentía en algún rincón de su ser. Y si era cierto lo que decía, si él había estado esperando algo de nosotros, ¿cómo podía saberlo? Después de todo, ¿cómo le explicas a un niño que nunca entendió lo que pasó?

 

"Pero estaba equivocado. Sé que me buscaron. Sé que cada año mandan cartas, reportes, esperanzas al viento. Lo supe hace poco. Lo confirmé. Y desde entonces, tengo un nudo en el pecho que no me deja respirar del todo. Porque ahora sé que no fui olvidado. Que sí importé. Que sí me quisieron. Y eso… eso me destruye, pero también me salva."

 

Las lágrimas seguían cayendo. Mis manos temblaban al sostener la carta. Un latido fuerte resonaba en mi pecho. La esperanza, la que había guardado en secreto todos estos años, estaba despertando de nuevo.

 

Seguí leyendo, incapaz de detenerme, sintiendo cómo cada palabra me acercaba más a un hijo que no sabía si alguna vez podría abrazar nuevamente.

 

"Hoy estoy escribiendo esto con manos que todavía tiemblan. En una casa que no es la mía, pero donde me han recibido como si lo fuera. Al lado de una persona que ha sabido abrazar todo lo que soy, incluso lo roto. Y con una noticia que nunca imaginé darles: voy a ser padre.

 

Sí. Su hijo, ese que desapareció siendo un niño, va a tener un hijo. O hija. No lo sabemos aún. Le decimos 'frijolito' por ahora, y aunque me asusta más de lo que puedo explicar, también me da una razón más para escribirles. Para buscarlos. Para verlos. Porque este niño… no va a crecer sin saber de dónde viene. No va a vivir con las mismas dudas que me marcaron a mí.

 

No sé si me van a perdonar. No sé si estarán enojados. Si dolidos. Si aún conservan mis fotos o si las escondieron para no llorar más. Pero si todavía me quieren… si todavía tengo un lugar con ustedes… quiero regresar.

 

No como el mismo niño que se fue. Sino como el joven que sobrevivió. Que quiere sanar. Que quiere aprender a vivir. Y que quiere, por primera vez, volver a casa.

 

Su hijo, Evan."

 

Guardé la carta con mucho cuidado, mis manos aún temblorosas. La casa se sentía más llena que nunca, llena de esperanza, de amor perdido pero también reencontrado. El vacío que había cargado todo este tiempo comenzó a sanar, como si la carta hubiera traído una respuesta a una pregunta que nunca me atreví a formular en voz alta.

 

Finalmente, dejé la carta sobre la mesa, me apoyé en el respaldo de la silla y cerré los ojos, pensando en todo lo que aún quedaba por vivir.

 

**

 

Volví a leer la carta. Y lo hice una vez más. Y otra. Mis ojos recorrían las palabras, como si esperara que algo cambiara, que al menos una de esas letras me dijera que era una broma. Algo, cualquier cosa que me permitiera pensar que esto no era real. ¿Cómo podía ser? ¿Cómo podía ser que después de tantos años, después de tanto dolor, de tantas noches en las que me pregunté si alguna vez lo volvería a ver, él estuviera escribiendo esto?

 

El nombre del bebé... Frijolito. ¿Frijolito? ¿Cómo podía ser eso un nombre para un niño? No, no era un nombre. Pero lo decía con tanta naturalidad, como si no fuera nada extraño, como si en su vida ya hubiera significado algo. Algo tan simple como eso, un nombre, un apodo que representaba lo que ya venía… Un hijo.

 

Mis manos temblaban mientras sostenía la carta. Las palabras seguían bailando ante mis ojos. —Voy a ser padre. Lo repetía una y otra vez en mi mente. ¿Cómo podía ser? Mi hijo, el que se fue tan pequeño, el que se perdió en el tiempo y en la distancia, ahora iba a ser padre. De un niño al que llamaban "frijolito".

 

El corazón me latía con fuerza, como si quisiera saltar de mi pecho. Pero entonces, la realidad me golpeó de nuevo. Mis pensamientos se despejaron, y con un dolor inmenso, supe lo que tenía que hacer.

