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Chapter 17 - Capítulo 17

Capítulo 17 Tretonina

 

—Señor, ¡solicito echar a Maybourne de esta base con efecto

inmediato! —sentenció Jack. Daniel suspiró; no entendía si estos dos se

llevaban bien o eran enemigos jurados.

Los pensamientos de Daniel fueron interrumpidos cuando el general

Hammond, sentado en la cabecera de la mesa de la sala de reuniones, lo miró a

él. Jack había demandado una corte marcial apenas llegaron, sin explicar nada.

Maybourne, del otro lado de la mesa, sonreía con satisfacción. Daniel volvió a

suspirar.

—Señor, los Eurondanos no eran lo que decían ser. Su enemigo

luchaba por la vida, mientras ellos querían exterminarlos por ser diferentes y

reproducirse de forma normal, lo cual les ofendía. La situación fue sospechosa,

pero Maybourne se opuso a investigar más y entregó agua pesada a los Eurondanos

para reforzar sus defensas, iniciando negociaciones. Ellos ofrecían tecnología

a cambio de ayuda en su guerra —explicó Daniel, y el general Hammond miró a

Maybourne frunciendo el ceño.

—Coronel Maybourne, que el proyecto sea secreto no justifica

cometer crímenes de guerra —advirtió el general Hammond. Maybourne asintió.

—Señor, conozco las leyes. Cuando pedí el agua pesada, los

Eurondanos sufrían un ataque, y solo teníamos sospechas. No podíamos condenar a

un pueblo entero por eso. Pedí suministros mientras aclarábamos la situación.

Una vez confirmado que eran genocidas, abandoné las negociaciones —explicó

Maybourne.

—La guerra se prolongó y gente murió gracias a usted,

Maybourne —reprendió Jack.

—Quizás, pero no soy adivino ni podía actuar de otra forma

—se excusó Maybourne sin inmutarse.

—Coronel Maybourne, por favor, salga. Escribiré un informe

sobre este asunto —dijo el general Hammond con seriedad. Maybourne se levantó,

saludó y se retiró sin preocupación.

—¿Qué obtuvo Maybourne de todo esto? —preguntó el general

Hammond con impotencia, sospechando que no recibiría castigo.

—Mientras investigábamos a los eurondanos, Maybourne introdujo

un virus en su base de datos y descargó toda la información de ella, alegando

que creía que estos no dirían la verdad sobre la guerra —explicó Daniel.

—La tecnología de los Eurondanos puede ofrecernos avances

significativos en energía, tratamientos médicos e informática. Su tecnología de

manejo de cazas mediante control remoto y una interfaz neural podría mejorar

nuestros propios cazas. Su tecnología médica es avanzada; nos mostraron un

compuesto capaz de regenerar tejido orgánico en minutos…

—Carter, calma —interrumpió Jack, mientras el general Hammond

hacía una mueca, entendiendo por qué Maybourne no lucía en absoluto preocupado

de ser acusado de crímenes de guerra.

—O’Neill, en este caso, debo coincidir con el coronel

Maybourne. La tecnología que ha conseguido puede ser de mucha ayuda contra los

goa’uld, y en una guerra, la táctica militar debe prevalecer —sentenció Teal’c,

un guerrero jaffa acostumbrado a tácticas criminales usadas por los goa’uld.

—Teal’c, ¿si vamos a actuar como los goa’uld, qué sentido

tiene enfrentarnos a ellos? —preguntó Jack.

—O’Neill, el coronel Maybourne está muy lejos de actuar como

un goa’uld. Siendo que nuestro propósito es la libertad y nuestra propia vida,

no podemos compararnos con ellos —replicó Teal’c. Jack parpadeó.

Daniel pensó que, de hecho, visto de esa forma, Maybourne

estaba lejos de actuar como un goa’uld, ya que estos llevaban muerte y

esclavitud consigo. Maybourne era codicioso y capaz de actuar con extrema

crueldad para lograr sus objetivos, pero si actuara como un goa’uld no correría

riesgos y habría dado a los Eurondianos lo que querían sin preocuparse por las

consecuencias.

—Teal’c, Maybourne puede vendernos en cualquier momento por

una ganancia personal; eso es lo que debe preocuparnos aquí —explicó Jack, y

Daniel solo pudo suspirar una vez más, porque sin duda, Maybourne era capaz de eso,

y no sentiría ningún cargo de conciencia por ello.

—Enviaré una queja formal sobre la actitud del coronel

Maybourne —aseguró el general Hammond, pero Maybourne no estaba bajo su mando;

era un enviado del Pentágono, el NID y varias agencias secretas. Incluso podría

recibir un premio por obtener la tecnología de los Eurondianos.

Como su equipo pensaba, Maybourne fue suspendido una semana

debido a la queja del general Hammond, que en la actualidad gozaba de gran

influencia como líder del proyecto Stargate. Sin embargo, eso no evitó que

Maybourne regresara una semana después, aparentemente relajado como si hubiera

tomado unas vacaciones.

