Wanzo estaba atrapado en un gran conflicto interno sobre lo que haría a continuación. Ciertamente, este pueblo y su gente... bueno, mejor dicho, sus mujeres, ya lo habían traumatizado lo suficiente como para pensar seriamente en no volver a salir de su terreno jamás. Pero sabía que tenía que hacerlo.
No podía quedarse encerrado ahí, no después de lo que había escuchado. No sabía cuán raro podía ser este mundo, con varias personas "jugando" dentro de él, pero algo le decía que no todos serían tan "amables"… y que algunos podrían traerle problemas. Aunque su pene se lamentara al día siguiente —y posiblemente necesitara terapia intensiva y un buen psicólogo (para ambos, pene y dueño)— tenía que hacerlo.
[Wanzo]:Voy.
[Maru]: Pásate por aquí también si puedes... otro chequeo no te vendría mal. ¿Te has hecho examinar la próstata alguna vez? Porque soy experta ☺
Wanzo ni se molestó en responder. Guardó el teléfono en silencio, decidido. Sí… ni pensaba volver a ese hospital antes; mucho menos ahora.
Avanzó con calma por sus terrenos, decidiendo explorarlos un poco antes de dirigirse a lo de Robin. No porque tuviera miedo o nervios… bueno, sí. Pero no se lo podían culpar.
Su terreno era enorme y enrevesado, no tanto por la maleza, los escombros o la madera tirada por todos lados, sino porque parecía malditamente infinito y, de alguna forma, diverso. Había tanta porquería dispersa que hacer un estudio detallado resultaba imposible. Aquello era mucho más complejo que las granjas limpias y organizadas que recordaba del videojuego.
Resignado, dejó de curiosear y decidió finalmente abrirse camino hacia el norte. Con sus herramientas apartó ramas y troncos, lo justo para pasar.
La elevación del sendero norte por el que caminaba le regaló una vista panorámica del lugar. Hermoso, casi digno de postal… lo suficiente para que uno olvidara, aunque fuera por unos segundos, la presencia de las ninfómanas violadoras.
Wanzo sonrió, disfrutando del paisaje. Al menos hasta que un pájaro carpintero se cruzó en su camino. El ave lo miró fijamente y comenzó a picotear el tronco de un árbol, tallando con precisión milimétrica una vívida imagen de Wanzo… usando al pájaro como Fleshlight.
El protagonista se quedó helado. El ave, al terminar, le lanzó una mirada seductora. Wanzo, aterrado, hizo lo único que podía: acelerar el paso.
Tras una ligera corrida, pensó que quizá no estaba mal ejercitarse un poco. Tal vez en el futuro necesitaría estas carreras para más huidas estratégicas.
Y entonces la vio: la carpintería.
Se acercó despacio, con la mano temblando sobre el pomo de la puerta. Sus dudas lo carcomían, pero decidió ser un hombre y entrar.
La carpintería parecía normal: Robin estaba detrás del mostrador, jugando con su teléfono, visiblemente aburrida… al menos hasta que lo vio. La chispa de depredación brilló en sus ojos, imposible de ocultar, mientras su sonrisa se curvaba en un gesto lascivo.
"Oh, jojojo… miren quién visita mi tienda hoy" entonó con voz provocativa. "Supongo que vienes por una expansión… un buen trabajo manual de tu carpintera de confianza… ¿o quizás solo por placer?"
Wanzo tragó saliva.
"Eh… ¿no le dijiste tú a Maru que me enviara acá?" balbuceó, acercándose sin darse cuenta al mostrador. Pensó que Robin no se atrevería a hacer nada en su propia tienda… no con su marido probablemente en la otra habitación.
"¿Acaso importa cómo llegaste aquí?" contestó Robin, con una sonrisa cada vez más depredadora. Sus manos se deslizaron hacia su pecho manoseando una de sus tetas mientras su voz se volvía más ronca. "Lo que importa es lo que puedes obtener aquí. Entonces… ¿qué vas a querer? ¿Expandir tu casa? ¿Levantar alguna otra construcción? ¿O… una buena cogida de alguien que sabe cómo trabajar un tronco duro?"
Wanzo palideció.
"No… no… yo… no creo poder pagar nada de eso ahora… ni tengo los materiales" dijo nervioso, acariciándose la nuca.
Claro que sabía que las mejoras de la casa y las construcciones eran necesarias y muy útiles… de hecho, deseaba fervientemente mejorar ese diminuto baño que tenía. Pero entendía lo complicado que sería: no solo por el costo, sino porque conseguir algunos materiales en este "mundo real" sería infinitamente más tedioso que en el videojuego.