 

Mi familia tenía que saberlo. Robert tenía que saberlo. Él… él tiene que saberlo. Mi esposo. El hombre con el que compartí tantos años esperando respuestas que nunca llegaron. Mi hijo, nuestro hijo, estaba vivo. Y esa noticia, esa confirmación, necesitaba ser compartida. Ya no podía estar sola con este peso.

 

Me levanté rápidamente y tomé mi teléfono. No me importó que mis manos aún temblaran al sostenerlo, o que mis ojos estuvieran llenos de lágrimas. Tenía que llamarlo, tenía que decirle lo que acababa de leer. Robert.

 

El teléfono comenzó a sonar, y cada timbre parecía durar una eternidad. ¿Qué iba a decirle? ¿Cómo podía explicarle todo esto? ¿Cómo le contaba lo que había sido un vacío por tantos años?

 

Finalmente, la voz de Robert salió del otro lado.

 

—Emily, ¿qué pasa? —preguntó, notando la agitación en mi tono.

 

No sabía por dónde empezar. No podía articular las palabras con claridad, pero aún así las dejé salir.

 

—Robert... —mi voz temblaba—, ...es él. Está vivo. Está... está vivo. Y va a ser padre.

 

Hubo un silencio incómodo al otro lado. No me dijo nada. Ni una sola palabra. No lo podía creer, y yo tampoco. Pero sabía que debía seguir.

 

—¿Qué?¿Quién?—preguntó, claramente confundido, casi incrédulo.

 

No podía darle detalles. No tenía detalles. Solo lo que esa carta había dicho. Solo esas palabras tan difíciles de creer.

 

—No... no sé, pero lo sé, Robert. Lo sé. Está vivo. Y sabe que nunca dejamos de buscarlo. Dice que vamos a ser abuelos...

Me detuve, incapaz de seguir hablando por un momento. Un nudo se formó en mi garganta. Las lágrimas seguían cayendo sin que pudiera detenerlas. ¿Cómo podía decirle algo tan surrealista? Pero la respuesta era clara: debía saberlo.

 

—Por favor, regresa a casa ahora. —La súplica se escapó de mis labios, llena de desesperación—. Te necesito aquí. No sé qué hacer... no sé qué decir. Pero... Evan está vivo, Robert. Nuestro hijo está vivo.

 

Una vez más, la incertidumbre se apoderó de mí mientras esperaba una respuesta. Robert, el hombre que compartía mi vida, el que había estado a mi lado durante todo este dolor, no sabía cómo reaccionar. Nadie sabía cómo reaccionar.

 

Me dejé caer lentamente al suelo, de rodillas, incapaz de sostenerme más. La carta aún estaba entre mis manos, y aunque mi corazón latía a mil por hora, sentía una mezcla de alivio y dolor profundo. ¿Por qué había pasado tanto tiempo sin saber nada de él? ¿Por qué habíamos tenido que sufrir tanto?

Pero ahora, él estaba allí, en las palabras de una carta que había llegado de manera inesperada, y me hablaba de un futuro en el que no solo estábamos reconstruyendo el pasado, sino también abriendo puertas para un futuro que jamás imaginamos.

 

Escuché la voz de Robert al otro lado de la línea, su tono ahora más calmado, más comprensivo, aunque no completamente convencido aún.

 

—Voy para allá, Emily. Estoy en camino. No te preocupes. Todo estará bien.

 

Y, aunque sus palabras no me dieron respuestas, sentí el consuelo de saber que no estaba sola. Que él también entendía, a su manera, que esta noticia era el inicio de algo que, aunque desconocido y aterrador, también era una nueva oportunidad para sanar.

 

Lloré. Lloré como nunca antes, con el peso de la angustia de años y la esperanza que ahora se abría ante mí.

**

 

ROBERT.

 

Las luces del auto pasaban como destellos borrosos. No podía ver con claridad. No por lluvia, no por el tráfico. Era por las lágrimas que se formaban en mis ojos y que no se atrevían a caer del todo. Tenía un nudo en la garganta que me ahogaba. Emily me había dicho que estaba vivo. Que Evan… nuestro hijo, estaba vivo. 

