Ficool

Chapter 10 - Episodio 11: El Renacimiento de la Esperanza

Después del sacrificio de Takeshi y Ayumi, Nihonara no volvió a ser la misma.

La tierra entera guardó silencio. Los cerezos dejaron caer sus pétalos como lágrimas. El cielo permaneció cubierto durante días, como si el sol mismo lamentara la pérdida de los guardianes. La historia del sacrificio de los hermanos Kurogane se convirtió en leyenda, contada en susurros reverentes y canciones antiguas, repetida alrededor de fogatas hasta que cada niño supiera sus nombres de memoria.

El sello creado con su alma y sangre contuvo al Devorador de Almas, el antiguo ser de sombras, en lo profundo del plano espiritual. La oscuridad fue encadenada. El equilibrio restaurado. Y Nihonara, por fin, tuvo paz.

Décadas pasaron. Luego siglos.

Las generaciones cambiaron. Los dragones guardianes se retiraron a las alturas. Los templos se llenaron de polvo. Las espadas se oxidaron. La historia de los Kurogane, como todas las leyendas, comenzó a desvanecerse en la bruma del tiempo.

Al principio, solo se olvidaron los detalles. Luego, los nombres. Finalmente, hasta el significado del sacrificio fue perdido.

Y fue entonces, en esa fragilidad del olvido, que algo comenzó a crecer.

En las sombras de Nihonara, un culto oscuro se alzó, silencioso y paciente. Se hacían llamar Los Hijos del Vacío. Adoraban al Devorador de Almas no como monstruo, sino como liberador. Para ellos, el mundo había sido encadenado por guardianes que temían el verdadero poder. Y creían que la oscuridad no debía ser contenida… sino celebrada.

Durante años, operaron entre bastidores. Se infiltraron en aldeas, templos y clanes. Quemaron textos antiguos. Difundieron versiones distorsionadas de la historia. Y en los rincones más olvidados de Nihonara, comenzaron los preparativos para romper el sello.

Todo mientras el pueblo dormía en una paz que ya no era vigilada.

En medio de ese mundo distraído por el presente, un joven llamado Hiroshi vivía una vida común. Huérfano de padre, aprendiz de herrero, criado en una aldea alejada de los caminos principales. El nombre Kurogane estaba presente en su historia, pero solo como eco. Un apellido viejo, sin peso. Una herencia sin contexto.

Pero el destino no olvida lo que la sangre recuerda.

Una noche, Hiroshi tuvo un sueño. En él, caminaba por un campo cubierto de pétalos blancos. Allí, una figura encapuchada le entregaba una espada envuelta en llamas. "Protege lo que no recuerdas, porque si cae… todo caerá contigo", decía la voz. Al despertar, la cicatriz en su antebrazo —una marca con la que había nacido— ardía como si hubiera sido recién grabada.

Al principio lo ignoró. Pero los sueños se repitieron.

Y pronto, empezaron a suceder cosas en su aldea. Desapariciones. Gente que hablaba con voces ajenas. Sombras que no obedecían la luz. Los ancianos, aquellos que aún recordaban la leyenda de los hermanos Kurogane, comenzaron a temblar.

Uno de ellos, un viejo monje ciego llamado Ichiro, tomó a Hiroshi por el brazo y le habló con voz quebrada:

—Tú... llevas su llama.

Fue entonces cuando Hiroshi comenzó su búsqueda. No por gloria, ni por poder, sino por necesidad. El mundo estaba cambiando, y él era parte de un legado que debía despertar… o desaparecer para siempre.

Guiado por fragmentos de historia y artefactos sellados en templos abandonados, Hiroshi descubrió que su linaje era más que un apellido. Era un llamado.

Con ayuda de Ichiro, y de otros que comenzaron a unirse en el camino —una joven cartógrafa llamada Yuna, un exorcista renegado llamado Renji, y un espíritu de fuego atado a una piedra ancestral—, Hiroshi se convirtió en el centro de una nueva lucha.

Una lucha que no era solo contra un enemigo exterior, sino también contra las dudas que vivían dentro de él.

¿Era digno de los Kurogane?¿Podía enfrentarse a lo que los grandes héroes solo habían vencido con su vida?

La historia de Nihonara entraba en un nuevo capítulo.

La oscuridad no había sido destruida. Solo contenida.Y ahora, el tiempo del despertar había llegado.

El legado de Takeshi y Ayumi, grabado en el viento, en las piedras y en el alma de la tierra, resurgía.

Porque mientras la oscuridad exista, siempre habrá una llama esperando ser encendida.

Y Hiroshi, sin saberlo aún, era el guardián de esa llama.

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