El campo de batalla estaba cubierto de sangre; cadáveres y fragmentos de cuerpos se esparcían por toda la zona. Los que aún se mantenían en pie seguían luchando. El aire vibraba con el sonido metálico de las espadas chocando y los gritos de ira, desesperación y dolor.
No era solo una guerra en tierra; sobre los cielos, varios combatientes volaban, lanzando ataques devastadores. El enfrentamiento parecía más una tormenta de magia que una simple lucha con espadas. En medio del caos, un estallido de risa resonó con tal fuerza que provocó escalofríos y miedo en quienes lo escuchaban.
—¡Hahahahaha! —tronó el extraño, con una sonrisa maquiavélica en el rostro—. El hecho de no activar nuestro INTI no significa que estemos vulnerables o en desventaja, héroe. —Su voz destilaba confianza, sus ojos clavados en su objetivo—. Que les quede claro: somos, oficialmente, los dos grandes y únicos de este mundo... y ustedes serán erradicados por atreverse a rebelarse contra nosotros.
Las siete mujeres que rodeaban la escena cambiaron su expresión al instante; sus miradas se tornaron más tensas y temerosas. Eran conocidas como las Brujas, y el instinto de supervivencia se había activado en todas ellas al sentir el aura de aquellos que se autoproclamaban dioses. Sabían que algo no encajaba... y que aquella confianza escondía un propósito siniestro.
El dios que había hablado mantenía toda su atención en el héroe, pero su compañera —una diosa de rostro inexpresivo— observaba a cada uno de los presentes, como si estuviera evaluando cada movimiento.
—Quién lo diría... —susurró con voz suave, casi delicada—. Las siete Brujas de los Pecados Capitales y los Cinco Primordiales, uniendo fuerzas contra su enemigo principal, el héroe más fuerte de los Cinco Reinos... solo para intentar derrotarnos. No existe nada más patético que eso.
El héroe permanecía en silencio. No necesitaba hablar; su mirada lo decía todo: aniquilarlos sin piedad, hacerlos sufrir. Esa expresión, cargada de sed de venganza, no requería explicación alguna.
Entonces, uno de los Primordiales —quien parecía ser el líder de los cinco— liberó un aura oscura y densa. Con el dedo índice, señaló a ambos dioses.
—¡Esto acaba ahora mismo! —rugió con tal fuerza que todos pudieron oírlo—. No dejaremos que sigan viviendo, malditos dioses falsos. Han exterminado a los dioses verdaderos y encerrado a los demonios solo para manipular el mundo... ¡pero no se saldrán con la suyaaaa!
A lo lejos, en el horizonte del campo de batalla, se divisaban refuerzos. Los dioses fruncieron el ceño al notar que no eran pocos, sino un verdadero ejército. Sin embargo, de entre todos, solo cuatro guerreros llamaron la atención del dios.
—Dejar vulnerables a los reinos para venir a la guerra no es algo muy inteligente de su parte... pero en algo coincidimos: esto debe terminar aquí y ahora —dijo el dios, cerrando los ojos y juntando ambas palmas.
En ese instante, todos, al ver que los dioses comenzaban a moverse, desataron sus ataques con todo lo que tenían. El héroe, por su parte, desenvainó su espada, cuyo brillo cegador iluminó el campo. Se colocó en posición, cerró los ojos, enfocando toda su voluntad en sus enemigos, y susurró:
—INTI...
—¡¡¡POR FIN LO ACTIVASTEEE!!! —gritó el dios, esquivando y bloqueando los ataques de los demás.
—¿Eh? ¿Quiénes son ellos? ¿Por qué brilla tanto la espada de ese tipo? ¿Y esa armadura? —una voz desconocida se escuchó en la confusión—. ¿Quiénes son esas monjas? ¡Su ropa está destrozada! ¿Y esos dos? ¿Son curas? ¿Qué está pasando? ¡Ahhh, no debí faltar a la iglesia ayer!
—¡Miren! El de la armadura sacó su espada... ¡y brilla demasiado! —continuó la voz misteriosa—. No escucho lo que dicen, pero parece que va a atacar... ¡Asombroso!
La voz quedó ahogada por el estallido. El héroe descargó su golpe final, y dentro de un radio marcado, una explosión de luz abrumadora arrasó con todo.
—¡No mirooo! ¡Dios, mis ojos! ¡Me voy a quedar ciego! —gritó la voz, mientras la luz lo cubría todo.
De repente, se escuchó un golpe fuerte.