Mis manos temblaban en el volante. El corazón me golpeaba el pecho como si quisiera escaparse, como si llevara años esperando moverse con fuerza otra vez. No podía dejar de repetirlo mentalmente. Evan. Vivo. Padre. Frijolito. ¿Qué demonios significaba eso? ¿Era real? ¿Era un error? ¿Era un maldito sueño?

 

Mi pie apretaba el acelerador más de lo que debía. No me importaba. Tenía que llegar a casa. Tenía que verla. Ver sus ojos. Ver esa carta. Porque no podía quedarme solo con palabras rotas por el llanto. Necesitaba algo que me dijera que no me estaba volviendo loco.

 

Cuando por fin llegué, apenas supe cómo estacionar el auto. Casi lo dejé a mitad del camino. Abrí la puerta con torpeza, el corazón se me iba a salir del pecho, y lo único que pude hacer fue correr hacia dentro.

 

Y ahí estaba.

 

Emily.

 

En el suelo.

 

Llorando.

 

Temblando.

 

Una hoja de papel sobre su pecho, como si fuera la única cosa que le quedara en el mundo.

 

Mi mundo se detuvo.

 

—Emily... —susurré, cayendo de rodillas junto a ella.

 

No respondió. Solo sollozaba. Sus hombros se agitaban con cada respiración que intentaba tomar sin éxito. Me sentí completamente inútil. Me dolía verla así. Me dolía no saber qué hacer para consolarla. Me dolía estar tan perdido como ella.

 

Extendí una mano temblorosa hacia el papel. Mi cuerpo entero dudó antes de tocarlo. Lo levanté con cuidado, como si fuera algo sagrado. Y lo leí.

 

Lo leí.

 

Cada palabra.

 

Cada línea.

 

Y sentí que el alma se me rompía.

 

No por dolor. No solo por dolor.

 

Sino por la verdad que gritaba desde cada renglón. Evan. Mi hijo. Nuestro hijo. Escribiendo. Diciendo que está vivo. Que nos recuerda. Que... va a ser padre.

 

Tuve que cerrar los ojos. Dejar que las lágrimas se deslizaran por fin. No podía detenerlas. No quería. No sabía que las tenía tan reprimidas.

 

Volteé a ver a Emily. Me incliné hacia ella y la abracé, fuerte, como si quisiera cargar también su dolor, como si pudiera protegerla de todo con solo tenerla entre mis brazos. Ella hundió el rostro en mi pecho y lloró más fuerte, como si al fin pudiera soltar todo lo que había contenido.

 

—Está vivo... —susurró, apenas audible—. Robert… nuestro niño… está vivo.

 

Y yo no supe qué responder.

 

Solo la abracé más fuerte.

 

Porque sí. Estaba vivo.

 

Y aunque el dolor no se había ido… por primera vez en muchos años, había esperanza.

 

 **

El silencio apenas se había asentado cuando el estruendo de neumáticos frenando de golpe se escuchó desde afuera. Luego, las puertas de dos autos se cerraron de golpe, con esa fuerza impaciente que solo trae el miedo y la urgencia. Pasos corriendo. Voces lejanas que se aproximaban.

 

Y entonces la puerta principal se abrió de un golpe.

 

—¡¿Qué pasó?! —gritó Thomas entrando como un torbellino, los ojos recorriendo la sala hasta fijarse en nosotros.

 

—Salí del hospital en cuanto vi el mensaje —dijo Emma, entrando detrás, con su bata aún colgando del brazo—. ¿Mamá? ¿Papá? ¿Qué ocurre?

 

No pude hablar. No podía formar una sola palabra. Aún abrazaba a Emily, quien seguía temblando contra mi pecho. Lo único que hice fue alargar la carta con una mano temblorosa hacia ellos.

 

Thomas la tomó, su expresión confundida. Emma se acercó para leer junto a él, sus ojos siguiéndolo línea a línea. Al principio parecía que no entendían. Como si fuera una broma. Una historia sacada de alguna novela retorcida.

 

—Esto… —Thomas tragó saliva—. ¿Esto es en serio?

