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Chapter 1 - El Despertar de la Maldición

En el apacible pueblo de Nihonara, la primavera no llega en silencio. Los cerezos florecen como estallidos de luz rosa, y los pétalos caen con tal delicadeza que parece que el mundo contuviera la respiración. Las calles se cubren con una alfombra etérea, y los días se llenan del murmullo de la brisa, del aroma del néctar y de promesas susurradas por los árboles.

Pero no todo es armonía.

Detrás de la belleza que embriaga el alma, bajo cada sombra proyectada por las ramas en flor, duerme un mal antiguo. Uno que nunca fue vencido, solo olvidado. Un mal que corre por la sangre de los Kurogane.

En lo alto de la colina que domina Nihonara se encuentra la Mansión Kurogane, una estructura centenaria de madera oscura y piedra, donde el tiempo parece haberse detenido. Las tejas crujen con el viento, y las ventanas siempre parecen observar más de lo que muestran. Allí vive Takeshi Kurogane, un joven de mirada introspectiva y rostro sereno, aunque sus ojos delatan el peso de una lucha interior que lleva demasiado tiempo en silencio.

Desde niño, Takeshi escuchó historias sobre su linaje: guerreros, sabios y mártires. Pero también maldiciones, pactos sellados en sangre y secretos enterrados. La familia Kurogane había sido la protectora de Nihonara… y también su amenaza. Su padre murió cuando él era pequeño, y su madre lo crió con solemnidad y reserva, hasta que también cayó enferma y partió. Solo le quedaban su prima Ayumi y una mansión llena de ecos.

Una noche, mientras la luna llena colgaba como un farol plateado en el cielo estrellado, un grito desgarrador rompió la calma.

Takeshi se despertó con el corazón desbocado. El sonido no era humano. Era profundo, vibrante, como si la misma casa llorara. Tomó una linterna, se colocó una capa sobre los hombros y salió de su habitación, con pasos silenciosos que parecían temer interrumpir el pasado.

Los pasillos estaban envueltos en sombras. El olor a incienso antiguo y madera húmeda flotaba en el aire. Mientras avanzaba, las paredes parecían cerrarse, como si quisieran detenerlo. Llegó a un pasillo que rara vez recorría, donde una puerta de madera polvorienta lo esperaba. Nunca la había notado antes.

Detrás de ella, un resplandor tenue y murmullos en un idioma desconocido filtraban a través de la rendija. El corazón de Takeshi latía con fuerza, pero empujó la puerta.

Lo que vio dentro lo heló.

En el centro de la habitación, Ayumi estaba arrodillada. La rodeaban velas encendidas, cuyos reflejos danzaban sobre símbolos grabados en las paredes y el suelo. Estaba en trance, sus ojos abiertos pero vacíos, su voz pronunciando palabras en un lenguaje que no pertenecía al mundo actual.

—¡Ayumi! —susurró Takeshi, pero ella no reaccionó.

Un segundo después, una sombra emergió desde ella como un aliento oscuro. Sus pupilas se dilataron, y un aura negra envolvió su cuerpo. Sin tocarlo, alzó una mano, y Takeshi fue arrojado contra la pared con violencia. El golpe le robó el aire, y todo se volvió negro.

Despertó solo.

La habitación estaba en silencio, como si nada hubiera ocurrido. Las velas se habían consumido, y Ayumi había desaparecido. Se incorporó con esfuerzo, el cuerpo adolorido. Sobre una repisa, cubierto de polvo, descansaba un libro viejo con el emblema de la familia.

Era un diario.

Takeshi hojeó las páginas. Su contenido lo dejó sin aliento. Eran confesiones y advertencias. Relatos de generaciones pasadas enfrentando la misma maldición: una oscuridad que florecía en algunos Kurogane, consumiéndolos desde dentro. Algunos intentaron resistir. Otros, se entregaron. El precio de fallar era la locura… o algo peor.

"La sombra no muere. Solo cambia de rostro."

"Quien la mira demasiado de cerca, se convierte en ella."

Takeshi cerró el diario, con el rostro pálido. La sombra se había despertado en Ayumi. No sabía cómo ni por qué, pero si no hacía algo, ella se perdería para siempre.

Recordó entonces a alguien: el viejo Tanaka, el sabio del pueblo. Había vivido tanto que algunos decían que era más espíritu que hombre. Su madre le contaba de pequeño que Tanaka conocía secretos que los libros no se atreven a guardar.

Al amanecer, Takeshi descendió al pueblo. El Sr. Tanaka lo esperaba en el jardín de su cabaña, como si supiera que vendría.

—Has visto la oscuridad, ¿verdad? —dijo sin mirarlo.

Takeshi asintió.

—Ayumi… cambió. Como si algo la poseyera.

Tanaka asintió con gravedad. Su barba blanca caía como una cascada silenciosa sobre su pecho.

—La maldición ha despertado de nuevo. Y solo hay un lugar donde puedes hallar respuestas antes de que te consuma a ti también.

—¿Dónde?

—En lo alto de las montañas. El Templo de la Luz y la Sombra. Busca al monje Hachiro. Él es el guardián de los secretos que tu linaje ha intentado enterrar. Pero cuidado, Takeshi… algunos secretos quieren ser olvidados por una razón.

Takeshi regresó a casa esa noche con una decisión grabada en el alma. Sabía que el camino sería arduo, que no solo enfrentaría peligros físicos, sino también los de su propio corazón. Pero también sabía que no tenía opción. Ayumi era su única familia. Y él, el último Kurogane consciente del precio de la sangre.

El viento soplaba entre los cerezos como si la primavera misma temblara. Desde la colina, la mansión lo observaba en silencio. Y en la distancia, las montañas aguardaban. Altas. Antiguas. Inmutables.

Allí comenzaría su verdadero viaje.

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