—¿Qué os hace tanta gracia? —preguntó Kingu con dificultad a los Lahmu que lo rodeaban.
—¿No es obvio? Eres obsoleto. Madre ya no te necesita. Nosotros la despertaremos —respondió con burla el Lahmu que aún lo mantenía empalado. Acto seguido, retiró su pata del pecho de Kingu, extrayendo el Santo Grial que había dentro… y se lo tragó.
Inmediatamente, el Lahmu comenzó a mutar: de su espalda brotaron unas grandes alas, y sin perder tiempo, alzó el vuelo, elevándose hacia donde se encontraba Tiamat.
—¿Crees que te dejaré escapar? —gritó Ishtar, lanzándose tras él a toda velocidad y disparando proyectiles mágicos. El Lahmu los esquivaba o bloqueaba con sus alas como si fuesen meros insectos.
Kingu, por su parte, subió tambaleándose a lo alto del Templo del Sol, tratando de escapar de los demás Lahmu que lo acechaban. Sus ataques ya no surtían efecto contra ellos debido a su nueva condición. Acorralado, saltó desde la cima hacia el bosque intentando huir, pero sus perseguidores no se detuvieron.
Mientras tanto, el Lahmu volador fue interceptado en pleno vuelo por Quetzalcóatl, pero la embestida lo desvió solo un instante antes de que ambos, junto a Ishtar, fueran derribados y cayeran violentamente al suelo.
—¡Ja, ja, ja! ¡Son muy lentas! —se burló el Lahmu antes de retomar el vuelo a gran velocidad, esta vez en dirección al observatorio costero.
—¿Así que quieres un duelo de velocidad? Pues lo tendrás —dijo Ishtar con los ojos encendidos en furia antes de salir disparada tras él.
Quetzalcóatl, aún recuperándose, invocó a sus aves celestiales. Todos nosotros subimos a ellas y nos lanzamos en persecución del Lahmu que huía con el Grial.
En paralelo, Kingu corría por el bosque con dificultad, debilitado por la herida abierta en su pecho y la pérdida del núcleo del Grial. Sus fuerzas flaqueaban y pronto cayó de rodillas junto a un árbol, apoyando su espalda en el tronco para intentar recuperar el aliento. No tuvo mucho tiempo para descansar. Cinco Lahmu lo habían alcanzado y lo rodeaban.
—Ja, ja, ja… Qué patético. Qué obsoleto. —se burlaban mientras se reían con desprecio.
—Terminemos con esto —ordenó uno de ellos. Dos Lahmu se acercaron para darle el golpe final.
Kingu, agotado, solo pudo cerrar los ojos, resignado al dolor que estaba por llegar. Pero pasaron los segundos… y no sintió nada.
Cuando abrió los ojos, atónito, vio que los dos Lahmu habían sido apuñalados... por otro Lahmu.
—¿Te has vuelto loco? —rugió uno de los supervivientes, lanzándose sobre el supuesto traidor.
Ambos chocaron brutalmente. El Lahmu traidor recibió un golpe en el pecho que lo empaló, pero no se detuvo: alzó sus patas delanteras y atravesó con ellas al otro Lahmu, haciéndolo estallar en barro y desaparecer en partículas.
Kingu, boquiabierto, murmuró:
—¿Por qué me ayudaste?
El Lahmu herido se acercó tambaleándose.
—Enkidu… —balbuceó con dificultad, su voz cargada de dolor pero también de calidez.
—Gracias por cuidar y guiar al solitario rey con tu presencia… —dijo mientras acariciaba la mejilla de Kingu con una de sus patas ensangrentadas por el barro de los otros Lahmu.
—Tu muerte fue triste para todos… Todos sufrimos con tu partida… Nadie te ha olvidado —continuó, ahora acariciando su cabello verde—. Oh, guapo chico verde… nadie te ha olvidado…
—Gracias… Gracias por dejarme decir esto… —susurró mientras poco a poco su cuerpo se deshacía en arena y se desintegraba por completo.
—Gracias… Gracias… —fue lo último que dijo antes de desaparecer por completo.
—¿Por qué me agradeces…? —susurró Kingu con los ojos llenos de desconcierto—. Yo no hice nada para merecerlo…
Intentó alcanzarlo, agarrarlo, impedir su partida… pero fue inútil.
—¿Qué es esto…? —se preguntó al tocar su mejilla. Lágrimas caían de su ojo izquierdo. Confundido, se llevó una mano al pecho—. ¿Por qué…? ¿Por qué recuerdo tu rostro y tu nombre si nunca te conocí?
