Ficool

Chapter 3 - Capitulo 3:

Capítulo 3:

El sonido de la lluvia golpeando el tejado parecía acompasar el ritmo acelerado del corazón de Matt. Sujetaba con fuerza la carta que aún le parecía un sueño: Hogwarts, el colegio de magia y hechicería.

La había leído una y otra vez desde que llegó, sin comprender del todo cómo una vida marcada por la soledad y la miseria podía haberlo llevado a esto. Un destino que parecía reservado solo para cuentos de hadas o pesadillas escondidas tras los muros de un callejón.

Aquella noche no podía dormir. No por miedo, sino por la inquietud punzante que hervía bajo su piel. Desde que la carta llegó, algo dentro de él había comenzado a despertarse. Lo sentía en la punta de los dedos, como una energía latente que palpitaba con cada emoción intensa. Era como si la carta no solo hubiera revelado un mundo nuevo... sino también su verdadero yo.

Esa madrugada, en el silencio húmedo de un refugio improvisado entre cajas y ladrillos rotos, ocurrió.

——

La pesadilla comenzó como siempre. La imagen de sus padres adoptivos, la risa cálida de su madre mientras le acariciaba el cabello, el sabor del chocolate caliente durante los inviernos fríos… y luego el crujido. El crujido metálico y feroz del auto chocando. El fuego. Los gritos.

Matt se despertó empapado en sudor, el pecho agitado, el aire caliente alrededor de su rostro. Pero esta vez algo era distinto.

Las cajas a su alrededor estaban ardiendo. Llamas oscuras, negras como la noche, bailaban sobre el cartón y la madera sin hacer ruido, como si el fuego mismo no quisiera ser descubierto. No desprendían humo. No iluminaban la oscuridad, y sin embargo todo a su alrededor parecía derretirse en sombras titilantes.

Se apartó, cayendo de rodillas, el corazón golpeando con violencia.

—¿Qué… qué es esto? —susurró con la voz temblorosa, extendiendo una mano hacia las llamas.

Estas se movieron hacia él, obedientes, envolviendo sus dedos sin quemarlo. Al contrario, era como si se fundieran con su piel. No dolían. No ardían. Se sentían como una extensión de su alma… como si siempre hubieran estado ahí.

Recordó entonces los incidentes pasados. Cuando deseaba con fuerza que los chicos de la calle lo dejaran en paz, y estos se tropezaban con cosas invisibles. O cuando una noche de hambre intensa, una hogaza de pan cayó desde una ventana cerrada. Siempre pensó que era coincidencia… hasta ahora.

Se levantó, aún rodeado de esas llamas negras, 'váyanse', con ese simple pensamiento, se extinguieron. No quedaba rastro, ni humo, ni olor a quemado. Solo el eco del poder en su interior.

Al día siguiente, mientras el cielo apenas aclaraba, una figura se acercó por los callejones del barrio más escondido de Londres. El hombre tenía el rostro severo, las ropas negras flotando con la brisa húmeda del amanecer. Sus ojos, oscuros como pozos insondables, se clavaron en Matt con una intensidad que lo hizo dar un paso atrás.

—¿Matthew Moreo? —preguntó con voz grave.

Matt asintió, instintivamente en guardia.

—Mi nombre es Severus Snape. He venido en nombre de Hogwarts.

La presencia del hombre era pesada, pero no hostil. Matt sintió como el hombre presente lo observa, como si quisiera ver algo mas. Snape no lo miraba con lástima, ni con duda. Solo con una suerte de evaluación silenciosa. Los ojos de snape no se alejaron del chico, porque había notado algo extraño al alrededor de matt.

—He leído tu archivo. Sabía que eras especial… pero no esperaba esto —añadió, observando una pequeña marca ennegrecida en el suelo donde Matt había estado la noche anterior.

Snape se agachó, tocando con cuidado la superficie.

—¿Has tenido manifestaciones inusuales últimamente?

Matt dudó. ¿Debía confiar en él? Pero algo en la mirada de aquel hombre le decía que no estaba allí para juzgarlo.

—Fuego… negro —respondió finalmente—. Lo controlo, creo. Anoche apareció cuando... cuando soñaba.

Snape entrecerró los ojos, como si eso confirmara una sospecha antigua.

—Magia elemental. Y no cualquier tipo. El fuego es una manifestación extremadamente rara… y peligrosa si no se controla.

Matt desvió la mirada, temiendo haber cometido un error al contárselo.

—Pero también es un don —continuó Snape—. Uno que, bien guiado, puede cambiar el curso de la historia.

Las palabras se clavaron en el pecho de Matt. Era la primera vez que alguien hablaba de él como si tuviera un propósito… como si importara.

Después de las muertes de sus padres, estuvo viviendo en la calle protegido por su magia, aunque eso fue sin saberlo.

—Ven conmigo —dijo Snape, girándose—. Hay mucho que debes aprender antes de pisar Hogwarts.

