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Capítulo 32 – 14 de octubre de 2012
El sol del domingo apenas comenzaba a filtrarse por las persianas cuando Luka abrió los ojos. Eran las 7:11 de la mañana. Pese a que era día libre para los jugadores del Juvenil B, su cuerpo ya se había acostumbrado al ritmo exigente de Valdebebas. Se levantó en silencio, se cambió por ropa de entrenamiento más ligera y bajó a desayunar antes que nadie.
El comedor estaba completamente vacío. Solo se escuchaba el zumbido del refrigerador y el leve chirrido del pan tostándose. Luka comió sin prisa: un par de tostadas con mermelada, café con leche y un plátano. Cuando terminó, recogió su bandeja, se colgó la mochila al hombro y salió al exterior, caminando hacia los campos auxiliares.
No tenía una intención concreta, solo el impulso incontrolable de entrenar. Aún saboreaba el partido del sábado: su debut, el gol, las felicitaciones del míster, el respeto de sus compañeros. Pero sabía que eso no significaba nada si no seguía creciendo. Él no quería ser una promesa más. Quería ser el mejor.
Valdebebas estaba en calma. Ni técnicos, ni porteros, ni personal de mantenimiento. Solo el leve murmullo del viento entre las redes. Luka caminó hacia el campo 6, uno de los menos usados los domingos. Se quitó la sudadera, sacó unos conos y su balón de entrenamiento, y comenzó a hacer toques y cambios de dirección en solitario, en silencio.
Estaba en eso cuando escuchó un suave golpe de balón rebotando. Alzó la vista.
A unos 20 metros, en el lado opuesto del campo, una chica de estatura media, cabello recogido en una coleta apretada y camiseta blanca sin logos hacía conducciones rápidas con un balón. No la había visto llegar. Sus movimientos eran compactos, técnicos, con un ritmo intenso. Controlaba con la zurda, conducía con la diestra, giraba sobre su eje sin perder el equilibrio.
Luka se quedó quieto unos segundos. Luego, por puro instinto, volvió a sus ejercicios, pero no pudo evitar lanzarle miradas entre cada repetición. No era común ver chicas allí, y menos un domingo tan temprano. No llevaba ropa del Madrid, ni de ningún otro club.
Ella lo notó, claro.
—¿Quieres decir algo o solo vas a espiarme desde ahí? —dijo, sin dejar de mover el balón.
Su tono no era hostil, pero sí firme. Luka se acercó despacio, con las manos en la cintura y una sonrisa leve.
—No todos los días uno se encuentra con alguien que entrena así. ¿Juegas en algún equipo?
La chica paró el balón bajo la suela y lo miró con cejas alzadas.
—Athenea. Juego en el Madrid CFF, cadete. ¿Y tú?
—Luka —respondió, tendiéndole la mano—. Juvenil B del Real Madrid. Acabo de llegar.
Ella se la estrechó sin dudar, con fuerza.
—No pareces español.
—No lo soy. Croata.
Athenea asintió, luego volvió a mover el balón con rapidez entre conos improvisados que había puesto con botellas de agua.
—¿Siempre entrenas los domingos? —preguntó Luka, dando un par de toques al suyo.
—Cuando puedo, sí. No me gusta quedarme en casa viendo la tele mientras otras están mejorando.
Él sonrió de nuevo, reconociendo en ella ese fuego que también lo empujaba.
—¿Te importa si entrenamos juntos?
Athenea se lo pensó un segundo. Luego se encogió de hombros.
—Solo si no me haces perder el ritmo.
Durante la siguiente hora, alternaron ejercicios: controles orientados, rondos de dos toques, pases en movimiento, definición desde el borde del área. Aunque no hablaban mucho, cada pase afinaba su conexión. Luka notó que ella era rápida, muy intensa, con una zurda fuerte y una mentalidad que no le temía al esfuerzo.
Athenea, por su parte, parecía sorprendida por la técnica de Luka. Especialmente su equilibrio al encarar y su forma de perfilarse antes de cada disparo. En un momento, tras un golazo cruzado que él clavó en la escuadra, lo miró con una media sonrisa.
—¿Te crees Modrić o qué?
—No —respondió Luka, con una risa corta—. Yo soy yo.
Ya casi al final, se tumbaron unos minutos sobre el césped, jadeando, mirando el cielo azul sin nubes. El silencio era cómodo.
—No está mal entrenar con alguien que no se rinde en la primera serie —comentó ella, sin mirarlo.
—Tampoco está mal encontrar a alguien que quiera mejorar más que solo ganar —dijo él.
Athenea giró apenas la cabeza para mirarlo de reojo. Luego sonrió. Solo un poco.
—Nos vemos por aquí mañana.
—Sí —asintió Luka, convencido.
Cuando se separaron, Luka regresó a la residencia con una sensación rara en el pecho. No era amor ni atracción directa. Era... respeto. Curiosidad. Y un impulso, casi nuevo, de querer verla de nuevo, no por lo que podía enseñarle, sino por lo que despertaba en él.
Y eso, en alguien como él, lo era todo.
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