Imágenes fugaces pasaron por su mente: momentos con Siduri, conversaciones con Gilgamesh… recuerdos que no eran suyos, pero que estaban ahí.
Kingu cayó de rodillas, la voz quebrada por la impotencia.
—¿Por qué me agradeciste…?
Y entonces gritó al cielo con desesperación:
—¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaah!!!
Mientras tanto, el Lahmu volador ya había llegado a la costa.
—Si no puedo derribarte con disparos, entonces lo haré así —dijo Ishtar antes de lanzarse hacia la espalda del Lahmu, abrazándolo con fuerza.
—¡Ahora hay que conectarle una plancha a máxima potencia! —gritó Quetzalcóatl mientras daba un gran salto hacia el Lahmu, propinándole un golpe con su espada. El impacto fue tal que lo hizo estrellarse contra el suelo.
Ishtar, aprovechando el impulso, giró su cuerpo y aumentó el impulso, estrellando con violencia al Lahmu contra la tierra.
Uno de los pájaros sagrados de Quetzalcóatl descendió rápidamente, aterrizando sobre el cuerpo del Lahmu para inmovilizarlo.
—Eres una gran luchadora —dijo Quetzalcóatl bajando de un salto desde otra de sus aves, alzando el pulgar hacia Ishtar en señal de aprobación.
—¿Eh...? —dije, mirando confuso a mi alrededor—. ¿Qué fue eso?
—¿Qué sucede, Luciano? —preguntó Fujimaru.
—Nada... creí haber escuchado algo... —no pude terminar de hablar. Un corte repentino atravesó una de las patas del quetzal, liberando al Lahmu volador, que escapó a toda velocidad en dirección al centro del Mar Negro... donde se encontraba Tiamat.
Estaba a punto de perseguirlo, cuando tuve que bloquear un ataque sorpresa de una katana. El agresor había salido del mismo mar.
—¡Iwakamaru! —dije sorprendido, sujetando la hoja con mi mano derecha, ahora transformada en garras de dragón.
—¿De verdad pensaron que estaba muerta? —se burló Iwakamaru, ahora con la piel oscura, cubierta de grietas rojas y con una expresión carente de cordura.
Fujimaru y Mash quedaron paralizados por el impacto de su aparición.
Iwakamaru se lanzó de inmediato contra Fujimaru, pero su ataque fue bloqueado por Mash, que reaccionó justo a tiempo. Ishtar no perdió la oportunidad y le disparó con una enorme concentración de maná, desintegrando buena parte del cuerpo de Iwakamaru.
—Buen trabajo en equipo —les dije a Ishtar y Mash, quienes asintieron sin decir palabra.
—Luciano, necesito que me recargues con maná... ese último ataque agotó todo lo que me quedaba —pidió Ishtar. Asentí y me coloqué detrás de ella, comenzando a transferirle maná.
Pero la voz de Iwakamaru volvió a resonar, ahora proveniente de la costa. Seguía con vida, completamente intacta.
—¿Eso es regeneración...? —preguntó Fujimaru, impresionado.
—No... si fuera regeneración se habría curado cuando Ishtar la atacó —respondí con seriedad—. Esto es más bien... como si el anterior fuera un clon.
Entonces Iwakamaru empezó a crear más copias de sí misma mientras murmuraba con odio:
—¡Los mataré! ¡A todos los que me abandonaron en el campo de batalla! ¡Y al Clan Genji... también los exterminaré!
Cuando terminó de hablar, había más de veinte clones a su alrededor.
Una voz sonó en el comunicador de Fujimaru. Era Romani.
—¡Escuchen! La única forma de matarla es eliminando todos sus núcleos de un solo golpe.
—¡Bien! Mash, Quetzalcóatl, encárguense de distraerlos mientras yo termino de recargar a Ishtar —ordené. Ambas asintieron antes de lanzarse al combate.
Coloqué mi mano en la espalda de Ishtar. De inmediato, líneas azules comenzaron a brillar en su cuerpo, absorbiendo mi maná a toda velocidad mientras ella preparaba un ataque devastador.
Cuando estuvo lista, más de treinta proyectiles de energía fueron disparados contra los clones. Todos fueron destruidos, e incluso el verdadero cuerpo de Iwakamaru recibió un impacto directo, quedando con un enorme agujero en su costado izquierdo.
—De nuevo... derrotada por el mismo truco... —murmuró mientras su cuerpo comenzaba a desintegrarse—. Pero ya no importa... Madre tiene el Grial...