 

—¿Tiene algún remitente? ¿Dirección? ¿Algo? —preguntó Emma, volteando la hoja.

 

Emily negó suavemente con la cabeza, sin despegarse de mi abrazo.

 

—Solo decía para la familia Callahan. Nada más. Pero… es él. —Su voz se quebró, un susurro atravesado por lágrimas—. Es mi hijo. Yo lo siento. Es Evan.

 

Thomas y Emma se quedaron en silencio, como si necesitaran otro minuto para aceptar que lo que estaban leyendo era real. Sus rostros palidecieron. El nombre, las palabras, "voy a ser padre", "frijolito", "no quiero que mi hijo crezca sin saber de dónde viene"…

 

Era él.

 

Después de tantos años. De tanta incertidumbre. De tanta búsqueda, dolor, silencios que dolían más que las palabras. Evan estaba vivo.

 

Y por primera vez en mucho tiempo, los cuatro estábamos juntos, llorando, temblando… con algo que no habíamos tenido en años:

 

Esperanza.

 

El silencio era denso, cargado de emociones contenidas y respiraciones entrecortadas, cuando de pronto el sonido del timbre retumbó en la casa. Un timbre común. Cotidiano. Pero que sonó como una explosión en medio de esa quietud.

 

Emma giró automáticamente hacia la ventana del frente, asomándose apenas entre las cortinas.

 

—Es… es un cartero —dijo, frunciendo el ceño.

 

Nadie se movió al principio. Pero ella reaccionó rápido, caminó hasta la puerta y la abrió. Hablaron brevemente, apenas un par de palabras entre ella y el joven que le extendió un pequeño paquete delgado. Luego, la puerta se cerró tras ella mientras regresaba con el mismo gesto desconcertado.

 

—Hay más cartas —dijo en voz baja, sosteniéndolas con ambas manos como si fueran frágiles.

 

—¿Qué? —solté, parándome—. ¿Más?

 

—Sí. Dos sobres más. Sin remitente… otra vez. También dirigidos a nosotros, la familia Callahan.

 

No esperé. Tomé una con rapidez, rompiendo el sello con dedos torpes. Dentro, el papel estaba plegado con cuidado. Lo desplegué y comencé a leer.

 

"Si están leyendo esto, entonces la primera carta ya les llegó… o al menos eso espero. He estado dando vueltas sin parar en mi cabeza, pensando en qué más decir, cómo explicar lo que siento, lo que he vivido, lo que soy ahora. Sé que la primera carta fue un golpe. No porque haya sido agresiva o cruel, sino porque… simplemente existía. Porque era yo, su hijo, escribiendo después de tantos años. Después de haberme convertido en un fantasma.

 

Y aún así, siento que no fue suficiente.

 

He pasado días con el corazón agitado, con el alma enredada en mil emociones. Porque escribirles fue liberador… pero también aterrador. No hay guía para esto. No hay manera correcta de volver del olvido. Solo este intento torpe y sincero de acercarme. De dar un paso. De no tener más miedo.

 

Imagino que deben haber leído muchas veces lo del bebé. De 'frijolito'. Quizá incluso se rieron del nombre. O lloraron. O ambas cosas. Yo también lo hago. Rara vez puedo pensar en ese pequeño sin que algo en mi pecho tiemble. Sin que se me revuelva el estómago de amor y de miedo. Porque sí… voy a ser papá.

 

Y no me siento listo. Pero tampoco quiero huir.

 

Frijolito… frijolito me está dando mucho más de lo que merezco. Me está dando dirección. Me está enseñando a amar. Me está empujando a dejar de esconderme, a dejar de vivir solo como alguien que sobrevivió. Me hace querer sanar, no solo por mí, sino por él. O ella. Aún no lo sabemos.

 

Hace unos días, dependiendo de cuándo llegue esta carta, mi pareja y yo estábamos en la cocina, hablando de tonterías mientras lavábamos los platos. Cosas de esas que se dicen cuando uno está feliz y asustado a la vez. Yo le pregunté si con 'primer bebé' se refería a que quería más… y ella dijo que sí. Que quería un ejército. Que frijolito iba a tener hermanos con nombres como garbancito, pitachito, manito y quién sabe cuántos más. Reímos tanto ese día. Me sentí tan… humano.