Él no enfrentó una corte marcial, su uniforme no mostraba

descenso de rango, saliendo impune. Daniel y su equipo solo podían hacer

muecas, pidiendo al general Hammond que no los asignara a misiones con

Maybourne. El general Hammond dijo que haría lo posible, pero al día siguiente,

Maybourne volvía a reunirse con ellos en la sala de reuniones del general

Hammond.

—Doctora Fraiser, ¿está usted diciendo que esos brazaletes

nos darían superpoderes? —preguntó Jack algo aturdido.

—Por un corto periodo de tiempo, sí. Luego, sufrirían la

muerte —explicó la Dra. Fraiser.

—Maybourne, la Tok’ra y usted deben de ser familia —acusó

Jack.

—Dra., mi gente quiere saber si hay alguna forma de usar a

los nanitos para controlar los efectos de este virus —preguntó Maybourne

ignorando a Jack.

—Es posible, pero no para nosotros. Apenas nos arreglamos

para configurar el sistema actual para traspasar conocimientos, y es una

tecnología que apenas entendemos. Está más allá de nuestros conocimientos, y

también este virus. Necesitaríamos decenas de años solo para estudiarlo

—explicó la doctora Fraiser.

—Eso es una gran idea, ¿a quién se le ocurrió usar los

nanitos de esa forma? —preguntó Sam.

—Maybourne, no responda —dijo Jack y miró a Sam—. Carter, no

queremos saber con qué clase de psicópatas trabaja Maybourne —reprendió Jack.

—Señor, en teoría, los nanitos podrían usarse a nivel

genético, y las posibilidades de uso, tanto en biología como en toda clase de

tecnologías, solo pueden ser imaginadas—explicó Sam, tratando de hacer entender

a Jack la importancia de su punto.

—Carter, ¿ya olvidó la parte donde esa misma tecnología ha

diezmado galaxias enteras? —preguntó Jack. Daniel asintió en apoyo; eso era

realmente escalofriante. Sam pensó unos segundos, pero no parecía convencida.

—Entiendo la posición de los Asgard, pero si desechamos el

progreso tecnológico por miedo a las posibles consecuencias, toda la física y

la biología serían descartadas —aportó la doctora Fraiser. Jack hizo una mueca.

—Gente, no estamos hablando de armas nucleares capaces de

destruir una ciudad, estamos hablando de exterminios a nivel galáctico —se

quejó Jack con un suspiro.

—Jack, tomaremos las debidas precauciones. Además, ya

conocemos el punto débil de los llamados replicadores; simplemente usaremos un

mazo para aporrearlos si la situación se complica. Veremos si pueden adaptarse

a eso —sentenció Maybourne. Jack miró al general Hammond.

—Señor, si no sacamos a este tipo de aquí, acabaremos mal

—dijo Jack. El general Hammond negó con la cabeza.

—Coronel O’Neill, opino lo mismo que usted respecto a la

tecnología de nanitos y en lo que puede terminar, pero nuestro grupo científico

ha asegurado que están tomando las debidas precauciones, y el ejército ya

prepara un plan de contingencia en caso de que las cosas salgan mal.

»Entienda que la mayor ventaja que poseemos hasta ahora es la

tecnología de transferencia de conocimientos, y la base de esta son los

nanitos, por lo que a los altos mandos les es muy difícil renunciar a ella

—explicó el general Hammond con tono de impotencia.

—Jack, no estamos aquí para discutir sobre los nanitos, sino

sobre los Tok’ra. Si nosotros pudimos averiguar que esos brazaletes podrían

matarlos, ellos también, por lo que ahora su trabajo es averiguar qué querían

hacer con esto —intervino Maybourne. Daniel estaba sorprendido, al igual que el

resto del equipo. Maybourne hizo una mueca.

—¿En verdad pensaron que esa mujer decía la verdad? —preguntó

Maybourne con abatimiento.

—Bueno, somos aliados…

—¿Solo los goa’uld serían tan traicioneros? —completó

Maybourne.

—Siempre lo he dicho, son puras serpientes —sentenció Jack

con enfado.

—¿Es posible que el coronel Maybourne tenga razón? —preguntó

el general Hammond a la Dra. Fraiser.

—Es muy posible —dijo la Dr Fraiser—. Es imposible que ellos

no conozcan los efectos de los brazaletes y el virus que portan, si nosotros,

con nuestra tecnología apenas ajustada de los goa’uld, pudimos saberlo —agregó.

—¡Serpientes traicioneras! —sentenció Jack poniéndose de pie;

era evidente que iba a interrogar a Anise, la Tok’ra que les solicitó ayuda con

el experimento.

—¡Alto! —ordenó Maybourne, y todos lo miraron—. ¿Se puede

saber cómo planean explicar lo que sabemos? —preguntó Maybourne mirándoles

amenazador. Jack parpadeó y miró a la doctora Fraiser.

—En el momento en que les diga lo que sabemos, ellos podrán

determinar que nuestra tecnología médica es más avanzada de lo que parece

—explicó la Dra. Fraiser.

—¿Entonces? ¿Simplemente los echamos sin dar explicaciones?

—preguntó Jack.

—Eso pondría fin a nuestra alianza con los Tok’ra —se

apresuró a intervenir Daniel, porque eso sería como darles una bofetada en la

cara.