—¡Yuki, ven a desayunar, que nosotros ya nos vamos!
Eran las palabras de una mujer que lo llamaba por su nombre.
—¡Auch! Me dolió... Vaya, al parecer todo fue un sueño —dijo Yuki, sobándose la cabeza—. Tengo que ir a misa... sí, tengo que ir a misa. Anotado.
Todo lo que había presenciado no fue más que un sueño. Al caerse de la cama, despertó. Medio aturdido, se levantó, tomó una ducha caliente, se vistió con su uniforme y se preparó para el día. Se había demorado más de lo esperado; las personas que estaban en la casa ya se habían ido, y la voz de la mujer que lo llamaba antes tampoco estaba. Estaba completamente solo.
—No dejo de pensar... monjas y sacerdotes peleando, un tipo con armadura destruyendo todo con un solo ataque... todavía quiero acordarme de qué anime o manga era —murmuró para sí mismo mientras desayunaba.
Ese día entraba a clases a las nueve de la mañana y aún eran las siete, así que tenía tiempo de sobra para tomarse las cosas con calma. Después de desayunar, se sentó en el sofá y encendió la televisión. Cuando notó que ya era hora de salir, se levantó animado, apagó el televisor y salió de casa. En el camino, se encontró primero con su mejor amigo, Raúl, y más adelante con su mejor amiga, Luna.
Camino a la escuela, los tres se divertían contando chistes y cosas graciosas, hasta que la conversación cambió hacia su futuro.
—Oye, Yuki, ¿y a qué universidad entrarás? —preguntó Raúl mientras pateaba una botella de plástico vacía.
—Aún no lo he pensado, pero sí sé que quiero estudiar Ingeniería de Sistemas —respondió Yuki con una sonrisa—. ¿Y ustedes?
—Mi padre quiere que estudie Ingeniería Civil, y no está nada mal. Lo malo es que aquí no hay universidades con esa carrera, así que capaz que tenga que mudarme —dijo Raúl con una risita.
—¡Yo seré arquitecta de mi propio destino! —exclamó Luna alzando los brazos.
—Jajaja, aún faltan dos años para eso. Tenemos dieciséis años... toca disfrutar el tiempo que nos queda —respondió Yuki.
Raúl quiso seguir pateando la botella, pero por accidente le dio a una piedra. El golpe le dolió, aunque se aguantó y fingió que no pasaba nada.
—¿Y hoy iremos al cine? Vi que se estrenó una película que parece estar buenísima —comentó Raúl mientras caminaba de espaldas.
—¡Siii! Nos hace falta relajarnos, ¿verdad, Yuki? —dijo Luna, sujetándose la coleta de cabello.
—Me parece un plan perfecto. Entonces, saliendo, vámonos directo para no perder más tiempo. ¿Suena bien? —preguntó Yuki—. Cuidado, Raúl, te vas a caer.
A los tres les encantó la idea y aceptaron ir después de clases. Raúl, confiado, siguió caminando en reversa hasta que tropezó, provocando que todos estallaran en risas.
Las clases de Yuki transcurrieron sin problemas; prestó atención a todas y, a la hora del almuerzo, fueron al comedor para no quedarse con el estómago vacío. Luego regresaron a clases hasta que, finalmente, el reloj marcó las dos de la tarde. Yuki se quedó esperando en la puerta de la escuela a sus amigos para ir al cine.
—¡Yuki!
Escuchó su nombre desde lejos. Al voltear, vio a dos personas alzando los brazos para saludarlo. Él devolvió el saludo y caminó hacia ellos.
—Hola, señor, señora. ¿Qué hacen por aquí? ¿Están esperando a Luna? —preguntó Yuki con cierta duda.
—Siii —respondió la mujer—. El doctor cambió la cita para hoy y tenemos que llevarla temprano para no hacer tanta fila.
—Vaya... entonces el cine lo tendremos que cambiar para mañana, jajaja. Lo importante es la salud de su hija —dijo Yuki con una sonrisa.
—Ay, mi amor, perdón. Mañana se los recompensaremos —aseguró la madre de Luna.
—Entiendo, campeón. Esperemos a que llegue nuestra hija y vemos si mañana pueden divertirse en otro lugar. Nosotros les compensaremos —añadió el padre, sin apartar la mirada de la entrada de la escuela.
Esperaron un buen rato hasta que la madre decidió entrar a buscarla. El padre y Yuki permanecieron en la entrada. Sin embargo, la mujer tardaba en regresar y Luna seguía sin aparecer. Entonces vieron a alguien salir... pero no era Luna, sino Raúl. El padre lo llamó para preguntarle dónde estaba.