"Esas son miniedades…2 resopló Robin con indiferencia, arqueando una ceja con soberbia. "Puedo hacer todo eso sin cobrarte ni un centavo… solo tendrías que cubrir mis… necesidades durante el tiempo que esté trabajando. No puedes ser un jefe explotador… a menos que yo te lo pida" añadió con una mirada conspiradora y un tono cargado de insinuación.
"¿Hablas de comida y…? "preguntó Wanzo, dudando.
"Sí… comida..." se relamió los labios, dejando claro que no se refería a eso.
"Aun así no tengo los materiales para…" intentó insistir, ya sintiendo que era una mala idea dejar que esta mujer se instalara en su casa.
"Tengo mi propia reserva de materiales" contestó con seguridad. "Puedo trabajar sin problemas. Es más, podría ponerme creativa y hacer un mejor trabajo del que suelo ofrecer normalmente. Además, para cubrir los gastos y recursos… simplemente multiplicaré los costes de todos mis trabajos para los demás. Y también modificaré los tiempos de entrega para que siempre seas mi prioridad número uno." Lo dijo con una naturalidad escalofriante.
"¿P-Puedes hacer eso?" preguntó Wanzo sorprendido. La palabra multiplicar lo preocupaba… sonaba peor que doblar.
"Claro que puedo. Es mi tienda" contestó con una sonrisa maliciosa. "Y sé que esos extranjeros no tienen a nadie más a quién acudir. Si quieren un carpintero, me tienen a mí, la única en el pueblo. Así que sí: están obligados a pagar lo que yo diga."
"O…key…" balbuceó Wanzo, anonadado. No solo descubría el monopolio y capitalismo descarado de Robin, sino también que los aldeanos parecían ser semiconscientes de la existencia de los "jugadores"
"Claro… pero necesito un pequeño adelanto" dijo Robin, y sin dudarlo lo agarró del cuello de la camisa, lo arrastró por encima del mostrador y lo empujó hacia abajo.
Todo ocurrió tan sincronizado que casi parecía planeado… o tal vez Robin lo había calculado de antemano. Justo en ese instante, la puerta de la carpintería se abrió y entró otro jugador.
Wanzo no tuvo tiempo de protestar, ni de emitir sonido alguno: Robin, como todas las mujeres de aquel pueblo maldito, tenía poderes que usaba para aprovecharse de él. En cuestión de segundos lo había empujado bajo el mostrador, se había bajado los pantalones y aplastado su coño contra su boca, silenciándolo de inmediato.
"¿En qué puedo ayudarte?"preguntó Robin con la sonrisa más inocente y profesional que pudo fingir, mientras movía las caderas con ritmo descarado.
"Eh… Hola Robin, quiero comprar la expansión del pozo y… bueno, también quería echar un vistazo" dijo el jugador, sin tener idea de lo que ocurría bajo el mostrador.
Su equipo había reunido el dinero y los recursos necesarios para desbloquear ese logro de ser los primeros en mejorar la granja. Sin embargo, sus ojos casi se salieron de sus órbitas cuando abrió el enorme libro de compras que Robin colocó frente a él: allí se mostraban todos los proyectos disponibles, con un detalle y un realismo que nada tenían que ver con el menú simplificado del videojuego.
"¡¿Cinco mil de oro y trescientas piedras?!" exclamó incrédulo al leer el costo del pozo. No recordaba ni de cerca un precio así.
Pasó otras páginas y la sorpresa se convirtió en horror: todos los precios habían cambiado radicalmente. Algunos eran absurdamente altos, otros tambien pedían materiales que jamás habían sido requeridos en el juego, y en más de una página algunos con aparecían misteriosos signos de interrogación. Sí, todo había cambiado como Robin había dicho, como si solo con pensarlo el libro se actualizara.
"Esto… esto no está bien… ¿verdad? Tiene que ser un error…" dijo el jugador, palideciendo.
No era que esto nunca hubiese ocurrido antes. Cada "partida" en aquel mundo no siempre seguía el mismo guion: a veces faltaba un personaje, otras veces alguno cambiaba de sexo, algún material se volvía más difícil de conseguir, o incluso ciertos eventos sucedían fuera de tiempo. Un cambio en los precios, requisitos o materiales no era raro; los jugadores veteranos lo sabían y siempre se preparaban para lo inesperado.