Una sonrisa oscura se dibujó en su rostro.
—Espero con ansias... cómo será mi nuevo cuerpo... —fueron sus últimas palabras antes de desvanecerse.
A lo lejos, vimos cientos de Lahmu emergiendo del mar. La escena nos dejó helados.
—Chicos, vayamos al observatorio. Tal vez haya algo importante que recuperar —les dije, y nos dirigimos rápidamente allí.
Al entrar, un holograma de Gilgamesh apareció al fondo, sorprendiéndonos.
—Tardaron, Chaldeanos —dijo el holograma mientras nos acercábamos.
—¿Un sistema de magecraft para comunicaciones remotas? —murmuró Ishtar.
—Sí, lo hice para este momento. Aunque, apresuradamente... puede parecerse a otra cosa ya creada —respondió Gilgamesh.
—Sí, sí... —replicó Ishtar, rodando los ojos.
—Sobre Eridu y Siduri...
—No importa —interrumpió Gilgamesh.
—¿Cuál es la situación en Uruk? —preguntó Mash.
—Estamos conteniendo a los Lahmu con más de 360 arqueros. Podemos resistir una hora como máximo. Ni los soldados ni la energía mágica durarán más que eso. Además... el corazón de Kingu era el Grial. Y ya ha sido entregado a Tiamat.
¿Cómo demonios sabe lo del corazón de Kingu? Pensé. Mejor no pregunto.
—Nos han superado... pero no los reprocharé. El tiempo es oro. Vamos a compartir información:
—Primero: el Mar Negro que rodea a Tiamat es su "autoridad". Esta se copia en las células de cualquier cosa que la toque. Ningún Servant ni humano debe hacer contacto directo.
—¿Madre...? —murmuró Ishtar—. La autoridad de Tiamat incluye automodificación, multiplicación y biofusión. Pero la más peligrosa es la Compulsión Celular: puede convertir a cualquier persona en su siervo y generar odio indiscriminado hacia los humanos.
—Segundo: los niveles del mar son anormales.
—¿Los niveles del mar? —preguntó Quetzalcóatl.
—Sí. Desde que el Grial fue robado, el mar ha crecido. En tres horas, este observatorio será tragado. Después, el Mar Negro avanzará sobre tierra... será peor que el diluvio que acabó con Mesopotamia. Todo aquel que toque el mar... se convertirá en bestia.
—Si eso sucede, toda la historia humana desaparecerá —advirtió Romani.
—¡Eso no sucederá! —exclamó Fujimaru.
—Doctor, ¿hay algún plan? —preguntó Mash.
—Sí, pero...
—¡Dilo! —lo presionó Gilgamesh.
—Detecto una gran concentración de energía mágica del Grial en el centro del Golfo Pérsico. Es una señal de clase ultra-ultra-ultra... Se dirige hacia una señal aún más poderosa. Tiene que ser Tiamat.
—Entonces si vencemos a Tiamat... el Mar Negro se detendrá —concluyó Gilgamesh.
—Fujimaru, Luciano... ¿puedo confiarles esta misión?
—Sí —respondimos al unísono.
—Una deidad primordial... algo más fuerte que todo lo que hayan enfrentado. Aun así... ¿irán?
—Para eso vine —dijo Fujimaru con determinación.
—He enfrentado cosas peores en mis viajes. Vamos a patearle el trasero a esa diosa —dije con una sonrisa, antes de recibir un zape de Ishtar.
—Bien. Su enemigo es Tiamat. La diosa de la creación. El origen de todas las bestias demoníacas.
Salimos del observatorio y nos montamos en los Quetzalts que esperaban afuera. Alzaron el vuelo rumbo al centro del Golfo Pérsico, donde se encontraba Tiamat.
Mientras nos aproximábamos, miles de Lahmu surgían del agua, avanzando hacia la costa.
—Si no acabamos con Tiamat, estas criaturas seguirán multiplicándose sin fin —dijo Fujimaru, observando el mar.
—No reaccionan ante nosotros... parece que sus sentidos están nublados al salir del agua —comenté.
—En minutos, serán como los que arrasaron Mesopotamia. Por mi orgullo como diosa... ¡no permitiré que eso ocurra! —rugió Quetzalcóatl.
Entonces, un canto resonó desde más adelante.
—Fujimaru, detecto una energía mágica extremadamente anormal.
—Entonces... esa es Tiamat —murmuró Fujimaru, observando con seriedad a una figura femenina con un cuerno azul celeste, cantando, mientras el Mar Negro se extendía bajo ella.