—Daniel, ellos son los que han actuado de forma traicionera

en este asunto, incluso planeaban matarnos —se quejó Jack.

—Pero no podemos decirles eso sin revelar la tecnología que

hemos obtenido, lo que nos haría quedar a nosotros en una situación diplomática

comprometida —explicó Daniel.

—Ya no necesitamos una alianza con los Tok’ra —aportó

Maybourne.

Ellos ya tenían recursos, no necesitaban robarles a los

Goa’uld. Lo que sería de su interés serían sus naves, pero no podían robarlas

sin llamar la atención hacia la Tierra, por lo que Maybourne ya no les veía

ninguna utilidad a los Tok’ra.

—Coronel Maybourne, nuestra alianza con los Tok’ra no se basa

solo en obtener beneficios —dijo el general Hammond—. Hablaré con el

presidente; no creo que ellos se arriesguen a un impase diplomático sin tener

buenas razones detrás —explicó el general Hammond. Maybourne hizo una mueca.

—Eso es una mala idea; la posición de los Tok’ra no es

segura, y la seguridad de la Tierra depende de que los Goa’uld no se enteren de

que poseemos parte de su tecnología —se quejó Maybourne.

—Señor, me temo que estoy de acuerdo con esta serpiente —dijo

Jack con impotencia.

—Coronel, entiendo su desconfianza, pero los altos mandos ya

están decidiendo el momento en que el proyecto Stargate sea revelado; esto

podría acelerar ese proceso y aumentar los recursos para la defensa de la

Tierra —dijo el general Hammond, y Jack y Maybourne le miraron sorprendidos.

Daniel pensó que, en efecto, esto metería presión en las

altas esferas, que solo querían vivir escondidos todo el tiempo que pudieran.

Notificarle al planeta entero de los Goa’uld sería una gran conmoción que

querrían evitar a toda costa. Si fuera por sus altos mandos, Daniel estaba

seguro de que preferirían esperar y rezar porque la situación con los Goa’uld

se resolviera por obra de algún milagro. Maybourne y Jack fruncieron el ceño.

Luego se miraron el uno al otro.

—Maybourne, deja de imitarme —reprendió Jack. Maybourne hizo

una mueca y saludó para despedirse. Daniel supuso que le urgía ir a hablar con

sus patrocinadores.

Medio día después, Anise fue informada de que ellos ya eran

conscientes de sus planes, pero esta solo parpadeó, sin entender nada. Jack le

dijo que no se tragarían sus cuentos, y que su apariencia de diosa no les

afectaba, y Anise llamó a los Tok’ra, asegurándoles que no entendía sus

acusaciones.

Ahora, había un nuevo Tok’ra en la base, al que todos miraban

de reojo.

—¿Jacop? —preguntó Jack con dudas, al hombre en la sala de

reuniones, sentado junto a Anise.

Jacop Carter, el padre de Sam, y anfitrión de Selmak de los

tok’ra, era un hombre en sus sesenta años, medio calvo debido a la edad, con el

cabello más blanco que gris o castaño, y arrugas en la cara. Pero ahora, ante

ellos estaba un hombre de rasgos similares a los de Jacop, pero de unos

aparentes veinte y tantos años, con el cabello castaño lleno de vida y sin ningún

rastro de calvicie, su apariencia también era sobre saliente.

—Carter, ¿tiene usted hermanos menores? —preguntó Jack,

porque Jacop hizo una mueca y era evidente que no planea explicar nada. Él puso

los ojos en blanco.

—Ya conocen la dificultad de la tok’ra para obtener

anfitriones, debido a esto, hemos hecho un trato con sus aliados para conseguir

un tratamiento para nuestros anfitriones. Los tok’ra también somos viejos, y

sin un sarcófago, muchos ya estamos en la etapa final de nuestra vida —explicó

Selmak tomando el control. Daniel entendía porqué se negaba a explicar nada. El

general Hammond carraspeó.

—Entendemos, ahora continuemos con esta reunión —ordenó el

general Hammond para romper el ambiente incómodo. Jacop asintió.

—En realidad, ya imaginábamos que sus aliados habían puesto

tecnología Goa’uld en sus manos, pero como no lo dijeron, nos vimos obligados a

actuar y ver cuál era su nivel de confianza en nuestra alianza —explicó Jacop.

Jack lo miró con incredulidad.

—Jacop, te recuerdo que nosotros no somos los Goa’uld aquí

—se quejó Jack.

—¡Nosotros tampoco! —reprendió Selmak, el Tok’ra que

compartía el cuerpo con Jacop. Su tono era de indignación.

Los Tok’ra se enfadaban si se mencionaba su origen Goa’uld, y

eso era algo que Jack sabía, pero no le importaba, lo que siempre le daba

trabajo a él.

—Jack, no me hagas la vida difícil, solo pasemos de este

tema. Nuestra reina cree que la situación con los Goa’uld podría

desequilibrarse, y un nuevo señor supremo será nombrado, lo que serían graves

problemas para todos, especialmente para la Tierra —advirtió Jacop.

—¿Reina? —preguntó Daniel. Según lo que él sabía, los Tok’ra

habían perdido a su reina hacía mucho tiempo.

