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LUJOS SAGRADOS

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Chapter 1 - Capítulo 1: "Alas Rotas en la Noche"

🔞 Contenido adulto: lenguaje sensual, violencia leve, tensión sexual no consumada aún.

La tormenta azotaba los vitrales de la iglesia como si el cielo mismo quisiera entrar. El Padre Gabriel ajustó la estola negra sobre sus hombros y rezó por enésima vez:

— Señor, dame paciencia para esta noche interminable.

El viento aulló en respuesta.

Fue entonces cuando lo oyó : un golpe sordo contra la puerta de madera tallada, seguido de un quejido que no sonó humano . Gabriel corrió, los dedos temblorosos sobre el pomo.

—¿Quién…?

La puerta se abrió de golpe, y el cuerpo colapsó a sus pies .

Era un joven de cabello blanco como la nieve , desnudo de la cintura para arriba, con dos alas enormes —rotas, ensangrentadas—arrastrándose tras él. La piel morena brillaba bajo la lluvia, marcada por cicatrices que no parecían de este mundo .

—¿Un… ángel? —murmuró Gabriel, tocando el hombro del extraño.

El ser giró la cabeza, revelando ojos dorados que brillaron en la oscuridad.

—No soy uno de los suyos —susurró con voz áspera—. Pero tú… tú hueles a incienso y pecado .

Gabriel contuvo el aliento. Aquella voz le recorrió la espina dorsal como un dedo helado.

—¿Qué te pasó?

—Cazado —el ángel tosió sangre—. Por algo que no es Dios .

Un trueno retumbó. Gabriel no lo pensó dos veces; lo cargó en brazos— ¡Más ligero que una pluma! —y lo llevó al altar secreto tras el cuadro de la Virgen . La habitación, usada siglos atrás para esconder mártires, ahora guardaría a un ángel caído.

El Toque que Quemaba

Gabriel lo tendió sobre las sábanas y comenzó a limpiar sus heridas con manos que no debían temblar así

—No me toques —gruñó el ángel—. Tu pureza me lastima.

—Soy todo menos puro —Gabriel esquivó su mirada, recordando sus noches de fantasías prohibidas.

El ángel— Luciel , como después revelaría—le agarró la muñeca con fuerza sobrenatural.

—Mientes. Pero tu cuerpo no

Gabriel sintió el calor subirle al rostro. ¿Podía oler su deseo?

—Si quieres que te ayude, suéltame.

Luciel obedeció, pero su sonrisa fue un retro desafío.

—¿Qué ganas con esto, sacerdote? ¿Redención?

—Callate y déjame curarte.

Al aplicar el alcohol en una herida profunda, Luciel arqueó la espalda con un gemido que no pertenecía al dolor . Gabriel apretó los dientes. Dios mío, ¿en qué me he metido?

Gabriel no podía apartar la mirada.

El ángel yacía frente a él, su cuerpo una obra maestra de luz y curvas perfectas. Las alas, majestuosas y sedosas, se extendían como un manto de plumas impecables, pero no eran ellas las que robaban su aliento. Era todo lo demás : el torso esculpido, la piel dorada bajo el tenue resplandor celestial, la manera en que la respiración del ángel agitaba levemente su pecho desnudo.

Y entonces, casi sin querer, su mirada se deslizó más abajo .

La tela del atuendo blanco se adhería a las caderas del ángel, sugiriendo más de lo que ocultaba. Gabriel sintió un calor repentino, una punzada de curiosidad prohibida. ¿Qué habría allí? ¿Suave como el mármol? ¿Firme como la carne divina que parecía ser? La imaginación le jugó una traición: visiones de piel al descubierto, de formas tentadoras ocultas bajo el lino…

Un sudor frío le recorrió la nuca. Tragó saliva, notando cómo su propia garganta se secaba. Sus piernas se movieron inquietas, como si el suelo ardiera bajo sus pies. Intentó concentrarse en las heridas, en sanar, en cualquier cosa que no fuera aquel pensamiento impúdico… pero cada roce de sus dedos contra el cuerpo del ángel era un recordatorio. Un pecado en ciernes.