—¿Ese es el enemigo? No parece la madre de las bestias demoníacas... —comenté, incrédulo.
—No hay duda. Esa es la diosa de la creación, Tiamat —afirmó Ishtar mientras volaba junto a nosotros.
—Sus extremidades están unidas entre sí... —murmuró Fujimaru.
—Sí. Mientras no pueda moverse libremente, es nuestra oportunidad —dijo Ishtar.
—Si vamos a derrotarla, debe ser ahora —asintió Fujimaru.
Guiamos a los Quetzalts en un descenso directo hacia Tiamat, pero entonces ella soltó un grito desgarrador que generó una ráfaga tan poderosa que nos lanzó hacia atrás.
—¡Esta cantidad de maná... es comparable a una bomba de oxígeno! —alertó Da Vinci, impactada.
Íbamos a contraatacar, pero Ishtar se interpuso delante de nosotros.
—Es demasiado peligrosa. Yo la detendré con un disparo. Luciano, cuento contigo —dijo, mirándome con una sonrisa antes de colocarse en posición.
—Está bien... usaré uno de los Sellos de Comando —dije mientras uno de los tres sellos en el dorso de mi mano desaparecía y un rayo de maná se conectaba con el cuerpo de Ishtar, impulsando su poder.
—Bien... puerta abierta —murmuró Ishtar, mientras una brecha se abría sobre nosotros. El espacio se rasgaba revelando un firmamento estelar brillante.
Venus comenzó a asomarse desde la puerta, iluminando todo a nuestro alrededor con un poder divino apabullante.
Ishtar invocó su cuchilla, ahora envuelta alrededor de su brazo izquierdo.
—Este es todo mi poder... y mi alma —declaró antes de lanzar su cuchilla hacia Venus, que comenzó a encogerse hasta transformarse en una flecha.
La flecha fue imbuida con una inmensa cantidad de poder, concentrada en la punta como una chispa de destrucción divina.—¡Aplástala, Angalta Kigalse! —gritó Ishtar, extendiendo su brazo derecho y apuntando directamente a Tiamat.
Cuando Ishtar hizo el gesto de retroceso como si disparara un arma, la flecha fue lanzada a una velocidad tremenda. Al impactar con Tiamat, provocó una explosión tan colosal que el mar se elevó en un géiser de más de cuarenta metros. Cuando las aguas se calmaron, quedó al descubierto un enorme agujero en el mar que se rellenaba poco a poco… pero no había rastro alguno de Tiamat ni del Mar Negro.
—Confirmado. El espíritu de origen Tiamat ha colapsado. El reactor mágico también se ha detenido —informó Romani desde el comunicador.
—Entonces… ¿la derrotamos? —preguntó Fujimaru con un suspiro de alivio.
Todos comenzaron a celebrar o a soltar el aliento con alivio, pero algo no me cuadraba.Primero, una diosa primordial no podría morir tan fácilmente. Segundo, la décima oleada aún no había finalizado, lo que solo significaba una cosa...
Abrí los ojos con fuerza al notar una presencia ominosa acercándose.
—¡Rápido, todos aléjense! ¡Algo viene del fondo del golfo! —grité mientras obligaba a todos a retroceder.
—¿Qué sucede? —preguntó Fujimaru, visiblemente confundido.
—Míralo por ti mismo —le respondí justo cuando el mar comenzó a agitarse violentamente. Enormes cuernos emergieron del abismo, seguidos de una figura monstruosa.
Tiamat reapareció, pero esta vez en una forma aún más aterradora. Su tamaño era descomunal. Los cuernos eran tan grandes que rozaban la superficie del mar. Sus brazos, ya sin sellos, estaban liberados, y de su espalda sobresalían dos enormes armas de la misma textura oscura y ominosa que sus cuernos.
—Mierda… lo que vencimos era solo su mente —dije, observando a la verdadera Tiamat mientras invocaba nuevamente su Autoridad. Esta vez avanzaba con una velocidad alarmante. En cuestión de segundos, el Mar Negro engulló el observatorio, reduciéndolo a cenizas negras.
—¡Corran a Uruk! ¡Intentaré sellarla por un tiempo! Ishtar, quédate conmigo. Necesito que la distraigas mientras creo el sello —ordené.
—¡Pero es muy peligroso! —gritaron los tres que se disponían a partir.
—No os preocupéis… no tengo pensado morir hoy.
—Bien… confío en ti —respondió Quetzalcóatl antes de partir a toda velocidad.
Me giré hacia Ishtar.