 

Sé que estas cosas pueden sonar absurdas, fuera de lugar, como si intentara adornar algo demasiado serio. Pero quiero que las sepan. Porque no quiero que me vean solo como un niño perdido que ahora es un adulto herido. Quiero que me vean también como alguien que está encontrando pequeños pedazos de esperanza en medio del caos.

 

No sé si el nombre Evan aún les suena lejano. Si aún es extraño para ustedes como lo fue para mí. Pero estoy aprendiendo a aceptarlo. A aceptarme. Y sé que eso solo será completo cuando también pueda volver a decir: soy su hijo. No con miedo. Sino con orgullo.

 

Y aunque todavía no tenga dirección para darles… aunque no me haya atrevido a firmar con apellidos o a decir desde dónde les escribo… quiero que sepan que estoy más cerca de lo que creen. Que los he leído. Que los he buscado. Que los he soñado.

 

Quiero volver a verlos. Quiero que conozcan a frijolito cuando llegue. Quiero que algún día lo abracen y le digan que su papá fue su hijo. Que a pesar de todo… nunca dejaron de amarme.

 

Guarden esta ecografía, por favor. Es la primera imagen de su nieto. Tiene tres semanas, tal vez cuatro para cuando lean esto. Aún es tan pequeño que parece un suspiro. Pero late. Y su corazón… es fuerte. Como el de su padre. Como el de ustedes, que nunca se rindieron.

 

Gracias por seguir existiendo. Por no soltarme, aunque no supieran dónde estaba.

 

Voy a encontrar el camino a casa.

 

Con todo mi corazón,

 

—Evan"

 

Mis manos temblaban más al ir bajando la hoja. Adentro, pegada con una pequeña cinta, había una imagen.

 

Una ecografía.

 

Mi respiración se detuvo.

 

Emma y Thomas se acercaron de inmediato.

 

Detrás de la imagen, garabateado con tinta negra y firme, estaba escrito:

 

"Tres semanas actualmente. Quizás, para cuando esta carta llegue, ya estemos en la cuarta. Es pequeño, lo sé. Pero es real."

 

No pude evitar sentarme otra vez, esta vez por cuenta propia. La imagen seguía temblando en mis dedos. El rostro de Emily se escondió contra mi hombro, sollozando en silencio.

 

Thomas se cubrió la boca, en shock. Emma simplemente se dejó caer en el sofá, llevándose ambas manos al rostro.

 

Nuestro hijo… nuestro hijo estaba vivo.

 

Y nuestro nieto… también lo estaba.

 

Emma aún sostenía el segundo sobre en las manos, lo miraba como si fuera una reliquia sagrada. No lo abrió de inmediato. Lo hizo con cuidado, como si el más mínimo movimiento brusco pudiera deshacer las palabras dentro.

 

El papel era más grueso, más largo. Varias hojas esta vez. Se acomodó en el sillón, tragando saliva, y comenzó a leer en voz baja, aunque no tardamos en rodearla para escucharla mejor.

 

"Hola de nuevo. 

Si están leyendo esto, entonces llegaron ambas cartas o de forma desordenada. Supongo que ya estarán un poco menos confundidos… o tal vez más. No sé. No soy bueno escribiendo esto, nunca lo he sido. Pero tengo que intentarlo, porque hay mucho que decir. Y lo merecen.

 

Primero… sí. Es verdad que tengo 18 años. Y voy a ser papá. Ya lo dije antes, pero aún me cuesta creerlo. A veces despierto y me pregunto si estoy soñando. Pero luego escucho las náuseas matutinas o la voz de la mujer con la que estoy… y bueno, se me pasa.

 

Ella tiene 26 años. Sí. Ocho años mayor. Una mujer terca, de esas que no puedes ignorar aunque lo intentes. Sarcásticamente hermosa. Y con un carácter que a veces me hace pensar que me adoptó a mí y no al revés. Es como una dictadora con la salud: todo tiene que estar medido, vigilado, cuidado. Pero también es cálida. Me ve como si no estuviera roto. Como si siempre hubiera sido yo."