—Sí, estuvo hablando con la profesora sobre algo que no había entendido —explicó Raúl, con un tono nervioso mientras miraba al padre de Luna—. Le dije que mejor la esperáramos en la estación de autobuses. ¿Vamos? Capaz que haya salido por la puerta trasera.
Cuando ya no pudieron esperar más, notaron que, cruzando la calle frente a la estación de autobuses, estaban Luna y su madre, aguardando a que el semáforo cambiara a verde para poder cruzar. Sus miradas de felicidad estaban a punto de transformarse en horror.
Un autobús apareció a toda velocidad, tocando el claxon con fuerza; no tenía frenos y cada segundo iba más rápido. Todos voltearon al escucharlo, y el temor se apoderó de ellos. Comenzaron a correr, alejándose de la pista. Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos.
El vehículo terminó estrellándose contra un poste de luz cerca del semáforo, causando destrozos por doquier. El impacto destrozó gravemente la pierna de la madre de Luna: un trozo de metal la había atravesado, impidiéndole caminar. El semáforo, al caer, golpeó a Luna, dejándola inconsciente.
El lugar se llenó de gritos pidiendo auxilio. Algunos de los presentes corrieron hacia el autobús para ayudar a los heridos. El padre de Luna, Raúl y Yuki corrieron directo hacia ellas. La multitud estaba alborotada, y Yuki, totalmente asustado, temía que algo grave le hubiera ocurrido a Luna.
—No toquen ese metal o empezará a desangrarse... llévenla con cuidado —indicó Yuki, mirando fijamente a Luna.
—¿De qué...? —intentó decir el padre de Luna.
—Señor, disculpe la osadía, pero a su esposa no podemos moverla, no tenemos la fuerza que usted tiene. Por favor, manténgala a salvo. Yo iré a pedir ayuda para liberar a Luna —dijo Yuki, interrumpiéndolo.
El hombre no respondió; simplemente obedeció. Entre Raúl y él cargaron a la madre de Luna para ponerla a salvo. En ese instante, el autobús comenzó a prenderse fuego con una intensidad feroz, lo que alteró aún más a Yuki.
—¡Por favor, ayúdenme! ¡Necesito ayuda! —gritaba con desesperación hacia la gente—. ¡Por favor!
Nadie le hacía caso. Las personas comenzaron a retirarse apresuradamente, empujándose entre sí. Aún había pasajeros atrapados en el autobús, suplicando por sus vidas, pero todos prefirieron huir antes que arriesgarse.
Yuki escuchaba los gritos de auxilio dentro del vehículo. Apretó con fuerza los dientes, cerró los ojos y, ignorando todo, se dirigió a donde estaba Luna. Intentó levantar el poste de luz que la atrapaba, pero era inútil: un adolescente contra ese peso no tenía oportunidad. Sin embargo, no dejó de intentarlo; la desesperación lo consumía. Su rostro se tornó rojo, las venas de su cara y brazos se marcaron, y gritó con todas sus fuerzas. Nada parecía suficiente.
Una pequeña explosión dispersó fragmentos de metal por todo el lugar. Uno de ellos golpeó el estómago de Yuki, que se lanzó sobre Luna para protegerla. Se incorporó como si no sintiera dolor, apartó el metal y volvió a intentar levantar el poste.
En ese momento, el padre de Luna llegó y se unió al esfuerzo. Tenían poco tiempo: las llamas del autobús crecían y los gritos en su interior eran desgarradores. Ese miedo y desesperación les dio el impulso para lograr levantarlo.
—¡Aaaahhh! ¡Señor, sáquela de ahí! ¡Yo lo sostendré el tiempo suficiente, vamos! —gritó Yuki.
El padre jaló a su hija de ambos brazos, liberándola mientras Yuki soportaba el peso.
Una segunda explosión sacudió el lugar, moviendo el poste lo suficiente como para atrapar la pierna de Yuki. El padre quedó paralizado, atrapado entre ayudarlo o huir con su hija.
—Sálvela... ella es lo más importante ahora. No se preocupe por mí, estaré bien. ¡Por favor, aléjela de este lugar! —dijo Yuki, presionando su estómago ensangrentado.
—No puedo dejarte aquí, niño... —respondió el hombre, con lágrimas en los ojos.