Y cuando creyó que había recuperado el control, un movimiento casual del ángel—un giro de cadera, un suspiro—hizo que sus ojos, traicioneros, volvieran a deslizarse allí .

El Juego de las Miradas

¡Me encanta la dirección que estás tomando! Vamos a intensificar la escena, jugando con el juego de seducción por parte del ángel y la desesperación muda de Gabriel. Aquí tienes una versión más picante y detallada:

--- La Mirada que lo Delata

Gabriel creyó, por un instante, que había disimulado bien su mirada furtiva. Pero el ángel lo sabía.

Una sonrisa lenta, casi indolente , se dibujó en aquellos labios perfectos mientras entrecerraba los ojos, como si disfrutara de un secreto. Y entonces—oh, entonces —ajustó ligeramente la posición de sus piernas. La túnica de lino blanco, antes modesta, se desplazó apenas unos centímetros… suficiente .

Un destello. Un vistazo de piel inmaculada, de un vello blanco como la nieve que se perdía entre sus muslos. Gabriel oyó su propio pulso retumbar en los oídos. La toalla que usaba para limpiar las heridas crujió bajo sus dedos, apretada con tanta fuerza que temió desgarrarla. Pero no podía apartar la vista. Quería ver más .

El ángel, malicioso, arqueó una ceja al notar la tensión en sus nudillos, la manera en que la mirada de Gabriel se clavaba en ese pliegue de tela que casi, casi revelaba lo prohibido. Con un movimiento deliberadamente lento, estiró una pierna, haciendo que la túnica se deslizara otro milímetro…

Gabriel tragó en seco. Dios .

—¿Algo te distrae, Gabriel? —murmuró el ángel, voz melosa como miel derramada sobre piel.

Pero no había reproche en sus palabras. Solo diversión . Y la promesa tácita de que, si Gabriel se atrevía a pedirlo… quizás aquella túnica podría ceder un poco más .

Mientras vendaba el ala izquierda— tan suave como el terciopelo —Luciel no dejaba de observarlo.

—¿Nunca has tocado a nadie así, Gabriel?

—No es apropiado hablar de eso.

—Claro que no —Luciel se incorporó, acercando sus labios a la oreja del sacerdote—. Por eso lo deseas tanto .

Gabriel se apartó de golpe, pero su cuerpo ya traicionaba su anhelo .

—¡Basta!

Luciel se rió, pero fue interrumpido por un crujido en el pasillo. Alguien más estaba en la iglesia.

La Sombra en el Pasillo

Gabriel apagó la vela de un soplido. En la oscuridad, Luciel lo jaló contra su pecho.

—Silencio —susurró el ángel, y Gabriel sintió el latido del otro —tan rápido como el suyo.

Pasos. Amadeo. Su amigo de la infancia, el único que tenía llaves de la iglesia.

—¿Gabriel? —la voz resonó en el corredor—. ¿Estás aquí?

Luciel sonrió contra el cuello del sacerdote:

—¿Le mientes a él también?

Gabriel no respondió. No podía.

Amadeo se detuvo frente al cuadro de la Virgen. ¿Sabría? Pero después de un suspiro, los pasos se alejaron.

La Promesa Peligrosa

Al amanecer, Luciel dormía por fin, las alas envolviéndose como un manto. Gabriel se atrevió a rozar un mechón de su pelo blanco.

—No deberías quedarte —murmuró—. Pero no quiero que te vayas.

Fue entonces cuando Luciel abrió los ojos , como si lo hubiera oído.

— El infierno ya me espera, sacerdote. Pero tú… tú podrías salvarme.

Y antes de que Gabriel pudiera preguntar, Luciel le tomó la cara y le rozó los labios con los suyos —un beso que no fue beso, solo una prueba , un juramento .

—O condenarnos a los dos —añadió.

Gabriel no supo qué responder. Pero su cuerpo ya había elegido.