Matt lo siguió, con la carta aún guardada en su bolsillo y un nuevo fuego ardiendo en su pecho. Esta vez, uno que no lo consumía… sino que le daba forma. Poder tener un propósito olvidado en las tragedias.

——

El calor que sentía en el pecho no era normal. Desde que había salido del callejón en el que lo encontró Snape, el aire parecía diferente. Como si lo que latiera dentro de su cuerpo no fuera solo un corazón, sino un volcán a punto de estallar.

Snape caminaba a su lado con pasos largos y serenos, el sonido de sus botas apenas resonaba en las calles del Londres muggle, como si su presencia misma evitara ser notada por el mundo. No hablaba mucho, pero de vez en cuando lanzaba una mirada a Matt, una que no era de desconfianza… sino de curiosidad contenida. Como si estudiara algo peligroso que no quería soltar.

—Esa sensación... —murmuró Matt, apretando la mano contra su pecho. Un calor seco se acumulaba en su interior, más fuerte con cada paso que daba. No era fiebre. Era... otra cosa. Algo vivo.

—¿Pasa algo? —la voz grave de Snape lo sacó del trance.

Matt alzó la vista. Dudó un segundo, pero respondió:

—Es como si algo ardiera en mí. Como si tuviera fuego dentro... pero no me quema.

Snape se detuvo. Lo miró con curiosidad, y por primera vez desde que lo había encontrado, su ceño se frunció, no con molestia, sino con interés.

—¿Desde cuándo lo sientes?

—Desde ayer. Bueno... desde que le grité a ese tipo que quería robarme. Sentí que algo se rompía. Luego... hubo fuego. Pero no normal. Era oscuro. Como si la noche ardiera.

Snape entrecerró los ojos, y sin decir nada, continuó caminando. Pero esta vez, sus pasos eran más rápidos. Urgentes.

Cuando llegaron a una pequeña casa apartada a las afueras de la ciudad, Snape le indicó con un gesto que entrara. No era una casa común. No había cuadros, ni decoración. Solo libros, calderos, frascos con cosas flotando y una extraña quietud.

—Siéntate —ordenó con voz firme.

Matt obedeció, y el profesor sacó su varita, dibujando un círculo de runas en el suelo que brillaron tenuemente en rojo. Después, colocó frente a él un cuenco con un líquido plateado.

—Respira hondo. Cierra los ojos. No pienses. Solo deja que fluya —indicó.

Matt lo hizo. La oscuridad tras sus párpados se llenó de algo más que silencio. Un rugido, como el viento entre llamas, lo envolvió. No tenía forma, pero tenía fuerza. Y esa fuerza pedía salir.

Las runas en el suelo comenzaron a cambiar de color, pasando del rojo normal a un púrpura intenso, luego al negro. El líquido del cuenco empezó a hervir.

Matt abrió los ojos sobresaltado. En su palma, sin saber cómo, una pequeña flama negra danzaba, suave y poderosa. No quemaba. No hacía daño. Pero irradiaba algo primitivo, peligroso pero a la vez, se sentía como cálido abrazo.

—Magia elemental... —dijo Snape en voz baja, casi como un susurro para sí mismo—. Y de fuego negro. Esto es... muy raro.

Matt lo miró, confundido.

—¿Qué significa?

Snape se sentó frente a él, su semblante más serio que nunca.

—La magia elemental es extremadamente rara. Se manifiesta cuando el alma y la energía mágica están en perfecta sintonía con un elemento. El fuego, en especial, es el más inestable. Y tú, Matt... no estás canalizándolo. Lo estás generando. Como si siempre hubiera estado ahí.

—¿Eso es... bueno o malo?

Snape lo miró largo rato antes de contestar.

—Dependerá de cómo lo uses.

Por primera vez, Matt sintió que no estaba completamente perdido. Que algo en él tenía valor. Aunque no entendiera del todo.

El resto del día lo pasó con Snape en esa casa extraña. El profesor no era amable, pero tampoco cruel. Enseñaba con precisión, con palabras justas. Y Matt, por instinto o por talento, aprendía rápido, aunque se distraía fácilmente. Pronto, no solo podía invocar la pequeña llama negra, sino también contenerla, aunque sea un poco, podía darle forma, hacerla desaparecer. Pero eso era todo.

Pero había algo más.

Cuando se quedaba solo, a veces esa llama volvía a aparecer sin que él la llamara. En sueños, en pensamientos, incluso en momentos en los que sentía tristeza o rabia.

Era como si ese fuego respondiera a sus emociones. Como si su dolor lo alimentara.

Esa noche, mientras se acurrucaba en un rincón del sofá que Snape le había ofrecido para dormir, Matt miró su mano en silencio. Una chispa negra se encendió por un segundo en su dedo índice. Como una luciérnaga de oscuridad.

No sabía qué era ese fuego. Ni por qué lo tenía. Pero una cosa era segura:

Estaba solo al principio de algo muy grande.

Y por primera vez en años… no tenía miedo.

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