—¿Lista para sellar a una Diosa Primordial?
—Yo nací lista —respondió con una sonrisa desafiante.
—Entonces comencemos —dije, juntando las manos y concentrando una enorme cantidad de energía mágica.
Mientras yo preparaba el sello, Ishtar disparaba sin descanso, impidiendo que Tiamat se acercara. Tiamat, por su parte, contraatacaba con ráfagas de energía y levantaba escudos para protegerse.
Yo había creado seis espadas de energía, cada una imbuida con una energía distinta, envueltas en un fuinjutsu extremadamente poderoso, creado gracias a mi habilidad divina.
—¡Ishtar, aléjate! ¡Ya está listo! —grité mientras las espadas comenzaban a girar a mi alrededor.
Cuando Ishtar se apartó, lancé primero la espada morada, hecha de energía de destrucción. El agua bajo ella comenzó a evaporarse por completo. Tiamat intentó protegerse con tres barreras, pero la espada las atravesó, clavándose en su pierna derecha, la cual fue envuelta de inmediato por el sello.
La segunda fue una espada verde, compuesta de energía de creación, que impactó su otra pierna con el mismo efecto.
Luego, una blanca y otra azul atravesaron cada uno de sus brazos —la blanca representaba el Ki, y la azul la magia.
Una espada negra como la noche se clavó en su pecho: antimateria pura. Y por último, una amarilla-blanquecina atravesó lateralmente sus cuernos.
Usando mi afinidad con la tierra, creé siete enormes espadas de roca, también marcadas con el fuinjutsu, y las lancé a través de un portal hacia Uruk. Estas cayeron alrededor de las murallas, y cuando tocaron el suelo, emitieron una inmensa cantidad de energía que fue enviada de vuelta a través del portal. Al colisionar con mis espadas de energía, se formaron cadenas compuestas por cada tipo de energía, que inmovilizaron el cuerpo de Tiamat, dejándola completamente sellada en su lugar.
—Tiamat… como regalo de despedida, acepta este presente —dije, mientras invocaba una gigantesca esfera de magma y fuego sobre mi cabeza.
—¡La Gran Estrella Roja! —grité al lanzar el ataque. Cuando impactó, el Mar Negro bajo Tiamat se evaporó completamente… aunque poco a poco comenzó a regenerarse.
Tiamat aulló con furia, provocando vientos tan violentos que comenzaron a agrietar la espada de destrucción.
—Bien… con esto, creo que tenemos unas siete horas —dije mirando a Ishtar, quien simplemente asintió.
—Pasemos por esa brecha espacial. Llegaremos directo a Uruk —le dije, mientras nos adentrábamos en el portal.
Cuando llegamos, vimos que en el muro norte se alzaban picos gigantescos que contenían el avance del Mar Negro. Corrimos rápidamente hacia la sala del trono.
—Pero lo que más hace falta ahora… es tiempo. Después de todo, Ereshkigal tardará tres días en abrir el portal —dijo Fujimaru.
—Dirás que te hacía falta tiempo —respondí entrando a la sala con Ishtar.
—¡Luciano, has vuelto! —exclamaron Mash y Fujimaru, felices.
—¿A qué te refieres? —preguntó Gilgamesh.
—He sellado el movimiento de Tiamat. Ahora mismo está inmovilizada en medio del Golfo Pérsico.
—¡Ja, ja, ja! ¡Genial! Bien hecho. ¿Cuánto durará el sello?
—Entre tres y cuatro días. Las espadas que están clavadas alrededor de la muralla son una cuenta regresiva. Cuando las siete se rompan, Tiamat se liberará y volverá a moverse.
—Entonces, solo tenemos que encontrar la forma de llevarla al Inframundo —dijo Fujimaru.
—De eso me encargo yo —respondí con seriedad.
—¿A qué te refieres? —preguntaron Ishtar y Quetzalcóatl, preocupadas.
—Fui enviado aquí por esto. Esta es mi misión —dije, con firmeza.
—¡Pero es demasiado peligroso! —exclamaron ambas.
—No os preocupéis. Soy más fuerte que ella. Solo necesito el lugar adecuado para matarla, y todo habrá terminado.
—Eso que acabas de decir aún no lo sabes… ¡ni siquiera has peleado contra su forma completa! —reprochó Ishtar.
—No os preocupéis… yo me encargaré de todo —dije, acariciando su cabeza suavemente.
—Ahora lo mejor es descansar… mañana será un día largo —concluí, saliendo de la sala del trono.
Continuará…