—Prefiero dar mi vida sabiendo que pudimos rescatarla... que morir los tres aquí sabiendo que todo fue en vano. Vamos... sé que prefiere mil veces salvar a su hija antes que arriesgarla por alguien que ni siquiera es su familia —dijo Yuki con una mirada fría, cargada de enojo.
El padre lo miró, y en sus pensamientos pidió disculpas por lo que estaba a punto de hacer. Cargó a su hija y se alejó. Pocos segundos después, el autobús explotó por completo, una explosión tan fuerte que pudo verse desde muy lejos.
Yuuki había muerto. Sintió el ardor abrasador de las llamas por apenas unos segundos, y luego... nada. Solo oscuridad. Como si hubiera cerrado los ojos para siempre. Su mente, atrapada en un limbo, comenzó a hablarse a sí misma.
—Luna... nunca te dije lo mucho que te amaba. Tenía pensado pedirte que fueras mi novia, haha... pero el miedo a arruinar la amistad que teníamos los tres siempre fue más grande —exhaló un suspiro cargado de arrepentimiento—. Tenía una vida perfecta: unos padres que me amaban, hermanos que me cuidaban, amigos a quienes estimaba con todo mi corazón... era un buen estudiante. ¿Por qué yo, Dios? ¿Qué fue lo que hice?
A lo lejos, unas voces comenzaron a resonar. Yuuki no podía distinguir su origen; todo seguía siendo un mar de sombras.
—¿Qué idioma es? ¿Inglés? ¿Japonés? No entiendo nada... —pensó, y decidió alzar la voz—. ¿Pueden escucharme? ¡¡Holaaa!! ¿Dónde estoy?
Las voces se intensificaban, acercándose cada vez más, aunque la oscuridad seguía envolviéndolo.
—No los entiendo... pero están muy cerca. Espera... ¿qué es esa luz?
Un punto diminuto brillaba en la distancia. Poco a poco crecía, cegando su visión. Yuuki intentó cerrar los ojos, pero no pudo; la luz lo envolvía por completo, y al mismo tiempo, aquellas voces extrañas comenzaban a transformarse... ya casi podía comprenderlas, como si lentamente se volvieran español.
—Mira, amor... cómo me queda mirando. Me muero de amor —dijo una voz femenina, dulce, desconocida.
Yuuki intentó orientarse... y entonces lo vio. La mujer estaba recostada en una cama, sosteniendo a un bebé en brazos. Y, para su desconcierto, ese bebé... era él.
Intentó mover los brazos y vio que eran diminutos. Quiso hablar, pero apenas pudo emitir sonidos incoherentes. El pánico comenzó a crecer en su interior.
—¿Qué... qué está pasando? ¿Quiénes son ellos? ¿Por qué... por qué soy un bebé? —pensó, desconcertado.
A su lado, un hombre sostenía a otro bebé idéntico en edad, mientras ambos adultos sonreían y conversaban animadamente.
—Quedamos en que les pondríamos un nombre a nuestros hijos. ¿Ya pensaste en uno? —preguntó la mujer, sin apartar la mirada de Yuuki.
—Kai —respondió el hombre con una sonrisa—. Un nombre corto pero hermoso... significa triunfador. Es perfecto para él.
—Pues yo lo llamaré como mi abuelo: Ash —replicó ella con ternura—. Sé que, al igual que él, será un gran hombre... igual que su padre.
—¿Qué? ¡No, no, yo me llamo Yuuki! ¡Rayos, qué está sucediendo aquí! —protestó mentalmente, aunque para ellos sus palabras no fueron más que balbuceos infantiles.
—Hahaha, mira... parece que le gusta su nombre. Qué hermoso eres... —dijo la mujer, llenándolo de besos.
Ash —el nombre que ahora le habían dado— observó que, a diferencia suya, el bebé llamado Kai permanecía tranquilo, casi serio, con la mirada fija en su padre.
—¡Por fin, la familia Starwind está creciendooo! —exclamó el hombre con júbilo.
Yuuki estaba en shock. No podía comprender cómo había pasado del fuego y la muerte... a esto. Solo podía pensar en el accidente... y en el rostro de Luna. Sin embargo, una sensación de alivio lo invadía: al menos había logrado salvarla.
Ahora tenía un solo propósito: descubrir cómo había llegado a este lugar, qué le había ocurrido realmente... y si existía alguna forma de regresar. Poco a poco, comenzó a calmarse y a razonar, comprendiendo que, en estas circunstancias, lo único que podía hacer era avanzar paso a paso.