—Nuestra reina Egeria fue encontrada hace un par de años por

sus aliados y devuelta a nosotros, por lo que la organización de los Tok’ra y

nuestros planes a futuro han cambiado con ello; ahora queremos saber con qué y

con quien contamos —explicó Jacop. Anise lo miraba con incredulidad; Daniel

supuso que el regreso de Egeria era un gran secreto.

—Es bueno que tengamos confianza. ¿Ahora a qué misión suicida

planeaba enviarnos para probar nuestra lealtad? —preguntó Jack con tono

acusador.

—Como dije antes, la situación actual es muy peligrosa. Como

saben, Apophis ha regresado y comanda el ejército de Sokar —dijo Jacop.

—Sí, nos enteramos de ello; ya ha tratado de matarnos hace

algunos meses atrás —explicó Jack.

—Su regreso fue un duro golpe para la causa de los Jaffa

libres —explicó Teal’c. Jacop asintió.

—Creemos que en la actualidad la flota de Apophis ya supera a

todos los señores del sistema juntos, con excepción del señor del sistema Korr,

que es lo que ha evitado que Apophis emprenda una campaña de conquista y se

nombre a sí mismo señor supremo —dijo Jacop.

—Disculpe, ¿quién es Korr? —preguntó Daniel—. Entre los

señores del sistema que servían a Ra, no se menciona a este —agregó.

—Korr era un señor menor al servicio de Ra; apenas llevaba

cinco años en su puesto, pero después de la muerte de Ra, se quedó con una

poderosa nave nodriza que al parecer Ra construía para afianzar su dominio. Al

morir este, todo quedó en manos de Korr; sospechamos que era el Goa’uld a cargo

de este proyecto, por lo que se hizo con un gran poder en poco tiempo, llegando

a conquistar a Olokun y quedándose con sus territorios —explicó Jacop.

—¿Y por qué no estamos preocupados por un Goa’uld que tiene

una mayor flota que Apophis? —preguntó Jack con reproche. Maybourne estaba en

la reunión, pero hasta el momento, solo escuchaba, al igual que los demás.

—Creemos que por su juventud, Korr no ha sido afectado por el

sarcófago, por lo que al verse libre de Ra, ha decidido tomar un camino

diferente al de otros Goa’uld —explicó Jacop.

—¿Cómo los Tok’ra? —preguntó Daniel con sorpresa. Jacop

suspiró y negó con la cabeza.

—Ciertamente es diferente a otros Goa’uld, pero sigue siendo

un Goa’uld y no ve beneficio alguno en entrar en guerra contra otros señores

del sistema. Nuestra reina ha intentado negociar, pero ha sido inútil; él no va

a luchar una guerra por nosotros y ningún señor del sistema se atreve a

provocarle —explicó Jacop.

—Podemos hacer eso —sugirió Jack mirando a Maybourne.

—No lo aconsejaría; ya se los he dicho, Korr no es como los

demás Goa’uld. Si atacan su territorio, investigará a fondo y llegará a ustedes

—advirtió Jacop—. Ahora, volviendo a Apophis, los señores del sistema se

mantienen en calma gracias a la presión que Korr ejerce sobre ellos, pero

creemos que Apophis ha dado con la misma tecnología que Korr, y actualmente

construye una nave nodriza similar a la nave insignia de este, mientras reúne

sus fuerzas. Creemos que planea un ataque sobre Korr —explicó Jacop.

—Y querían usar los brazaletes para enviarnos en un ataque

suicida contra esta nueva nave —dijo Jack, y miró al general Hammond, que miró

a Maybourne, porque este había tenido razón; los Tok’ra querían usar los

brazaletes en alguna operación peligrosa.

—¿Con qué defensas cuenta este astillero? —preguntó

Maybourne.

—Hay diez Ha’tak en órbita, y sabemos que Apophis ha logrado

estabilizar una nueva fuente de energía para sus naves, lo que le ha dado una

ventaja en velocidad, pero su efectividad en combate no es muy superior a las

Ha’tak de los demás señores del sistema —explicó Jacop.

—Sabemos del naquadriah; nuestros aliados nos han

proporcionado una fuente de energía estable basada en este —informó San—. ¿Cuál

es la eficiencia de los Ha’tak de Apophis? —preguntó.

—Al menos un cincuenta por ciento, pero creemos que será

mucho mayor para su nueva nave nodriza —explicó Jacop, y San miró al general

Hammond.

—Señor, aún tendríamos una gran ventaja en velocidad, pero si

enfrentamos semejante cantidad de naves Ha’tak, sufriríamos graves pérdidas

—explicó San. Jacop levantó una ceja.

—Nuestros aliados han acondicionado tres naves Ha’tak para

nosotros, y hemos agregado algunos juguetes de diseño propio —dijo Jack.

También tenían cinco naves clase Prometeus, pero si los Goa’uld veían esas

naves, sería una guerra para la Tierra. Jacop asintió.

—Quizás debamos pedir algo de ayuda —dijo Jacop. El general

Hammond frunció el ceño.

—¿Jacop, no conocían los Tok’ra a nuestros aliados? —preguntó

el general Hammond.

