🜏 CapĂtulo 3 – Promesa quebrada
Narrador: Varek
"Las promesas más puras no se rompen con gritos… se rompen con silencios."
—Luciano Kerens
La noche en Esperanza del Ciervo no era frĂa por el viento.
Era frĂa por lo que dejaba atrás.
Por lo que no podĂa llevar conmigo.
Luciano Kerens habĂa sido maldecido para no volver jamás a aquel pueblo.
Moira, su único amigo, sembró piedras rúnicas en el camino para impedir que criaturas como él lo tocaran otra vez.
Por eso fui yo quien llevĂł a Sanathiel hasta allĂ.
TenĂa apenas cinco años y ya parecĂa un cuerpo sin futuro: frágil, sin fuerza en las piernas, respirando como si cada aliento fuera un prĂ©stamo.
Me quedé de pie junto a la ventana empañada; el vidrio guardó la forma de mi aliento.
No quise entrar. No aĂşn.
—Estarás mejor aquĂ, Sanathiel —susurrĂ©.
Abrà la puerta en silencio. El olor a madera vieja me golpeó, lleno de ecos de vidas que ya no estaban. Caminé hasta su cama. Su cabello rubio se deslizaba sobre la almohada como un último hilo de inocencia. Me arrodillé. Le toqué la frente. Sus párpados temblaron. Mis lágrimas rozaron su piel.
—Si despiertas… me odiarás. Y si no lo haces… tal vez me odie yo. Duerme… y olvida, Sanathiel —murmuré.
Cerré los ojos. Las runas grabadas en mi palma ardieron. Mis pupilas violetas —esas malditas gemas— se encendieron.
La luna se retirĂł de su sangre.
Los colmillos se ocultaron.
El lobo Nevri dejó de latir en él.
Solo quedĂł un niño que ya no recordarĂa la mitad de su vida.
Cerré la puerta y dejé mi sombra sobre su cama. Afuera, Luciano me esperaba.
—Hiciste lo que debĂas —dijo.
—No —respondĂ—. Hice lo que juré… y lo rompĂ con el mismo aliento.
Desde aquella puerta cerrada, el tiempo se volviĂł un animal mudo.
Cuando volvĂ a oĂr su nombre, ya no era el mismo.
Los años pasaron, y su nombre cambiĂł: Rodrigo.Â
Fue adoptado por una pareja que no podĂa tener hijos. AprendiĂł a caminar con torpeza.
Pero su cuerpo no respondĂa al ritmo de los otros niños: no crecĂa igual, no enfermaba igual.
Luciano lo observaba desde la distancia, incapaz de entrar.
Yo también.
A los cinco años, Noah suplicó por él, y Luciano le concedió clemencia.
Aquella noche, los ojos dorados de Sanathiel despertaron.
La daga del destino rozĂł su piel, y la telequinesis naciĂł en sus manos como si siempre hubiera estado allĂ.
A los seis, la manada lo encontrĂł: lobos salvajes, pero malditos.
Lo adoptaron como uno de los suyos.
Él no hablaba; solo imitaba gestos.
Dos de esos lobos rompieron las reglas, bebieron su sangre y se deformaron: ya no eran bestias ni hombres, sino ambas cosas, condenadas a seguirlo.
CreyĂł que lo habĂan salvado. En realidad, lo reclamaron.
El tiempo lo llevĂł a un monasterio.
El incienso se mezclaba con el hierro.
Los rezos ocultaban tráfico y abuso de niños.
Sanathiel no se transformĂł. No rugiĂł.
Solo caminó por los pasillos… y los silencios se llenaron de gritos.
Cuando amaneciĂł, todos estaban muertos.
Y él, más grande.
TenĂa siete años cuando el doctor Fallian lo reclamĂł.
Su suegro formaba parte de una organizaciĂłn nueva: la Comunidad de los 13.
Usaron su sangre para sanar enfermos… y asà nació la leyenda de los Nevri.
—Déjalo aquà —dijo Luciano—. Vivirá como humano hasta que despierte.
—¿Y si despierta antes? —pregunté.
Su mirada, cargada de espinas negras que se movĂan bajo la piel, no parpadeĂł.
Las espinas respiraban, buscando grietas para escapar, como si dentro de él algo recordara la forma del infierno.
—Entonces… el ciclo elegirá a quién devorar primero.
Vi cĂłmo las marcas crecĂan por su cuello, dejando escapar un humo oscuro que no era aire, sino espectros.
—Los hijos de ese demonio no heredan su sombra —susurró Luciano—. La multiplican. Donde pisan, nace la ruina.
—Por eso a ti… te preparo. No para seguirlo, sino para encerrarlo —me dijo, y me tendió una llave de hierro ennegrecido—. Cuando yo caiga, la Comunidad de los 13 será tu carga. No su poder… su condena.
Mientras su voz temblaba, añadió una frase que no olvido:
—No todos mis hijos están perdidos… pero no todos volverán a mĂ.
Entonces apareciĂł Verenice: cabello negro ondulado, ojos como nubes antes de la tormenta.
Una cientĂfica que jugaba a ser madre.
RegistrĂł a Sanathiel como hijo adoptivo bajo su apellido: Ruanda.
Y a mĂ… Luciano me tomĂł como heredero.
Su hijo legĂtimo ante el Consejo.
La Comunidad de los 13 me aguardaba con su red de espectros y laboratorios.
Lo vi crecer desde la distancia.
Vi cĂłmo su risa se volvĂa prestada, cĂłmo los lobos lo seguĂan como sombras.
Cómo conoció a Risas y a Arcángel.
Nunca me atrevĂ a acercarme.
Cada paso hacia él era un eco: Sariel aún me miraba desde las cenizas.
Una noche, Verenice lo llevĂł a la gran sala.
Las piedras espectrales ardĂan como lámparas de sangre.
Los ancianos del 13 lo miraban con miedo… y codicia.
—Este niño —anunció Luciano— será la llave.
Yo estaba fuera.
En la lĂnea donde los juramentos se quiebran.
Antes de desaparecer, toqué la tierra helada y susurré a las estrellas:
—No importa cuántos años pasen.
No importa cuántos nombres lleves: Sanathiel, Rodrigo, Stefan… yo recordaré.
Y cuando la luna vuelva a mancharse… yo seré el primero en sangrar.
Bajo las raĂces donde Sariel se habĂa consumido, algo seguĂa latiendo.
No estaba muerto.
No vivo.
Solo… esperando.
Porque las promesas no se rompen.
Se pudren.
Y a veces florecen otra vez… con dientes.
A mĂ, en cambio, me llevaron a mi nuevo destino: aquel internado donde conocĂ a Aisha, donde por primera vez elegĂ mirar hacia otro lado… sin saber que esa elecciĂłn tambiĂ©n lo marcarĂa a Ă©l.
Porque cada paso que di lejos de Sanathiel fue un pacto que aĂşn no termina.
Yo elegĂ borrarte.
Yo elegĂ dejarte.
Pero el ciclo nunca se olvida.
Y cuando despierte —ya sea en tu piel o en tu sombra—
yo estarĂ© allĂ.
Si me odias, que tu odio me encuentre.
Si me buscas… que sea para decidir
si moriré contigo, o por ti.
Porque nunca he sabido cómo salvarte… sin perderme.
Y aunque ella —Aisha— finja que no me pertenece,
cada silencio suyo solo me hunde más:
no es amor,
es la herida que no deja de sangrar.