Pero lo que ese pobre jugador tenía delante era distinto. Su equipo había reunido recursos extra, precisamente para cubrir esas contingencias, y aun así… no alcanzaba. Esta era la primera vez que los precios de Robin se disparaban de forma tan brutal y generalizada. No era un ajuste aislado, ni un cambio en una categoría específica: todo se había encarecido al punto de lo absurdo.
"No sé de qué habla. Los precios están bastante bien. Si no puede pagarlo, le pediré que se retire" dijo Robin sin mostrar la menor expresión de duda.
"Esto…" el jugador se quedó sin palabras. Parecía que esta 'partida' había entrado en la temida categoría de mayor dificultad. Y aunque eso también significaba mayores recompensas al final… nadie podía asegurar que sobrevivirían para cobrarlas.
En ese preciso instante, comenzó a escucharse un *toc* rítmico, constante. Una y otra vez. El sonido seco de algo golpeando contra la madera del mostrador.
*Toc… toc… toc…*
Lo que en realidad ocurría era que la cabeza de Wanzo estaba siendo estampada repetidamente contra la superficie del mostrador, cada vez que Robin empujaba sus caderas hacia adelante con fuerza brutal. No es que Wanzo no quisiera resistirse ni pedir ayuda, pero la mujer tenía una fuerza sobrehumana. Apenas podía mover los brazos, y ya estaba poniéndose azul por falta de aire.
"¿Qué es eso?" preguntó el jugador, frunciendo el ceño.
"Mi rodilla contra el mostrador" respondió Robin con fingida naturalidad, sin dejar de sonreír. "Estoy un poco ansiosa. Tengo trabajo que hacer, así que si no va a comprar nada, le pediré que se vaya. Ya tengo un encargo y estaré ocupada los próximos días."
Lo dijo justo en el momento en que sus muslos apretaban aún más la cabeza de Wanzo, corriéndose con tal violencia que sus piernas temblaron bajo el mostrador.
"¿¡Alguien más ya hizo un encargo!?" exclamó el jugador, horrorizado. Su equipo entero había seguido la estrategia y apostado por ser los primeros en lograr una expansión… y ahora parecía que alguien se les había adelantado. "¿Quién fue!?"
"¡¡FUERA!!" gruñó Robin con ojos enrojecidos, mirándolo como si fuera una presa que acababa de interrumpir su festín.
El jugador, que quería respuestas, entendió rápidamente que insistir no era buena idea. Nadie quería repetir los errores de ciertas partidas alteradas anteriores, como aquella legendaria catástrofe conocida como "Todos Yanderes". Allí los jugadores aprendieron que provocar demasiado a los aldeanos sin saber los cambios en una de esas partidas "fuera de lo normal" podía costarles la vida. Lo mejor era jugar conservadoramente hasta descubrir todos los cambios que había con el juego normal.
Robin, satisfecha, sonrió cuando la puerta finalmente se cerró. Luego levantó lentamente sus caderas y apartó su sexo de la boca de Wanzo.
El pobre desgraciado jadeó con desesperación, absorbiendo aire como si hubiese estado a punto de morir ahogado en un océano de fluidos.
"Bien, eso es suficiente para el pago inicial…" dijo Robin con tono casual, como si nada hubiese pasado. "Prepararé mis herramientas y los materiales. Empezaré a trabajar mañana. Nos vemos pronto, jefe."
Le dio unas palmaditas en la mejilla, como a un empleado recién contratado, y se retiró hacia el interior de la carpintería mientras Wanzo seguía intentando recuperar la consciencia.
...
Wanzo se tambaleó hasta su granja, con la mente todavía revuelta. No sabía si había sido buena idea aceptar aquel acuerdo con Robin… pero al internarse en su terreno, entre la maraña de maleza, piedras y hierbas altas, un destello rosado entre la hierba le llamó la atención.
Y esa cosa también lo vio a él.
Casi habría soltado un grito del susto, si no supiera de qué se trataba. Aun así, le sorprendía verlo allí.
"¿Un… junimo?" murmuró, mirando a la pequeña criatura rosada con una hoja en la cabeza.
—Piii~ piipipii…
"¿Qué haces aquí, pequeña?" preguntó, agachándose para verla mejor
Los junimos eran espíritus de la naturaleza que habitaban en Stardew Valley. Tenían poderes mágicos y solían ayudar a los granjeros si cumplían ciertas tareas. Wanzo, sin embargo, estaba confundido. Juraba que la primera interacción con ellos ocurría en el centro comunitario… pero, ¿qué sabía él? Todo aquí era extraño y diferente del juego que recordaba. Tal vez era uno de esos eventos añadidos en versiones posteriores que nunca llegó a conocer.