—Como les he comentado en el pasado, tuvimos algunos

desacuerdos, y las relaciones son algo tensas, pero no sucede lo mismo con la

Tierra; tengo entendido que dos de los enviados del emperador viven en este

planeta —dijo Jacop.

—También tenemos otros invitados —dijo Jack.

—Ya hemos consultado a los Tollan en este asunto —dijo Jacop,

negando con la cabeza. Jack hizo una mueca.

—Bien, llamemos a 03 y a 00 —dijo Jack con un suspiro.

—¿No basta con que estemos aquí? —preguntó Jacop.

—Hemos mejorado nuestra seguridad —dijo Jack con orgullo.

Con todos los conocimientos que poseían en la actualidad,

ellos ya habían descubierto la forma en que sus computadoras eran infiltradas y

cerrado la comunicación; 03 incluso asintió por la mejora.

—Entonces, ¿una llamada? —preguntó Jacop.

Una hora después, 03 examinaba el brazalete en la enfermería

de la doctora Fraiser, bajo la atenta mirada de esta, su equipo y Anise de la

Tok’ra, que estaba intrigada de que 03 no tuviera que usar ninguna herramienta

para examinar el artefacto.

—Es un artefacto único, y este virus es una muestra de

ingeniería genética impresionante —dijo 03 levantando una ceja.

—El artefacto perteneció a una civilización llamada los

Atanik, que al parecer se extinguieron hace algunos cientos o miles de años

—explicó Daniel. 03 asintió con solemnidad.

—Me gustaría leer los registros que tengan de su

civilización, si es posible; nunca vi una tecnología tan ingeniosa, aunque no

creo que tengan que preocuparse por sus vidas. Según las características del

virus, su cuerpo no tardaría más de unos días en hacerse inmune a este, con lo

que sus efectos no pondrían en grave peligro sus vidas —explicó 03.

—Esa es una conclusión bastante precisa —intervino Anise.

—Tenemos conocimientos detallados sobre la biología humana,

descubiertos en un antiguo mundo, donde un Goa’uld usó nanitos para estudiar el

proceso de evolución humana. Su experimento fue abominable, pero los registros

genéticos y biológicos de su investigación tienen aplicaciones muy variadas

—explicó 03, y los ojos de Anise brillaron.

—Eso es todo, no hablaremos más de ese tema —sentenció Jack.

—Tranquilo, coronel O’Neill, entendemos que la Tierra no está

preparada para estos conocimientos —dijo 03. La Dra. Fraiser y San parecieron

algo decepcionadas, pero Jack pareció aliviado.

—¿Así que podemos usar los brazaletes para infiltrarnos y

destruir la nave de Apophis? —preguntó Jack.

—Pueden hacerlo, pero el virus alterará su sistema nervioso,

por lo que podrían sufrir un aumento de su ego personal, ataques de furia,

emociones intensas, esquizofrenia… no serían personas confiables —concluyó 03.

Él pensaba que sería un desastre.

—¿Y esta es la parte en la que nos ayudarás? —preguntó Jack.

03 asintió con una sonrisa.

—Puedo usar los nanitos para mantener sus niveles de

reacciones químicas en sus cerebros en un ámbito aceptable —explicó 03. San

sonrió al ver que su teoría de que los nanitos podrían tener aplicaciones en la

biotecnología era real.

El Desconocido observaba la situación que sus bots espías

transmitían desde una de las computadoras principales de Ba’al. Él estaba en el

puente de uno de los Ha’tak, que Apophis le había dado por su trabajo, en

órbita sobre uno de sus mundos astilleros.

Ba’al era realmente astuto y tenía al menos tres veces la

flota que mostraba a los otros señores del sistema. Incluso había ocultado

bases en los territorios de otros señores, aunque como todos ellos, no se

atrevía a invadir el territorio de Korr; solo compraba información de sus

señores, información que el Desconocido estaba seguro de que Korr mismo le

enviaba.

El Desconocido miró alrededor en su propio puente. Allí había

una docena de Jaffa, la mitad para su guardia, y la otra mitad para operar el

Ha’tak. Los diseños del Ha’tak, e incluso su tecnología, no habían variado

mucho desde que él mismo fue señor del sistema. Los Jaffa seguían llevando esas

armaduras que casi eran ornamentales, con sus mismas inútiles armas. Era

imposible decir que el señor supremo había caído, y que había una guerra para

ocupar su puesto; los señores del sistema simplemente no parecían preocuparse

por ello.

Para el Desconocido, este era otro signo de la decadencia de

su especie, obsesionados en sus pequeñas glorias y orgullo, incapaces de

progresar. Había excepciones, como Sokar, y Ba’al, pero eran muy pocos, y sus

planes no presentaban una mejora; ellos no se preocupaban por avanzar. Hasta

ahora, solo Korr parecía tener un plan a largo plazo, y el Desconocido

encontraba rastros de sus acciones por todos lados, guiando a los señores del

sistema por la nariz, para tomar el poder en el momento adecuado, y que fueran

los propios señores del sistema quienes se lo entregaran.