 

Emma y Thomas intercambiaron una mirada breve. Yo no soltaba a Emily. Solo escuchaba, sintiendo que cada palabra nos acercaba más.

 

"Estamos en Nueva York. Desde hace casi dos meses. No se preocupen, no diré dónde exactamente. Aún no. No porque no quiera, sino porque… quiero aparecer por sorpresa. Sé que suena infantil, pero es algo que necesito. Llegar cuando menos lo esperen. Mirarlos a los ojos y confirmar lo que ya sé.

 

¿Y qué es eso que sé? Que ustedes no me olvidaron. Que no me vendieron. Que no me dejaron. 

 

Lo supe hace unas semanas. Fue… complicado. Me ayudaron a hacer una pequeña movida que no fue muy legal que digamos, pero gracias a eso, confirmé que soy su hijo. Que ustedes son mis padres. Que tengo hermanos. Una familia."

 

Emily comenzó a llorar otra vez, esta vez sin contención. Emma pausó un poco antes de seguir.

 

"No recuerdo mucho de ustedes. Flashazos. Voces. A veces un olor. Un abrazo. Nada sólido. Y eso dolía… porque pensé que, si yo no recordaba, ustedes tampoco lo harían. Pero estaba equivocado. Me buscaron. Me amaron. Nunca me soltaron, aunque yo sí lo hice.

 

Y por eso… por eso volveré. No diré cuándo. No aún. Pero llegará el día. Tal vez en medio de un día cualquiera. Tal vez en una tarde lluviosa. Tal vez cuando menos lo imaginen. Y cuando eso pase, quiero que sepan que no será el niño que perdieron quien volverá. Será el hombre que sobrevivió. El que quiere, por fin, volver a tener una familia.

 

Gracias por no olvidarme. Por seguir siendo mi hogar, incluso cuando no supe que existía. 

 

Hasta pronto. 

 

—Evan."

 

Cuando Emma terminó de leer, nadie habló.

 

Solo se oyeron las respiraciones quebradas, y el papel, aún temblando entre los dedos de quienes lo tocaron después, como si en él estuviera impresa la vida misma.

**

EMMA.

Apreté la carta contra mi rostro.

 

La sentí temblar entre mis manos igual que mi corazón.

 

No era un papel. Era Evan.

 

Mi hermano.

 

Evan sigue vivo.

 

—Evan… —susurré sin darme cuenta, como si al decir su nombre pudiera traerlo de vuelta, como si al pronunciarlo lo reclamara al mundo de nuevo, como si el eco de su voz respondiera en cualquier momento.

 

Ocho años.

 

Ocho años de oraciones, de vigilias frente a la ventana, de buscar su rostro entre multitudes, de mandarle mensajes al cielo pidiendo que nos lo devolviera entero… aunque fuera sólo una vez más.

 

Y ahora estaba aquí.

 

En esta carta.

 

Con tinta temblorosa y palabras que gritaban con silencio todo lo que había sufrido.

 

Me cubrí la boca. Las lágrimas se me salieron sin pedir permiso, tibias, pesadas, sinceras.

 

Evan está vivo.

 

Y no solo eso... está en Estados Unidos.

 

No al otro lado del mundo, no en un sitio perdido entre fronteras...

 

A unos días de aquí.

 

Casi pude escucharlo reír. Pude imaginarlo escribiendo esta carta con las manos temblando, dudando en cada palabra, con los ojos rojos de tanto contenerse.

 

Mi hermano está vivo.

 

Y va a ser padre.

 

Me reí sin querer, entre sollozos, con la garganta cerrada y el pecho a punto de explotar.

 

—Va a ser papá… —susurré.

 

Apenas tiene dieciocho y ya va a ser padre.

 

De un bebé al que llaman…

 

—Frijolito —dije, medio riendo, medio llorando, como si el nombre fuera un hechizo que me apretara el alma.

 

—Qué apodo tan tonto… y tan hermoso.

 

Me quedé ahí, con la carta pegada al rostro, respirando su aroma, como si pudiera oler a Evan entre las líneas.