—Piiipiii…
"Perdona, no te entiendo" se disculpó. Recordaba vagamente que había que completar una serie de misiones con el mago para poder entender el lenguaje junimo. ¿O era solo su escritura? No lo tenía claro.
El junimo rosa intentó escribir en el suelo con una ramita. Pero, al igual que con su habla, los símbolos resultaban incomprensibles. Un dialecto extraño, indescifrable. Wanzo no entendía nada.
Notando la dificultad, la criatura cambió de estrategia: comenzó a dibujar figuritas en la tierra.
Esta vez, Wanzo sí pudo interpretar algo. Dos junimos entrando en lo que parecía ser los terrenos de su granja… y, en el siguiente dibujo, uno de ellos ya no estaba.
"¿Perdiste a tu amigo y quieres que te ayude a encontrarlo?" preguntó tentativamente.
—Piiiiii~!
"Está bien, vamos a hacerlo, amiguita."
Así, humano y junimo comenzaron la búsqueda. La granja era enorme y estaba plagada de maleza, piedras y ramas, pero Wanzo tenía sus herramientas y tónicos energéticos. Trabajó sin descanso, abriéndose paso mientras revisaban cada rincón. Por primera vez en mucho tiempo, todo parecía limpio, simple… y sin nada sexual de por medio.
Recién al caer la tarde, encontraron al amigo perdido: un junimo verde, color manzana.
El reencuentro fue adorable. Los dos pequeños espíritus bailaban en círculos, irradiando felicidad. La escena conmovió a Wanzo. Esto… esto es lo que quiero, pensó. Un momento de paz, de ternura, de normalidad.
Pero la ilusión se rompió al instante
El junimo rosa saltó sobre el verde y le clavó un mordisco en la cabeza.
Wanzo parpadeó incrédulo, pensando que había visto mal. Pero los chillidos agudos del junimo verde lo dejaron helado. La criatura rosa continuaba mordiéndolo, arrancando trozos. todo seria mucho más perturbador si no fuera por que de las heridas no brotaba sangre ni vísceras, sino una pulpa jugosa, como la de una fruta. El aire se impregnó de un fuerte olor a manzana.
Quedó paralizado. ¿Era un juego? ¿Algo normal entre ellos? No sabía cómo reaccionar. Solo pudo mirar mientras el junimo verde se agitaba desesperado, debilitándose hasta que los mordiscos alcanzaron su núcleo. Entonces se desplomó, inmóvil.
El junimo rosa devoró el resto rápidamente, a grandes bocados, hasta no dejar rastro. Se sentó en el suelo, con el vientre hinchado, y soltó un tierno eructo que olía dulcemente a manzana. Aquello no compensaba en lo más mínimo la grotesca escena de canibalismo que acababa de presenciar.
Wanzo seguía sin emitir sonido cuando la criatura comenzó a brillar. En un parpadeo, su cuerpo creció, adquiriendo una forma más definida.
—Piiipii~ —entonó alegremente, antes de extender sus manitas hacia Wanzo y cubrirlo con un polvo rosa brillante.
Sintió cosquillas recorriendo no solo su cuerpo, sino también su mente, incluso podria asegurar que tambien su alma. Alarmado, creyó que era un ataque, hasta que de pronto, se escuchó una adorable voz femenina, con un eco difuso y espiritual.
—Gracias por ayudarme a cazar y comerme a Apples
"¿¡Qué!? ¿Quién?" Wanzo dio un brinco, escudriñando a su alrededor antes de dirigir su mirada a la junimo rosa, que resultó ser una chica.
—Por cierto, me llamo Peaches. Eres muy amable, humano. Ahora eres amigo de Peaches. —sonrió con dulzura, agitando la mano en señal de despedida—. Nos vemos pronto, amigo de los junimos
Y con un suave pop, desapareció en el aire
Wanzo quedó helado. No sabía si lo que acababa de vivir era algo bueno, malo o simplemente… normal en este mundo. No fue sexual, pero fue grotesco.
Suspirando, cansado de no poder tener ni un instante de paz, arrastró el hacha de regreso a casa. Con esfuerzo fabricó un cofre de madera para guardar los recursos recolectados durante la búsqueda, lo colocó junto al cofre de iridio que provino de la mochila de iridio y, agotado física y emocionalmente, se dejó caer en la cama.