Era un plan digno de un Goa’uld, y hacía que el Desconocido

sintiera ganas de presenciar sus resultados finales, pero el ascenso de Korr

podría significar un atraso de miles de años en sus planes, y él ya sospechaba

que Korr sabía de su existencia, por lo que no podía dejar que sus planes

continuaran; debía traer el caos y alzarse como señor supremo, demostrando su

poder sobre Korr y logrando el dominio de la galaxia en sus manos…

Los pensamientos del Desconocido fueron interrumpidos cuando

los sensores de su Ha’tak detectaron la activación del Chappa’ai, notificada a

su mente con la nueva interfaz que había creado para su nave.

El Desconocido levantó la mano hacia sus Jaffas, para

indicarles que cualquier informe era innecesario, y una pantalla apareció en

frente de él, mostrando una vista satelital de la ubicación del Chappa’ai,

custodiado por varias docenas de Jaffa, pues este no era un ataque inesperado.

También había cañones de plasma situados en un perímetro defensivo.

El Desconocido y sus Jaffa, que llevaban la marca de Apophis

para no levantar sospechas de su regreso, observaron mientras el Chappa’ai

terminaba de activarse y el vórtice se estabilizaba. El Desconocido vio a los

diez Ha’tak que custodiaban el astillero tomar posiciones, por si las defensas

terrestres fallaban, para iniciar un bombardeo. No había ninguna entrega

programada, por lo que si alguien cruzaba el Chappa’ai, sería un enemigo.

Cuando el Chappa’ai terminó de estabilizarse, hubo un pequeño

chapoteo, y en menos de un segundo, los Jaffa que montaban guardia salieron

despedidos a diez metros de sus posiciones, como si una onda de choque los

golpeara. El Desconocido no fue capaz de ver lo que sucedía y no se atrevió a

forzar su poder psíquico más allá de un uso común para explorar el lugar; tal

uso de habilidades, sin duda, sería detectado por Korr.

El Desconocido estaba sorprendido, pero sonrió. Esta

tecnología no le era desconocida, y fue una de las cosas que investigó en su

tiempo de ascendido. Por desgracia, eran conocimientos que habían sido sellados

en su memoria, y no podía acceder a ellos. Él solo podía comenzar su búsqueda

de esta tecnología por toda la galaxia, pero ahora sus enemigos la traían ante

él, y ahora sabía dónde buscarla, o al menos a quiénes interrogar al respecto.

Esta era la tecnología Atanik, capaz de crear humanos con

habilidades avanzadas. El Desconocido planeaba usarlos como la base de su

imperio, al combinarlos con la tecnología de los nanitos, pero tal tecnología

fue sellada en su mente, y ahora solo dependía de los replicadores, y tendría

que pensar en algo más para darle una ventaja a sus tropas de tierra. El Desconocido

sonrió. Antes de que su imperio se creara, tendría que hacerle una visita a la

Tok’ra.

El Desconocido no temía que esta tecnología fuera usada en su

contra, porque él sabía que esta tecnología no funcionaría para los Tok’ra,

tampoco para los humanos. Era solo una mejora temporal para ellos.

El Desconocido vio cómo el astillero de Apophis fue destruido

en menos de un minuto, y el Chappa’ai era activado para que los agentes humanos

escaparan. En el tiempo en que el Chappa’ai se activó, el Desconocido pudo ver

a los responsables del ataque. Él los reconoció porque estos atacantes llevaban

uniformes que eran fáciles de identificar para los Goa’uld.

—Son Tau’ri —informó uno de sus Jaffa con tono de asombro.

El Desconocido no estaba sorprendido, la Tok’ra no tenía

ningún orgullo, y recurrir a razas bajas como aliados no estaba fuera de sus

expectativas. Sin duda, los Tau’ri y los Tok’ra debían ser destruidos por

igual; él no cometería el error de subestimar el daño que podían causar.

En un par de segundos más, los Tau’ri desaparecieron, y las

naves en órbita ni siquiera habían apuntado a su posición, pues la explosión

del astillero les había sorprendido mientras buscaban sus blancos en el área

del Chappa’ai; ahora habían rastreado en el área del astillero, y el enemigo

había aparecido de nuevo en el área del Chappa’ai.

—¡La Tok’ra y los Tau’ri serán los primeros en sufrir mi ira

divina! —sentenció Apophis, mientras su cohorte temblaba.

El Desconocido, que fue quien le llevó la noticia, se

carcajeó en su mente, mientras su ilusión para Apophis y los suyos mostraba una

expresión serena. Ahora que la Tok’ra tenía los brazaletes Atanik, este pequeño

parásito podría caer en cualquier momento, él no tenía la tecnología para

enfrentar tal choque. Sin embargo, la Tok’ra no querría que un nuevo Sokar se

alzara, y no actuarían contra Apophis si, como en esta ocasión, él no tuviera

planes para hacerse con el poder sobre los demás señores del sistema.

—¡Salgan todos! —ordenó Apophis y le miró para indicarle que

se quedara.