 

No sé cuánto tiempo pasó. Pero en mi cabeza solo había un pensamiento girando como remolino:

 

Está vivo.

 

—Emma —dijo Thomas de pronto, con la voz más suave de lo normal—, hay algo en el reverso.

Parpadeé, aún secándome el rostro, mientras él giraba con cuidado la hoja, señalando un pequeño párrafo al final, como una nota secreta, garabateada con tinta más clara, como si quien la escribió hubiera temido ser descubierta.

 

Era una posdata.

 

Pero no de Evan.

 

Sino de alguien más.

 

"Hola. Esta parte no la escribió Evan. Soy Lucía, su… bueno, su pareja, aunque él todavía se sonroja cuando lo digo en voz alta. Estoy escribiendo esto a escondidas, mientras fue a dar un paseo y me dejó a cargo de poner la carta en el sobre. No tengo mucho espacio ni tiempo, pero sentí que debía decirles algo…"

 

Me quedé sin aliento. ¿Lucía?

 

¿La pareja de Evan?

 

Seguí leyendo.

 

"No sé cómo explicarlo sin sonar demasiado dramática, pero Evan… Evan no cree merecer lo que tiene. No les voy a contar los detalles de su vida —porque eso le corresponde a él cuando se sienta listo—, pero sí puedo decirles que su camino ha estado lleno de cosas que ningún niño, y mucho menos un adolescente, debería soportar. Hubo días, muchas veces, donde pensó que no valía la pena seguir. Que estaba roto. Que el mundo no tenía un lugar para alguien como él."

 

Sentí un nudo profundo en la garganta. Thomas bajó la mirada. Mamá se tapó los labios, tratando de contener otro llanto.

 

"Pero no está roto. Al menos, yo no lo veo así. Ni mi familia tampoco. Estos últimos meses hemos hecho todo lo posible por recordarle cada día que merece paz. Que merece reír. Dormir tranquilo. Tener alguien que lo abrace sin miedo. Y sí… también merece una familia. Ustedes."

 

Tragué saliva con dificultad. Podía imaginarla escribiendo eso rápido, mirando a la puerta, con miedo de que Evan regresara y la descubriera.

 

"Quiero que sepan algo antes de que piensen mal de mí… Sí, tengo ocho años más que él. Sí, entiendo que eso puede sonar extraño. Pero esto… esto no fue algo planeado ni una búsqueda de poder o control. Esto fue un accidente hermoso, de esos que suceden cuando dos almas heridas se cruzan y, en lugar de romperse más, deciden sanarse juntas. Si quieren una imagen clara de quién es Evan ahora… imaginen a uno de esos protagonistas de dark romance que parecen fríos, torturados, misteriosos… o tal vez al villano guapo que carga con todos los pecados del mundo sobre los hombros. Solo que Evan… en lugar de ser cruel, es tímido. Y en lugar de ser frío, es absurdamente coqueto, de esa forma que no se da cuenta que lo está siendo. Me desarma a diario."

 

Reí entre lágrimas. Thomas también soltó una exhalación parecida a una risa, mezcla de asombro y ternura.

 

"Ha estado cantando canciones tontas mientras limpia, se ruboriza si lo miro mucho tiempo, y le pone nombres de legumbres a todo lo que se le cruza. Si algún día lo conocen, espero que puedan ver lo que yo veo: a un joven que, pese a todo, decidió seguir caminando. Que encontró algo de luz en medio de su caos. Y que, aunque le cueste creerlo, merece ser feliz."

 

Cerré los ojos.

 

Lucía…

 

Quienquiera que seas, gracias.

 

"PD: Si él pregunta, esta parte nunca existió. Guiño guiño."

 

Volví a mirar la nota.

 

Evan había sobrevivido.

 

Y, de alguna forma, el universo le había puesto a Lucía en el camino.

 

O quizás, a ella y a su familia.

 

Fuera como fuera…

 

Mi hermano no solo estaba vivo.

 

Estaba aprendiendo a vivir.

 

Y eso… eso lo cambiaba todo.

*****

Imágenes de las cartas de Evan hacia su familia:

DarkLeaves (@DarkLeavesDL) / X

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