—Mi señor, su nave estará lista en un mes, y como predije, al

usar Jaffa y humanos, la Tok’ra no se ha enterado de su ubicación. Luego, solo

tendremos que silenciar a los humanos y Jaffa que trabajaron en el lugar, y la

ubicación del astillero solo será conocida por mi señor y yo, pero todo el

control estará en sus manos —dijo el Desconocido, y él decía la verdad, o una

parte de ella. Lo que no había dicho era que una vez Apophis muriera, este

astillero le serviría para construir su propia nave insignia; solo necesitaba

hacer unas pocas modificaciones.

—Nut, me has servido bien; una vez conquiste al resto de los

señores del sistema, me servirás sobre todos ellos, como mi mano derecha

—declaró Apophis. Sus ojos aún brillaban de furia—. Pero antes de eso, la

Tok’ra debe ser destruida; sus pequeños planes me han causado una pérdida

significativa —gruñó Apophis.

Eso era malo; el Desconocido no podía dejar que este parásito

patético se centrara en la Tok’ra. Ahora que ellos tenían la tecnología Atanik,

podrían librarse de este parásito inútil si se veían acorralados. Eso evitaría

que atacara a Korr, y el Desconocido no obtendría ninguna información sobre sus

fuerzas al obligarle a revelar parte de ellas. Eso sería un problema.

—Mi señor, la Tok’ra y los Tau’ri están aliados, y estos

últimos tienen el apoyo de los Asgard. Si mi señor ataca, fácilmente podría

caer en una trampa que enviará a los Asgard sobre nosotros. Mi señor posee una

gran flota, pero el poder de los Asgard no es algo que podamos subestimar, y si

nos involucramos en una guerra con ellos, la conquista sobre los señores del

sistema y el ascenso de mi señor se retrasarán —explicó la ilusión que el Desconocido

creó para Apophis con humildad.

Los ojos de Apophis brillaron, pero al parecer, su tiempo

como invitado de Sokar le enseñó precaución, porque se tomó un minuto para

reflexionar y calmarse.

—Mis enemigos son numerosos, pero mi poder es supremo;

primero iremos contra Korr y tomaremos a los señores del sistema. Luego será la

Tok’ra, los Asgard y esos despreciables Tau’ri —sentenció Apophis. La ilusión

creada por el Desconocido para Apophis asintió con humildad.

Apophis aún debía crear las bases que él luego usaría para

enfrentarse a Korr. Luego de eso, si seguía con vida, él mismo lo mataría.

—Shan’auc, no poseemos un anfitrión… —Maybourne carraspeó,

interrumpiendo la intervención de Daniel.

Daniel miró a Maybourne, lamentando su destino de encontrarse

con él en cada reunión importante de su equipo. Shan’auc, una sacerdotisa del

Goa’uld conocido como Moloch, que había llegado allí enviada por Bra’tac para

solicitar su ayuda, también miró a Maybourne.

—Sugiero llamar a nuestros aliados para este asunto —dijo

Maybourne con una sonrisa que indicaba que había dado con algo grande.

—Coronel Maybourne, ¿está usted seguro de que el simbionte

miente? —preguntó Teal’c. Daniel hizo una mueca cuando Shan’auc apretó los

dientes. Maybourne se encogió de hombros.

—Es un Goa’uld, y no veo nada que explique su cambio de

opinión —dijo Maybourne.

—Teal’c, esperaba la desconfianza de los demás, pero jamás de

mis propios hermanos —reprochó Shan’auc, llevando su mano a su vientre en un

gesto protector, que le recordó a Daniel a una madre, pero al pensar que lo que

había allí era un goa'uld, solo podía sentir un escalofrío, y nada de empatía.

Él tenía la misma opinión de Maybourne; no había forma de convencer a un

Goa’uld con palabras; todos estaban locos.

—Shan’auc, por favor, comprenda nuestra situación. Los

Goa’uld siempre han demostrado ser demasiado peligrosos para no tomar ciertas

precauciones al tratar con ellos. Como es así, es normal que tomemos ciertas

precauciones. Sin embargo, le aseguro que el simbionte será tratado como un

posible aliado, y en ningún momento se actuará en su contra sin pruebas firmes

—explicó Daniel mirando al general Hammond, que asintió con seriedad.

—Shan’auc, nuestros aliados poseen una tecnología que sin

duda podrá hacer algo por su simbionte y por usted, en caso de que el tiempo se

nos acabe —tranquilizó el general Hammond.

—En este caso, nuestras opiniones no son necesarias

—sentenció Teal’c, que parecía ser un amigo íntimo de Shan’auc. Pero al

escuchar que ella estaba convencida de que el Goa’uld que estaba en su bolsa

Jaffa quería ponerse de su lado, la confianza de Teal’c en Shan’auc desapareció

en un segundo. Shan’auc asintió con solemnidad.

—Entonces, llamen a sus aliados, no tenemos nada que esconder

—dijo Shan’auc.

Daniel pensó que ellos sí tenían muchas cosas que esconder,

en primer lugar, un artefacto detector de mentiras que, en cuanto el simbionte

tuviera un cuerpo, podrían usar para saber si decía la verdad. Él realmente

quería tener esperanzas, pero los únicos Goa’uld reformados que conocía eran a

los Tok’ra, y estos ya nacieron así, pues su personalidad era obra de la reina

que los creó, Egeria. Aun así, no se podía descartar nada.

Medio día después, Tanith, como se hacía llamar el simbionte

Goa’uld al que 03 le había dado un cuerpo humano sin ninguna conciencia, era

sometido en el piso de la sala de la enfermería, cuando le explicaron cómo

funcionaba el artefacto detector de mentiras que usarían con él. Maybourne

sonreía de oreja a oreja mientras guardaba el artefacto detector de mentiras.

Anise, que había acudido en representación de los Tok’ra, suspiró. Ella también

les dijo que sus esperanzas eran pocas.

Shan’auc cerró los ojos con tristeza y decepción viendo los

resultados.

—No se preocupe, le aseguro que este Goa’uld compartirá todo

lo que sabe con nosotros, quiera o no hacerlo —dijo Maybourne. El general

Hammond carraspeó.

—Coronel Maybourne, ya le advertí antes de que incluso en una

guerra, tenemos leyes que seguir —advirtió el general Hammond.

—Por supuesto, todas las leyes correspondientes serán

respetadas —aseguró Maybourne.

Daniel supuso que jamás volverían a ver a este Goa’uld

llamado Tanith. Los del NID no podían sacarles información a las larvas de

Goa’uld que atrapaban, pues esta estaba en su sangre, y Daniel solo comprendió

el plan de Maybourne cuando se mencionó que sus aliados podían darle un cuerpo

que no era un anfitrión, sino una marioneta con el cerebro en blanco.

—Shan’auc, no desfallezcas, porque aunque tu plan no dio los

resultados que esperabas, nos dio algo más importante en nuestra lucha contra

los Goa’uld —declaró Teal’c mirando a Shan’auc, que llevó su mano al lugar

donde tenía su bolsa Jaffa, donde ya no había ninguna larva, y ella no se

estaba muriendo por ello. Esto era debido a una droga que sustituía al

simbionte, y cuya fórmula 03 les había cedido, lo que significaba que ahora

podían producirla.

—Hoy es el día en que los Jaffa al fin son libres —declaró

Shan’auc, y Teal’c asintió con expresión solemne.

Korr sonrió leyendo los informes que presentaban sus enviados

sobre la Tierra. Ellos ya eran expertos en la fabricación de naves, e incluso

se las habían arreglado para descifrar su hackeo a su computadora principal, lo

que le ahorraría algunos problemas en el futuro. Pero lo que hacía que sonriera

era que al fin tenía en sus manos la tecnología Atanik, y ahora también acababa

de dar el primer paso hacia la caída de los señores del sistema, y pronto,

todos ellos tendrían que arrastrarse hasta él para rogarle que fuera su señor

supremo y salvara sus miserables pellejos de los enemigos que ellos mismos se

habían creado.

—¿Estás satisfecho? —preguntó Egeria, que era una proyección

de luz en frente de su trono. Allí solo estaban ellos; los sirvientes y los

Jaffa fueron despedidos.

—Egeria, este paso representa la caída de los señores del

sistema, y los humanos ya están suficientemente preparados para tomar el

control de todo —explicó Korr. Esta mujer no entendería sus planes hasta que

todo estuviera hecho, pues su comprensión era limitada.

—Tu fe en los Jaffa es mayor de lo que pensé. Dime, ¿ahora

que les has liberado de su dependencia de los simbiontes Goa’uld, qué evitará

que vuelvan sus ejércitos en nuestra contra? A sus ojos, también somos Goa’uld

—reprendió Egeria.

Egeria había llegado allí después de que una Jaffa que servía

a Moloch se presentara ante el SG1, pidiendo ayuda para su simbionte al que

creía haber convencido de unirse a su causa. Como era de esperar, el simbionte

mentía, pero gracias a sus tonterías, 03 pudo pasarles la tretonina a los

Jaffa, y ahora los señores del sistema enfrentarían una verdadera calamidad.

—Confío en mis Jaffa, son guerreros leales —dijo Korr, que

tenía múltiples seguros sobre ellos en caso de que se atrevieran a desafiarlo. Él

los exiliaría de su territorio si osaban traicionar sus juramentos. A él le

gustaban los Jaffa, y estos eran superiores en capacidades tácticas a un clon

de raid controlado por IA, pero él no dudaría en deshacerse de ellos si osaran

traicionar sus juramentos.

—También irán por nosotros —dijo Egeria.

—Tranquila, esto tardará en llegar, y puedo encargarme de los

elementos rebeldes, usando mis propios Jaffa. Los humanos harán el resto

—informó Korr.

En realidad, él esperaba que Anubis apareciera en esta

rebelión. Ya era el tiempo, y Korr quería pescarle sin que tuviera tiempo de

hacer nada.

Ahora que había obtenido la tecnología Atanik y la Tierra

estaba lista para surcar la galaxia sometiendo a los rebeldes y a los

alborotadores, él podía cosechar los frutos de sus esfuerzos.

 

NA 1: Korr y el Desconocido planean el uno contra el otro. La

Tierra ya cuenta con su propia flota y están listos para revelar el proyecto

Stargate al resto del planeta. La tretonina ha sido liberada, y pronto los

Jaffa se enterarán de su existencia, por lo que los señores del sistema

sufrirán un duro golpe.

 

 

 

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